viernes, 11 de abril de 2008

MI EXPERIENCIA CONTEMPLATIVA DE LA EUCARISTIA

+ MI EXPERIENCIA CONTEMPLATIVA DE LA EUCARISTIA +
Es obvio que la celebración eucarística nos ofrece la máxima posibilidad de un contacto contemplativo con Dios AMOR. En ella tenemos la presencia más viva de Dios en la tierra, por medio de su Palabra hecha carne y pan de vida con la fuerza del Espíritu Santo.

"Ahora bien, los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente trabados con la sagrada Eucaristía y a ella se ordenan. Y es que en la santísima Eucaristía se contie­ne todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo por su carne, queda la vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo".'

De hecho, el bautismo es como la introducción de los catecúmenos en el camino que conduce a la recepción de ese Pan vivo y vivificante.

"Por lo cual la Eucaristía como la fuente y la culminación de toda la predicación evangélica, como quiera que los “iniciados”(catecúmenos) son poco a poco introducidos a la partici­pación de la Eucaristía, y los fieles, sellados ya por el sagrado bautismo y la confirmación, se insertan, por la recepción de la Eucaristía, plenamente en el Cuerpo de Cristo, su IGLESIA".2

Pero, aunque sea mínima la participación de los cris­tianos en la Eucaristía, resulta que esos pocos no llegan a vivirla a profundidad, como un encuentro personal, de tú a tú, con cada una de las Personas divinas. Hace falta, por tanto, que tomemos parte en ella en forma contem­plativa.

El sacerdote, animador de la comunidad eucarística
Que la Misa adquiera un tinte contemplativo, depende en buena medida del sacerdote. Este, de hecho, funcio­na en ella como el animador.

No sólo le corresponde animar el grupo en la comunicación con las Personas divinas, sino también con la sociedad y el mundo, sin olvidar la comunicación e interacción entre los partici­pantes.
En esta familia de fe que es la iglesia, nadie es más que nadie, ni menos que nadie. Somos hijos escogidos de DIOS

Sacerdocio y contemplación

Para que el sacerdote desempeñe su función de for­mar e integrar la comunidad eclesial, facilitando la co­municación, le es necesario un contacto contemplativo con las Personas divinas.
De hecho, el Vaticano II, en consonancia con lo que hemos visto sobre el auto revelación de Dios, nos des­cribe el sacerdocio cristiano como una forma de inser­ción especial en la comunidad tripersonal de Dios.

El camino para esa particular inserción es Jesucristo. De por sí, aunque no siempre suceda de esta forma, el sacerdote es llamado a una especial identificación con “EL”. Ya vimos que la identificación implica una com­penetración profunda con la totalidad de la persona modelo. Y a partir de esa relación íntima y afectiva, se intenta reproducir el rol social de ella.

"Por el sacramento del orden se configuran los presbíte­ros con Cristo sacerdote, como ministros de la Cabeza, para construir y edificar todo su Cuerpo, que es la Igle­sia... Cierto que ya en la consagración del bautismo, como todos los fieles de Cristo, recibieron el signo y don de tan gran vocación y gracia, a fin de que, aun dentro de la flaqueza humana, puedan y deban aspirar a la perfec­ción, según la palabra del Señor: Sean, pues, Udes , perfectos, como Tu Padre celestial es perfecto (Mt ,'5,48).

Ahora bien, los sacerdotes están obligados de manera especial a alcanzar esa perfección, ya que, con­sagrados de manera nueva a Dios por la recepción del orden, se convierten en instrumentos vivos de Cristo, Sacerdote eterno, para proseguir en el tiempo la obra admirable del que, con celeste eficacia, reintegró a todo el género humano.

Así pues, puesto que todo sacerdote, “a su modo”, representa la persona del misma Cristo, es también enriquecido de gracia particular para que mejor pueda alcanzar, por el servicio de los fieles que se les han confiado y de todo el Pueblo de Dios, la perfección de Aquel a quien representa, y cure la flaqueza humana de la carne la santidad de Aquel que fue hecho para nos­otros pontífice santo, inocente, sin mácula y separado de los pecadores (Hebr 7,26)".

