. INFELIZ; EL ESCLAVO Y CAUTIVO
que se deja estar
Con estas mismas palabras, esclavo y cautivo, sugiere san Juan de la Cruz cuál es la causa de mi infelicidad. Si me vuelvo dependientes respecto al tabaco, el alcohol, la droga, los juegos de azar, el trabajo, el estrés, la neurosis, el sexo, el enamoramiento, la persona amada, la propia perfección moral, las prácticas religiosas, etc., no puedo ser feliz.
Si enajeno mi libertad, dejo de comportarme como persona libre. Caigo en una regresión pavorosa. No sólo me vuelvo a inmaduro e infantil, sino que adopto la condición de objeto o cosa. Esto lo consigo al dejarme poseer, dominar y destruir por un ser humano, por un pensamiento, sentimiento o acción, lo mismo que por un objeto, un rol social, la moda, etc. Así, incluso bajo apariencias de bien, me degrado mi valor y dignidad de mi naturaleza humana.
La libertad personal convertida en cadena
Cada uno de nosotros es persona en cuanto aparece como un ser
1) único e irrepetible,
2) responsable,
3)libre,
4)Capaz de aprender a amar.
En cierta manera, el centro de esta raíces judeo-cristiana del hombre consiste en la libertad
Ante los demás o ante Dios, somos responsables de nuestra libertad para amar. Si carecemos de libertad, no somos responsables de nuestros actos.
Cuando nos advierte así primero debe venir la responsabilidad, que nos compromete éticamente con los demás, para que no haga que no hagamos de la libertad personal una prisión que nos encierre
como ocurre en nuestro tiempo, dentro del individualismo y del egoísmo. No obstante que pongamos el acento en la responsabilidad, el hecho de ser libres sigue siendo fundamental. Y cuando eliminamos la libertad o la vendemos o la encadenamos, degradamos vergonzosamente nuestra condición de personas. Al rebajarnos de este modo, no sólo nos volvemos infelices, sino que, hasta cierto punto, ponemos en peligro nuestro equilibrio mental, ya que pervertimos la misma realidad.
Perversión de la realidad
Esta expresión no se halla en el lenguaje sanjuanista. Sin embargo él nos la podría sugerir. De diferentes modos da a entender que nuestra servidumbre trastorna -en nuestra cosmovisión y comportamiento- el orden verdadero del universo.
Si utilizamos la figura de la transpersonalidad, podremos representarnos mejor lo que hacemos con nuestras dependencias. Cuando Yo ato mi libertad a alguna cosa o persona, pierdo mi capacidad de infinito. Cerramos nuestra dimensión parabólica. Fabrico mi propio mundo. Me encierro en la figura elíptica que me simboliza el yo prisionero de mí mismo. En razón de la dependencia o adicción respecto a una criatura, nos convertimos en esclavos.
En este gráfico pongo una línea recta desde el centro del yo hasta el punto
que sería la tierra con todos sus bienes. Uno de éstos podría ser la riqueza. El avaro sustituye su núcleo personal con el dinero. Y al mismo tiempo que convierte su yo en un calabozo con muros de oro, se constituye a sí mismo en el centro del universo.
Aunque las líneas punteadas, que indican apertura y comunicación se han cerrado, el universo-sigue existiendo con toda su realidad. Sólo que ha sido pervertido por el avaro. El cual, con su comportamiento y actitudes, coloca todo en la órbita del dinero con que ha llenado su corazón. La familia y los amigos, la sociedad y la humanidad, la vida misma y todo el universo han sido manipulados por el afán de lucro. La realidad entera es utilizada para aumentar el propio capital y fortalecer la actitud de avaricia.
La adicción al dinero, igual que otras formas de dependencia, distorsiona también nuestra relación con el verdadero Absoluto que es Dios. Al volvernos adictos seguimos teniendo un absoluto. No podemos prescindir de él en nuestra vida. Sólo que, deformando la realidad, le damos valor absoluto a una criatura relativa. A ésta la hemos convertido en un absoluto falso.
