lunes, 30 de abril de 2012


Para todos los que SENTIMOS a ese Padre DIOS.

Un pequeño niño me contó que sus abuelitos casados por el civil desde hacía 50 años deseaban recibir el sacramento matrimonial, Le pedí a este pequeño apóstol que me trajera a sus abuelitos  que me invitaran a su casa. Esa tarde estaban todos los nietos. Les pregunté a los  por qué deseaban recibir el sacramento. Su repuesta fue sencilla:
“Padre, hace años sentíamos  que nos faltaba la bendición de DIOS.
Mi nieto nos dijo que usted en una de sus clases les pidió que trataran de invitar a los papás a arreglar su situación y de rebote nos tocó también a nosotros”.
Yo les conté que todos estos años ya estaban casados, porque el matrimonio es un proceso. Les dije que se parte con si matrimonio natural y el civil, respetados por la iglesia, y que sólo faltaba completarlo con el sacramento.
 Les hablé sobre la espiritualidad cristiana en el matrimonio, y [ precisé que en el aspecto propiamente religioso no se debía decir “nos casamos” por “la iglesia, como se dice “por el civil”, sino que la realidad más profunda y verdadera era que los cristianos, si creían realmente en Cristo Resucitado, y en todo lo que El había enseñado, se “casan con Cristo y en Cristo”, es decir, toman en serio su palabra y su promesa de que “cuando dos se unen en mi nombre, Yo estaré en medio de ustedes” (La frase exacta dice: “Cuando dos o tres se reúnen en mi nombre”, pero el sentido más real y es si se unen en mi nombre. Invitar a Jesucristo en la propia vida matrimonial es darle importancia, es tomar en cuenta lo que Dios y pide en cada momento y esto claramente es: “Ámense el uno al otro como Yo los he amado a ustedes”, (si lo dijo para todos, “ámense unos a los otros”, seguramente lo dice con más fuerza cuando dos en su nombre quieren comprometerse a amarse.
La relación al celebrar un matrimonio religioso católico es principalmente con Jesucristo, y no tanto con los que actúan como testigos calificados (sacerdote o diácono). Ella había dicho que no le interesaban las estructuras de la Iglesia (obispos, curas, ceremonias, templos). De repente, se incorporó e interrumpió
Espontáneamente: “Si es así, ahora me decido a casarme religiosamente, ante Dios. Yo me había rehusado por que no soportaba que los curas se inmiscuyeran en nuestra vida”. Había descubierto lo esencial del aspecto religioso y cristiano del sacramento.
El matrimonio sacramental es una acción sagrada agradable a Dios, perteneciente a Dios, que transfigura y transforma el gesto profundamente humano de unión entre un varón y una mujer por amor, en un gesto divinizado, santificado, dejando la unión intacta como gesto y situación humanos. Unirse en el amor mutuo adquirirá, por intervención misteriosa sacramental de Jesucristo, el carácter y la significación de “presencia de Dios Amor” presencia actuante que al ser aceptada y vivida puede transformar la realidad ennobleciéndola y dándole un hondo sentido de trascendencia. Los esposos no se amarán sólo para este mundo que pasa, sino para siempre, para la eternidad en la que creen, por la promesa de Dios.
Es cierto que todo creyente de cualquier “denominación religiosa”, al creer en Dios y al realizar según su fe una ceremonia religiosa para su matrimonio, está proclamando una trascendencia, un algo más que “nosotros dos” -lo que sucede también a muchos no creyentes que toman en serio su compromiso matrimonial civil e intuyen cierta trascendencia- pero el misterio cristiano es más profundo pues afirma que Dios, el gran Otro, se hace presente a través del “otro”, su re presentante reconocido como “ministros”. “Lo que hagan al más pequeño de mis  hermanos me lo hacen a mí”, son palabras explícitas de Jesucristo. En esta mística o adhesión de fe, el esposo no ama solamente a su esposa como mujer  a nivel terrenal visible, sino como representante, ministro visible del Otro invisible
 (y viceversa para ella). Desde el momento en que los dos creen en este misterio, (misterio quiere decir muchísima luz y no ausencia) la fe les hace ver lo invisible, todo pasa a ser sagrado, consagrado por Dios y para Dios. Dios Amor no tiene manos para acariciar, no tiene labios para besar, ni cuerpo para expresar su deseo de unión, pero están;
Tus manos, tus labios, tu cuerpo, esposo, esposa, para hacer a Dios visible y sensible, para que te sientas amado, amada por El a través de lo que ves y sientes, lo que tocas y constatas.
 La relación sexual, plena, “valorizad ora” será una unión sacramental, un amor que se entrega sin medida, dándolo todo El lo realizó en el Sufrimiento de la Cruz, los esposos lo realizan en el gozo de la comunión amorosa, pero la entrega es la misma, a pesar de la diferencia de escenarios y de sensaciones: “todo para ti y para siempre” fue real en Jesucristo, y puede ser real en el matrimonio.
Es la interioridad lo que hace real o ficticia la entrega. No es el gesto exterior, siempre ambiguo, sino lo que cada uno es y siente después de haberse entrega do a la otra persona. Tampoco se trata de una entrega por pasión, que puede dar una sensación similar, pero jamás la misma, porque en ésta viene simplemente incluido el Amor.
Una señora que estaba presente en esta explicación intervino; “Yo sabía que los esposos somos ministros del matrimonio,
y no el sacerdote que bendice que es; “testigo autorizado” para la validez. Me pregunto si ser ministros es válido para la celebración del matrimonio y nada más”... “No, señora, es para toda la vida matrimonial, mientras quieran que perdure la relación de esposos en Cristo”.

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