Advirtamos que la identificación sacerdotal con Cris­to no se queda en la línea de la misión -a nivel del hacer-, sino que, gracias al sacramento del orden, pe­netra en la dimensión ontológica del ser. Pues, si por el bautismo, Dios llamó a todos los cristianos a que repro­dujeran los rasgos de su Hijo",4 "para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: Abba ¡Padre!",5 con más ra­zón a los sacerdotes los que se configuran con el Hijo, al ser consagrados de manera nueva.

Ahora bien, Cristo conduce a los sacerdotes, igual que a todos los cristianos, hacia el Padre en el Espíritu Santo. Por ello, desde el seminario debieron recibir un entrenamiento especial para saber integrarse en la co­munidad trinitaria.
"La formación espiritual ha de estar estrechamente uni­da a la doctrinal y pastoral, y, con la colaboración sobre todo de su Orientador espiritual, debe darse de tal forma que los jóvenes aprendan a vivir en trato familiar y asiduo con el Padre por su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo.
Habiendo de configurarse a Cristo Sacerdote por la sa­grada ordenación, habitúense a unirse a El, como ami­gos, con el consorcio íntimo de toda su vida. Vivan el misterio pascual de Cristo de tal manera que sepan iniciar en él al pueblo que ha de encomendárseles".6
Esa amistad con Cristo se logra por medio de la oración. Pero una oración que no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho. Por tanto, yo supongo que para lograr ese trato familiar y asiduo con el Padre por su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo, el futuro sacerdote necesita practicar la oración contemplativa, sea del tipo que sea.


La convivencia y comunión con las Personas divinas hace que el sacerdote pueda realizar mejor, a semejanza de Cristo, su misión liberadora y santificadora.
"Dios prefiere mostrar sus maravillas por obra de quie­nes, más dóciles al impulso e inspiración del Espíritu Santo, por su íntima unión con Cristo y su santidad de vida, pueden decir con el Apóstol: Pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (Gal 2,20).
Es obvio que, como previamente hemos considerado, no es posible insertarse en la comunidad “trinitaria”, nor­malmente, sin mantenerse en comunión con la comuni­dad eclesial.
"Obrando de esta manera, los presbíteros hallarán la unidad de su propia vida en la unidad misma de la misión de Iglesia, y así se unirán con su Señor, y, por El, con el Padre, en el Espíritu Santo, para que puedan llenarse de consolación y sobreabundar de gozo"."

Notemos que este texto, igual que otros semejantes, habla de unión con el Señor. No se limita el asunto a la simple meditación o reflexión sobre la palabra de Dios. Se va más lejos, al hablar de trato familiar y asiduo, íntima unión con Cristo, etc. Lo cual se consigue, en -forma práctica y concreta, mediante la oración contemplativa.
Sacerdote facilitador de la comunicación básicamente,
Mi misión como sacerdote se podría resu­mir, entre otros aspectos, en la tarea de formar comuni­dad. Pero de forma que los grupos primarios estén inte­grados en y por la comunidad de amor que es Dios.
"Los presbíteros, que ejercen el oficio de Cristo, Cabeza y Pastor, según su parte de autoridad, reúnen, en nom­bre del Obispo, la familia de Dios, como una fraternidad de un solo ánimo, y por Cristo, en el Espíritu, la condu­cen a Dios Padre'
Y el medio mas excelente de que a disponen los presbí­teros para cumplir esta misión, es la Eucaristía. Pues, como recuerda el mismo Concilio:
"Mi oficio sagrado lo ejercemos, sobre todo, en el culto o asamblea eucarística, donde obrando en nombre de Cristo y proclamando su misterio, nos unimos a oraciones de los fieles al sacrificio de su Cabeza y representan y apli­can en el sacrificio de la “EUCARISTÍA” hasta la venida del Señor (1 COR 11,26), el único sacrificio del Nuevo Testamen­to, a saber: el de Cristo, que se ofrece así mismo al Padre, una vez por todas, como hostia inmaculada; somos una “unidad”cone el pueblo presente (Hebr9,11-28)"