En cambio, al verdadero absoluto lo tratamos como algo relativo. Lo reducimos a un objeto más. Tal vez hagamos oración y hasta participemos habitualmente en actos religiosos. Sin embargo, es probable que con esta falsa religiosidad estemos rindiendo culto al dinero o a cualquier otro ídolo que nos hayamos fabricado.
Debido a la dependencia afectiva y existencial, las criaturas dejan de transparentarnos a Dios y de conducirnos hacia El. Las hemos transformado en prisión y cadenas. De suyo son buenas y necesarias para vivir y para caminar hacia Dios. Pero, porque las usamos idolátricamente
te, sustituimos a Dios con ellas. Y, lo peor del caso, es que les ofrendamos una entrega radical que sólo Dios se merece. Entonces les sacrificamos -igual que hace el avaro respecto a las riquezas-, nuestra familia, amistades, religión, felicidad, bienestar, salud e, incluso, la propia vida.
Pensemos en los alcohólicos, drogadictos, adictos al juego, al trabajo, al poder, a la fama, al tabaco, etc., y comprobaremos que, en efecto, nuestras dependencias nos llevan a sacrificarlo todo. Al usar las criaturas para nuestras idolatrías, dejamos de poseerlas. En consecuencia, ellas nos dominan, poseen y esclavizan. Y así el adicto, "en tanto que tiene de ellas algo con voluntad asida, no tiene ni posee nada, antes ellas le tienen poseído a él el corazón; por lo cual, como cautivo, pena" (3S 20,3).
En Alcohólicos Anónimos, lo mismo que en otros grupos anónimos de adictos, se reconoce la necesidad de buscar la ayuda de un Poder Superior, si uno se quiere ver libre de sus dependencias. En el segundo de los doce pasos de A.A., se dice: "llegamos al convencimiento de que sólo un Poder Superior a nosotros mismos podría devolvernos el sano juicio".
Más adelante, cuando entran en el paso tercero, ya se atreven a darle el nombre de Dios a ese Poder Superior. Al principio no usan el nombre de Dios porque muchos alcohólicos lo rechazan. Pero una vez que han sentido su ayuda poderosa, aprenden a entregarse a El, que es el verdadero Absoluto. Por cierto, en éstos y otros grupos de adictos son respetadas las diferentes creencias religiosas. Por este motivo, ya en el tercer paso, aclaran:
"Decidimos poner nuestra voluntad y nuestras vidas al cuidado de Dios, tal como nosotros lo concebimos".
Mientras subsiste la adicción a algo o respecto a alguien, la relación con ese Dios que nos ayuda, resulta casi imposible. La razón consiste en que a Dios no lo tratamos como Dios, sino como un objeto más, que hacemos girar en la órbita elíptica de nuestro yo. "Así, el que quiere amar otra cosa juntamente con Dios, sin duda es tener en
poco a Dios, porque pone en una balanza con Dios lo que sumamente dista de Dios" (iS 5,4).
En otro texto, san Juan de la Cruz nos manifiesta una experiencia, en lo que a Dios respecta, muy semejante a la de A.A. Me refiero al hecho de encontrar la libertad en la unión con Dios. Lo cual, según nos aclara el Santo, mientras no cortemos sinceramente del corazón toda dependencia voluntaria, resulta inalcanzable.
"Y, por tanto, no podrá el alma llegar a la real libertad del espíritu, que se alcanza en la divina unión, porque la servidumbre ninguna parte puede tener con la libertad, la cual no puede morar en el corazón sujeto a “quereres”, porque éste es corazón de esclavo" (1S 4,6).
La raíz de las cadenas
Supongo que todos, de cualquier manera, hemos experimentado lo que es una dependencia. En mi adolescencia, por más de un año, empecé a probar la amargura de la infelicidad. Me volví dependiente de las inquietudes sexuales de esa edad. Ahora, sobre todo, reconozco una fuerte adicción respecto a mi yo. Me siento encadenado por él.
Al escribir estas páginas quiero compartir mis ansias de libertad. Igual que los grupos anónimos de alcohólicos, drogadictos, etc., decido poner mi voluntad y mi vida al cuidado de Dios. Y para este proyecto adopto a san Juan de la Cruz como maestro. El me enseña a escuchar y a comprender al Maestro.