De esta convicción viene para la Iglesia la certeza de que en la Eucaristía se contiene todo el bien Espiritual de la Iglesia. Por eso el Vaticano 2 recomienda a los sacer­dotes:
"Procuren los presbíteros cultivar debidamente la cien­cia y el arte litúrgicos, a fin de que, por su ministerio litúrgico, las comunidades que les han sido encomenda­das alaben cada día con más perfección a Dios, Padre e Hijo y Espíritu Santo"."
Por cierto, al formar la comunidad eclesial, sobre todo al integrar las pequeñas comunidades de base, los pres­bíteros están colaborando para llegar a reunir a toda la humanidad como un grupo universal insertado en el Pueblo de Dios.
"Así, pues, la Iglesia ora y trabaja para que la totalidad del mundo se integre en el pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y templo del Espíritu Santo, y en Cristo, Cabeza de todos, se rinda al Creador universal y Padre todo honor y gloria"."YO no he venido a ser servido sino a servilos”
En concreto, vemos que corresponde al sacerdote como facilitador de la comunicación. Pero no sólo entre los hombres y Dios. También dentro de las pequeñas comunidades eclesiales de base, lo mismo que a nivel local, nacional e internacional, sin fronteras.

Cierto, su función peculiar implica que la comunicación interpersonal ocurra en el seno de la comunión tripersonal de Dios. Por tanto, a partir de su propia experiencia de Dios, debería ser un maestro de oración, en realidad, igual que los demás cristianos. El Documento de Puebla su­giere esta misión:

"Los sacerdotes, los religiosos y los laicos comprometi­dos se distinguirán por su ejemplo de oración y por la enseñanza de la misma al Pueblo de Dios".13

Al facilitar, dentro de la asamblea eucarística, la co­municación con Dios y con los demás hombres, el sa­cerdote puede emplear el estilo autoritario, democrático y centrado en la persona. Como vimos, el autoritarismo provoca rechazo, tensión, agresividad.

Por tanto, al menos podría apelar a una actitud democrática. A fin de cuentas, él no es más que un instrumento del Señor. Y aunque él preside la Eucaristía, no es el dueño de la reunión.

En realidad, si tomamos la Eucaristía como encuentro con Dios Padre por Cristo y en el Espíritu, el estilo de liderazgo más oportuno es el que se centra en las perso­nas, sean divinas, sean humanas. Al centrarse en éstas, los presbíteros pueden cumplir mejor su tarea de educa­dores en la fe.
"A los sacerdotes, en cuanto educadores en la fe, atañe procurar, por sí mismos o por otros, que cada uno de los fieles sea llevado, en el Espíritu Santo, a cultivar su pro­pia vocación de conformidad con el Evangelio, a una caridad sincera y activa y a la libertad con que Cristo nos liberó".4
En este breve párrafo se incluye la tarea de enfrentar la enajenación y despersonalización del hombre contem­poráneo. De hecho, el Concilio habla de la necesidad de promover "el adecuado proceso de maduración de la persona y las relaciones auténticamente personales (personalización)" 15

Pero, si e1 sacerdote quíere realizar este cometido con cada uno de los fieles, tiene que optar por formar, como en Brasil, el mayor número posible de comunidades eclesiales de base. Sólo así se puede celebrar una Euca­ristía centrada en las personas humanas y divinas.
COMPARTIENDO contemplativamente con UDES esta aventura divina.
Por lo que vengo diciendo acerca de la Eucaristía, el joven, sobre todo a la luz de su propia experiencia, habrá captado que en ella se realiza un “compartir” entre Dios y los hombres.

Pero, yo quiero insistir en la conve­niencia de que ese compartir profundo sea contemplativo, para que toque sus posibilidades más profundas de encuentro y contacto interpersonal.

Encuentro eucarístico con las Personas divinas
Es verdad que la presencia de Cristo es lo más saliente y notable de la celebración eucarística. En ésta se hace presente con su humanidad y repite el misterio de su muerte en la cruz.

Al ser consagrados aparte el pan y el vino, quedan separados el cuerpo y la sangre del Señor. De esta manera se simboliza y representa una vez más el sacrificio amoroso de Cristo en el Calvario.

Así, la Eucaristía hace presente también al Cristo resuci­tado y glorioso. Por ello es fiesta, banquete, convivencia. Nos ofrece la esperanza de vencer la injusticia, la opre­sión, la enajenación y todo mal, incluso la misma muerte.
Sin embargo, no obstante que Cristo se hace presente con tanta viveza y realismo, la Eucaristía constituye bá­sicamente un diálogo con Dios Padre. Si observamos bien, las invocaciones, plegarias y oraciones están diri­gidas, en la Misa, a la persona del Padre.

Sólo unas cuantas invocaciones apelan directamente a la persona de Cristo. En concreto, el Señor, ten piedad de nosotros. También, antes de la comunión, la plegaria: "Señor Jesucristo, que dijiste a tus Apóstoles: 'La paz os dejo, mi paz os doy, no tomes en cuenta nuestros peca­dos, sino la fe de tu Iglesia y..." Igualmente se dirige al Señor Jesús la oración que el sacerdote dice en silencio para prepararse a recibirlo en la comunión.
Como es de suponer, el Espíritu Santo no puede faltar en esta reunión comunitaria con las Personas divinas. De hecho, el sacerdote invoca a Dios Padre para que envíe el Espíritu sobre el pan y el vino, para que se puedan convertir en el cuerpo y la sangre de Cristo.
Fuera de estas excepciones, el resto de la celebración eucarística es llamado y apelación a Dios Padre. De hecho, la Víctima divina que es Cristo, se ofrece concre­tamente al Padre.
"Los presbíteros enseñan a fondo a los fieles a ofrecer a Dios Padre la Víctima divina en el sacrificio de la Misa y a hacer juntamente con ella oblación de su propia vida". 16
Por cierto, Dios Padre no se hace el sordo. Al contra­rio, El que siempre pronuncia su Palabra, le comuni­ca de manera especial durante la Eucaristía. En efecto, nos habla por medio de su Palabra, hecha signo humano en la Sagrada Escritura. Como sabemos, ésta es como una carta de amor que Dios nos ha escrito a todos los hombres.

Conviene, por tanto, que la lectura de la Sagrada Es­critura sea hecha
A partir de una actitud contemplati­va, sintiendo que Dios mismo está haciendo resonar sus palabras en medio de la asamblea.

Pero Dios nos habla de manera más elocuente todavía al entregarnos su Palabra hecha carne. Al entregárse­nos en el Pan eucarístico, Dios emite el mensaje de amor más espléndida nos regala todo en el todo de su Hijo.

No puede darnos, aunque es todopoderoso, nada mejor, más valioso, más digno de amor, más hermoso, más liberador, más personalizante y más perfecto que Cristo. Si viviéramos la comunicación del Padre a la hora de la comunión, sentiríamos vibrar en el corazón la Oración del alma enamorada:
"Míos son los cielos y mía es la tierra.
Mías son las gentes, los justos son míos
Y míos los pecadores.
Los ángeles son míos
Y la Madre de Dios es mía y todas las cosas son mías.
Y el mismo Dios es mío,
Porque Cristo es mío y todo para mí"."

"Por eso, Señor, te suplicamos que santifique por el mismo Espíritu estos dones que te hemos presentado para que los conviertas en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro que nos mandó celebrar estos misterios".
También pedimos, por boca del sacerdote, que el Pa­dre nos dé su Espíritu, que es la comunión de amor entre El y su Hijo, para que realmente formemos comunidad en la celebración eucarística.

"Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo con­gregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y de la Sangre de Cristo'. "Y llenos del Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu. "Congregados por el Espíritu Santo en un solo cuerpo, seamos en Cristo víctima viva para alabanza de tu glo­ria".

Y al recibir a Cristo en la comunión; si lo podemos reconocer y sentir como la Palabra con que Dios se nos regala, es gracias al Espíritu Santo, como nos recuerda san Pablo. Es evidente que EL ÁGAPE es, más que un rito con el que cumplimos el precepto dominical, un encuentro con el Padre que me ama indescriptiblemente y se me entrega sin condiciones por medio de Cristo y en el Espíritu. Celebración contemplativa de la Misa

De lo que vengo diciendo se desprende la posibilidad de celebrar la Eucaristía como un ejercicio de contacto teologal con Dios Padre por Cristo y en el Espíritu.
Considero que ya sería una buena celebración aquella en la que tenemos claro el objetivo: la comunión con Dios y con los demás hombres. El programa implicados partes: "la liturgia de la palabra y la eucarística" .

La asamblea es un grupo orgánico y vivo, puesto que está ani­mado por el Espíritu Santo; el animador humano es el sa­cerdote. Los participantes, obviamente, son los que asis­ten y representan, de alguna forma, a todos los creyentes y a todos los hombres redimidos por Cristo.

Las técnicas que el participante en la Eucaristía puede tener claras, son: el compartir sostenido por las actitudes teologales fe, esperanza y amor y las actitudes bási­cas -autenticidad, aceptación y empatía-, la interac­ción.