En lo que respecta a la esclavitud o dependencia, este Santo es un especialista. Como tal, ha sabido ir a la raíz de toda clase de adicciones, desde las más graves como el alcoholismo y la drogadicción, hasta las más sutiles, como el apego a la santidad personal.
"Porque lo mismo da que una ave esté asida a un hilo delgado que a un grueso, porque, aunque sea delgado, tan asida se estará a él como al grueso, en tanto que no le quebrare para volar. Verdad es que el delgado es más fácil de quebrar; pero, por fácil que
es, si no le quiebra, no volará. Y así es el alma que tiene asimiento en alguna cosa, que, aunque más virtud tenga, no llegará a la libertad de la divina unión" (1S 11,4). -
Aparte del hecho social y ancestral del pecado, que nos predispone a todo tipo de esclavitudes, podemos encontrar una raíz estructural o psicológica en nuestra personalidad.
En este nivel personal las adicciones ponen en juego la propia libertad, las necesidades o apetitos, la vida en su expresión humana. Omito, para mayor claridad, los condicionamientos hereditarios, culturales, sociales y familiares.
El Santo carmelita habla con gran frecuencia de los apetitos. Por regla general se refiere, no tanto a las necesidades en sí mismas, sino a las que se han convertido en adicciones. Estas corresponden, con mayor propiedad, a los apetitos desordenados.
Entonces tenemos claro un hecho: las adicciones se sustentan sobre una necesidad. La satisfacción exagerada, desmedida y desordenada de la misma, se transforma en una dependencia. Necesitamos beber. Pero beber alcohol y en exceso, nos conduce al alcoholismo. Tanto más si, a nivel de enfermedad, estamos predispuestos a caer en él. También tenemos necesidad de asegurar nuestra sobrevivencia. Sin embargo, al afanarnos desmedidamente por acumular riquezas, nos hundimos en la avaricia.
Podríamos repasar todas las adicciones: al sexo, al placer, al juego, al poder, a una neurosis, etc., y, con mayor o menor claridad, descubriríamos que, allá en el fondo, hay una necesidad o apetito.
Además, nuestras necesidades tienen su último fundamento en la vida misma. Cierto, en la vida humana, pero, al fin, vida. Este hecho nos explica la profundidad, el poderío, la persistencia y el dominio tremendos de un apetito desordenado. Las tendencias de la vida: a la conservación del organismo, a la reproducción, a la comunicación, al crecimiento, a la diferenciación, a la autonomía, etc., constituyen las últimas y más hondas raíces de nuestras adicciones.
Para vernos libres de éstas se requiere todo un proceso, humano y espiritual, que nos abra a la ayuda del grupo y al poder de Dios. Al mismo tiempo, el secreto o la clave se encuentra en la libertad personal. Si ésta no interviene reforzando la exagerada y desordenada satisfacción de una necesidad, no caeremos en manos del apetito o adicción. "Los apetitos están en la segunda potencia del alma, que es la voluntad" (iS 9,6).
Esta nos permite aferrarnos a las cosas, pues por medio de ella las miramos "con asimiento de propiedad" (3S 20,2). Y no sólo nos apegamos a las cosas, sino a la adicción en sí (2S 21,12). Peor todavía, podemos tener también "apetitos de propiedad en lo espiritual" (2S 1,1). Por ejemplo, es posible convertir la práctica de la meditación, que ahora está de moda, en una verdadera adicción.
Gracias al apoyo de la voluntad, la adicción o apetito crece, aumenta sus exigencias, se torna despóticamente insaciable. "Porque, como comúnmente dicen, el apetito es como el fuego, que, echándole leña, crece" (iS 6,6).
Al mismo tiempo, como muchos de nosotros sabemos por experiencia, una adicción trae otras consigo. "Y así, casi nunca se verá un alma que sea negligente en vencer un apetito, que no tenga otros muchos, que salen de la misma flaqueza e imperfección que tiene en aquél" (1S 11,5). El fármaco dependiente suele caer también en los excesos del sexo, de la pereza o irresponsabilidad, del egoísmo, etc. Los alcohólicos con que he trabajado, aunque no sean activos en su alcoholismo, conservan otras pequeñas dependencias.