Cierto, no basta con tener claros los elementos de la personalidad del grupo eucarístico. Hace falta vivirlos. Sin embargo, aunque ya sería bastante vivir el diálogo con las personas divinas en unión con las personas humanas, cabe la posibilidad de profundizar ese en­cuentro con la actitud y la oración contemplativa.

La actitud contemplativa corresponde, sin más, a la actitud teologal. La fe, la esperanza y el amor, son el medio más directo para entrar en contacto con Dios, tal como san Juan de la Cruz ha podido demostrar.

"Porque como habemos dicho, el alma no se une a Dios en esta vida por el entender, ni por el gozar, ni por el imaginar, ni por otro cualquier sentido, sino sólo por la fe según el entendimiento, y por la esperanza según la memoria, y por amor según la voluntad.

Las cuales tres virtudes todas hacen, como habemos dicho, vacío en las potencias: la fe, en el entendimiento, vacío y oscuridad de entender; la esperanza hace en la memoria vacío de toda posesión, y la caridad, vacío en la voluntad y desnudez de todo afecto y gozo de todo lo que no es Dios".20
En esta perspectiva, san Juan de la Cruz nos invitaría a trascender, con la actitud teologal, lo que podemos pen­sar, entender, reflexionar, sentir y gozar acerca de Dios durante la Eucaristía.

Por tanto, la celebración contemplativa de la Misa implica-que, por lo menos en ciertos momentos, deje­mos de reflexionar y usar los sentidos. Aparté dé una más activa participación, de la que más adelante habla­ré, el Concilio recomienda: "guárdese, además, a su debido tiempo, el silencio sagrado".21

A mí me parece especialmente recomendable el silen­cio después de recibir al Señor en la Comunión. Es el momento más oportuno para entrar en contacto con Dios. Más todavía, es la oportunidad para estarse aman­do al que tanto nos ama. No hay en la tierra una ocasión mejor para buscar una experiencia contemplativa de Dios.
Así, por desgracia, muchas veces nos entretenemos en buscar cantos, cantar, dar avisos, etc., precisamente a la hora culminante de la auto comunicación y auto donación de Dios a nosotros.
Para preparar el silencio contemplativo de la comu­nión, yo suelo terminar la homilía con unos momentos de oración contemplativa. Brevemente instruyo a los fieles en los cuatro pasos, insistiendo en que no se vayan tras los pensamientos buenos, aunque se refieren a Dios, y que no luchen contra los pensamientos malos, sino que simplemente vuelvan a repetir la frase que ocupa su mente en Dios.
Enseguida les propongo que, en lugar de repetir el
Credo por entero, tratemos de vivir su contenido triper­sonal. Entonces sugiero que;
-al inspirar, repitan con el corazón, Dios Padre luego, con la, exhalación, creo que estás dentro de mi y con nosotros.
- Pasado un minuto, al inspirar, Señor Jesús, y al espirar, creo que mueres y resucitas por mí y por ellos.
- Más tarde, al inspirar, Espíritu Santo, y al exhalar, creo que habitas en mi “esencia”y en mi cuerpo.
También después de la Consagración, antes de la confesión de fe respecto al sacramento eucarístico ahí presente, propongo unos momentos para repetir con el corazón alguna frase de amor al Señor.”Te adoro con todo mi cuerpo débil...”

Pero, más allá de estas prácticas contemplativas, insisto en vivir la Eucaristía con una actitud teologal, como la que describe san Juan de la Cruz. De esta forma, sin despreciar los medios y mediaciones para llegar a Dios,
Aprovecharemos la auto comunicación divina por medio de su Palabra hecha carne, para entrar en contacto vivo con El.
La Eucaristía “COMPARTIDA”
Lejos de querer prescindir de los medios y mediacio­nes que facilitan la comunicación con Dios, pretendo en este ensayo que las aprovechemos al máximo. Me refie­ro, en particular, a la mediación estupenda que es la comunidad.

Al hablar de la interacción hemos visto que hay dos formas principales de relación humana, la primera, con ­el otro, y la segunda, hacia-el-otro. Casi siempre, du­rante la celebración eucarística estamos con-el-otro, pero no hay una relación o interacción. Nos mantene­mos unos junto a otros en la búsqueda del Señor.

Lo cual es bueno, pero insuficiente, si queremos recibir la ayuda del grupo como tal en modo más vivo e intenso.
Participación activa
Antes de seguir adelante en estas consideraciones, quiero recordar con el magisterio de la Iglesia, la necesi­dad que tenemos de buscar una participación más cons­ciente en la Misa.
De esta manera se acrecentará la dinámica grupal de la asamblea y, sobretodo, la comu­nión con Dios por Cristo en el Espíritu Santo.

El Concilio se dio la tarea de promover una interac­ción más intensa entre los fieles y el Señor por medio de la liturgia. Y en términos generales, recomienda:
"Para promover la participación activa se fomentarán las aclamaciones del pueblo, las respuestas, la salmodia, las antífonas, los cantos, y también las acciones o gestos y posturas corporales".22
No temas que aquí hay una alusión al ritualismo litúr­gico que denuncié en el primer capítulo. Y se intenta combatir el ritualismo con “el compartir”, la comunicación, la acción o interacción respecto a Dios Padre.
Cuando el Concilio se refiere más en concreto a la participación activa en la Misa, declara:
"Por tanto, la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extra­ños y mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen cons­ciente, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la Palabra de Dios,

Se fortalezcan en la mesa del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecer­se a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él; se perfeccionen día a día por Cristo Mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos".23
Pues de la comunión del celebrante, reciban del mismo sacrificio el cuerpo del Señor".25
Cuando las circunstancias lo permiten, como una pro­longación de la común-unión con el Señor y de la oración común, tal vez podemos aprovechar la celebración eu­carística para vivir el compartir altamente recomendado por el Concilio:


"Es necesario que se promueva en el seno de la Iglesia la mutua estima, respeto y concordia, reconociendo todas las legítimas diversidades, para abrir, con fecundidad siempre creciente, el diálogo entre todos los que inte­gran el único Pueblo de Dios, tanto los pastores como los demás fieles".26

Considero que el ÁGAPE EUCARISTICO es una de las PRIVILIGIADAS oportuni­dades que fieles y pastores tienen para encontrarse. Y sin quitar al sacerdote su tarea de maestro que explica y profundiza la palabra de Dios con la homilía, hay mo­mentos en que se puede promover un verdadero “COMPARTIR” entre los participantes. Esto, quiere decir: hablar de corazón a corazón; donde se expresan los SENTIMIENTOS de luz o de sombra por cierto, en la línea de una participación más activa-como pedía el Concilio­ en la Eucaristía.

Por ejemplo, el acto penitencial se presta para sacar a la luz las tensiones y conflictos grupales, sin acusacio­nes ni culpas. Más bien con humildad, frente a Dios, reconociendo que todos somos pecadores. Cierto, sería mejor que en la línea de la autenticidad confesáramos públicamente nuestras faltas y pecados leves. Pero, siempre es un riesgo. Posteriormente, se pueden apro­vechar esas confesiones para criticar, juzgar, condenar, despreciar y desacreditar al prójimo...

Después de la homilía del sacerdote, sin alargarse excesivamente, se podría compartir la propia experien­cia de Dios, el impacto recibido con la escucha de la Palabra de Dios, los propios anhelos o dificultades en el camino de la santidad cristiana.-Habitualmente yo les pido a los jóvenes que compartan lo que la lectura les dice. Es maravilloso lo que he escuchado

En particular, la oración de los fieles permite compar­tir, indirectamente, con los demás participantes, las pro­pias necesidades, proyectos, alabanzas, acciones de gracias y, más que nada, el deseo de amar en todo a Dios.

Una vez que, en silencio, hemos vivido la comunión con el Señor, tras haberlo recibido en el Pan eucarístico, podemos sentir un poco la fiesta y el banquete, si com­partimos nuestras experiencias con los demás.

Ciertamente, el Sacerdote que preside la Eucaristía como animador de la comunicación con Dios y con los circunstantes, necesita ser un experto en dinámica de grupos, para que mantenga, no sólo el equilibrio, sino sobre todo, un ambiente contemplativo.

Apertura a la comunidad universal
El Concilio es consciente de que la celebración euca­rística, por así decir, requiere un entrenamiento de los participantes en las habilidades y actitudes necesarias para la comunicación de comunidad, de forma que vivan una participación activa.
"Ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y inicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzarse toda educación en el espíritu de comunidad" .27
En el capítulo correspondiente ya he señalado algu­nas de esas habilidades: escucha, comunicación autén­tica, aceptación, empatía, liberación de expectativas, de prejuicios, etc. Pero ahora quiero señalar una que me parece capital: la apertura ala comunidad internacional, con el consiguiente esfuerzo por construirla.