Lo peor del caso, ya en la línea de la felicidad, es que las adicciones se hallan muy lejos de dárnosla. Al contrario, nos hacen infelices.
"Cansase y fatigase el alma que desea cumplir sus apetitos, porque es como el que, teniendo hambre, abre la boca para hartarse de viento y, en lugar de hartarse, se seca más, porque aquél no es su manjar" (IS 6,6).
Además, los apetitos nos llenan de angustia y tormento. Mientras no encontramos lo que deseamos -droga, al-
cohol, sexo, alabanzas, etc.-, nos sentimos desesperadamente angustiados. "La concupiscencia aflige al alma debajo del apetito por conseguir lo que quiere" (iS 7,1).
De pronto, con la satisfacción del apetito, experimentamos gusto. "Porque el apetito, cuando se ejecuta, es dulce y parece bueno, pero después se siente su amargo efecto; lo cual podrá bien juzgar el que se deja llevar de ellos" (1S 12,5).
En concreto, "nunca se contentan" los que se dejan dominar por una adicción, "porque nunca se satisface" (1S 6,6). No se sienten contentos ni menos felices, ya que el apetito es como barril sin fondo, nunca se llena. No les resta sino envidiar a los que, por ser libres, experimentan la felicidad y actúan en la vida con alegría y creatividad.
"Porque éstos que no mortifican sus apetitos, justamente, cuando declinan, ven la hartura del dulce espíritu de los que están a la diestra de Dios, la cual a ellos no se les concede; y, justamente, cuando corren hacia la siniestra, que es cumplir su apetito en alguna criatura, no se hartan; pues, dejando lo que sólo puede satisfacer, se apacientan de lo que les causa más hambre" (1S 6,7).
La totalidad personal encadenada
En la figura elíptica, que describe la perversión de la realidad, se sugiere que la adicción llena el centro del yo. Desde éste resultan negativamente afectadas las diferentes funciones de la totalidad personal.
Entonces advertimos que el cuerpo, lo mismo que los sentidos exteriores e interiores, así como el pensamiento, la memoria y la voluntad, son puestos por entero al servicio de nuestras adicciones. Entre éstas, por ejemplo, cobran un relieve particular nuestros enamoramientos o, según el Doctor Místico, nuestros "quereres". Los cuales son designados también con términos como afectos, aficiones y afecciones.
De la necesidad de estima y sobre todo de la tendencia a amar y ser amados, surge la posibilidad de convertir un
enamoramiento en adicción. Esto era frecuente en la época del Santo, lo mismo que en la actualidad.
"Y ya habemos visto muchas personas a quien Dios hacía merced de llevar muy adelante en gran desasimiento y libertad, y por sólo comenzar a tomar un asimientillo de afición y, so color de bien, de conversación y amistad, írseles por allí vaciando el espíritu y gusto de Dios y santa soledad, y caer de la alegría y enterez en los ejercicios espirituales y no parar hasta perderlo todo. Y esto, porque no atajaron aquel principio de gusto y apetito sensitivo" (1S 11,5).
Está claro que un enamoramiento, lo mismo que otra adicción cualquiera, es reforzado por la libertad personal. Entonces la voluntad, poco a poco, se esclaviza bajo pretextos muy diversos., Uno de éstos podría ser la pretensión de cumplir el mandamiento del amor. En apariencia, sólo se busca entablar una amistad. A la larga, se convierte en un apetito afectivo y sexual.
Un querer de esta índole acapara, en forma exclusivista, todas las energías y funciones de nuestra personalidad. Nos viene a la memoria la persona que queremos, pensarnos en ella, nos representamos sus cualidades e imaginamos diálogos con ella, nos gozamos emocionalmente con ella, nuestro cuerpo llega a excitarse con la figura de ella, la voluntad busca medios y supera los obstáculos para tener un encuentro con ella.