En realidad, la existencia futura del hombre requiere la colaboración de las instituciones de la comunidad internacional.

Desde que leí a Gandhi y capté con su ejemplo la enseñanza cristiana de que todos los hom­bres son hermanos, descubrí que la apertura universal del corazón es un ingrediente fundamental en las rela­ciones humanas y en el contacto con Dios.

E Fromm, en su Arte de amar, nos recuerda que el amor fraterno, precisamente porque es universal, es "la clase más fundamental de amor, básica en todos los tipos de amor" .29
"El amor fraternal es el amor a todos los seres humanos; se caracteriza por su falta de exclusividad. Si he desarro­llado la capacidad de amar, no puedo dejar de amar a mis hermanos.
En el amor fraternal se realiza la experiencia de unión con todos los hombres, de solidaridad humana, de reparación humana. El amor fraternal se basa en la experiencia de que todos somos uno. Las diferencias en talento, inteligencia, conocimiento, son despreciables en comparación con la identidad de la esencia humana común a todos los hombres. Para experimentar dicha identidad es necesario penetrar desde la periferia hacia el núcleo.
Si percibo en otra persona nada más que lo superficial, percibo principalmente las diferencias, lo que nos separa. Si penetro hasta el núcleo, percibo nues­tra identidad, el hecho de nuestra hermandad. Esta relación de centro a centro -en lugar de la de periferia a periferia- es una `relación central'...".

La Eucaristía es una invitación a vivir esa relación central, cuando participamos activamente en ella y, en especial, si la vivimos en forma contemplativa.

Como he insistido ya, la oración contemplativa es ejercicio del núcleo personal, es encuentro de corazón a corazón con Dios. Por tanto, la contemplación me pue­de entrenar en esa relación de centro a centro, que Fromm menciona como elemento del amor universal.

Por otra parte, la Eucaristía es símbolo también de que todos somos uno, de la identidad común a todos los hombres. En efecto, el pan que se convierte en el Cuerpo de Cristo, está hecho de muchos granos y el vino con muchas uvas, que nos recuerdan la multitud por la que Cristo derrama su sangre.

En este sentido, la Eucaristía es un hecho universalis­ta y sin un espíritu igualmente universalista, no puede ser vivida en plenitud.

Por otro lado, Cristo sacrifica eucarísticamente su vida en favor, de todos los hombres, pero sobretodo por los más pobres, humillados, oprimidos, necesitados. Allí, sobre el Calvario del altar, Cristo se solidariza con todos los que sufren en el mundo. Y al mismo tiempo que nos invita a imitarlo, nos abre la perspectiva del aprendi­zaje de un amor gratuito y desinteresado, que es el amor verdadero.
"El amor sólo comienza a desarrollarse cuando amamos a quienes no necesitamos para nuestros fines persona­les. En forma harto significativa, en el Antiguo Testa­mento, el objeto central del amor del hombre es el pobre, el extranjero, la viuda y el huérfano, y, eventualmente, el enemigo nacional, el egipcio y el domita".31Al participar contemplativamente en la Eucaristía, es­cuchamos en el corazón la Palabra del Padre que, entre otras cosas, nos remite a la recomendación conciliar:

"Cooperen gustosamente y de corazón los cristianos en la edificación del orden internacional con la observancia auténtica de las legítimas libertades y la amistosa frater­nidad con todos".

El Documento de Puebla-, coloca estas preocupacio­nes conciliares en un contexto eucarístico. Por ejemplo, propone este principio orientador:
"El recurso a la fuente de la fuerza divina de la oración asidua, la meditación de la palabra de Dios que cuestio­na siempre y la participación eucarística de los construc­tores de la sociedad quienes con sus enormes responsa­bilidades, se hallan rodeados de tentaciones que los llevan a encerrarse en el ámbito de las realidades terre­nas sin apertura a las exigencias del Evangelio".

No cabe duda, la Eucaristía es ocasión de Encuentro, no sólo con las Personas divinas, sino también con las humanas. Y en ella se hace presente la fuente misma de toda dinámica grupal:
Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.

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