En ésta y otras situaciones de dependencia, encontramos que "la parte sensitiva, que es la casa de todos los apetitos" (IS 15,2), se comporta como una opresora tiránica de la polaridad racional de nuestro yo. Vemos así que la "injusticia institucionalizada" en la sociedad también se instala en la estructura personal. Somos opresores de nosotros mismos. Como si el proletariado de un pueblo se transforma en el opresor de los otros sectores de la sociedad.
En efecto, observamos que las adicciones dominan y controlan la racionalidad personal. "La ceguedad del sen_ido racional y superior es el apetito, que, como catarata y
nube, se atraviesa y pone sobre el ojo de la razón, para que no vea las cosas que están delante" (L 3,72).
"Ciega y oscurece el apetito al alma, porque el apetito, en cuanto apetito, ciego es; porque, de suyo, ningún entendimiento tiene en sí, porque la razón es siempre su mozo de ciego. Y de aquí es que todas las veces que el alma se guía por su apetito, se ciega, pues es guiarse el que ve por el que no ve; lo cual es como ser entrambos ciegos" (IS 8,3).
Si el pensamiento, del que dependen otras funciones psíquicas, está ciego, entonces es normal que éstas también resulten trastornadas en sus operaciones. Una persona que no ve con claridad su mundo externo e interno, en cualquier modo, tendrá tropiezos. El alcohólico, por ejemplo, es víctima de la ceguedad en muchas áreas de su existencia.
"Y en eso mismo que se oscurece según el entendimiento, se entorpece también según la voluntad, y según la memoria se enrudece y desordena en su debida operación; porque, como estas potencias, según sus operaciones, dependen del entendimiento, estando él impedido, claro está lo han ellas de estar desordenadas y turbadas" (IS 8,2).
Si nos detenemos ahora en la memoria, advertimos que al estar llena de recuerdos e imágenes de quien nos hemos enamorado, no tiene habilidad ni claridad para evocar otros valores. "Y menos la tiene la memoria que está ofuscada con las tinieblas del apetito para informarse con serenidad de la imagen de Dios, corno tampoco el agua turbia puede mostrar claro el rostro del que se mira" (1S 8,2).
La memoria en estas condiciones se convierte, por así decir, en el órgano de la infelicidad. A fuerza de recordar nuestros quereres o simplemente las cosas que encontramos por nuestro camino, reforzamos nuestras adicciones, despertamos emociones y pasiones, sacamos conclusiones falsas, etc.
"Imperfecciones a cada paso las hay si pone la memoria en lo que oyó, vio, tocó, olió, gustó, etc.; en lo cual se le ha de pegar alguna afección, ahora de dolor, ahora de temor, ahora de odio, o de vana esperanza y vano gozo y vanagloria, ETC...
Y que se le engendren apetitos, también se ve claro, pues de las dichas noticias y discursos naturalmente nacen, y sólo querer tener la dicha noticia y discurso es apetito. Y que ha de tener también muchos toques de juicios, bien se ve, pues no puede dejar de tropezar con la memoria en males y bienes ajenos, en que a veces parece lo malo bueno, y lo bueno malo" (3S 3,3).
No hacía falta que leyéramos estos párrafos del Santo para reconocer que la memoria, en especial si la usamos para recordar hechos o individuos negativos, es el instrumento con que apagamos la alegría. "Cuántas tristezas y aflicciones" producimos con nuestros recuerdos.
"Y nunca le nacen al alma turbaciones si no es de las aprehensiones de la memoria. Porque, olvidadas todas las cosas, no hay cosa que perturbe la paz ni que mueva los apetitos, pues, como dicen, lo que el ojo no ve, el corazón no lo desea" (3S 5,1).
Cierto, la otra variante de este refrán, ojos que no ven, corazón que no siente, nos resulta de gran utilidad práctica en nuestra vida cotidiana.
En este hecho se apoya la terapia racional-emotiva de Ellis. Si cambiamos los pensamientos irracionales, logramos el efecto, no sólo de generar emociones y sentimientos positivos, sino también de enfrentar más constructivamente nuestra existencia.
Por otra parte, ya hemos visto que la voluntad se halla a la raíz de los apetitos. Los cuales, a su vez, la limitan y dominan. Entonces los adictos nos volvemos incapaces de emplear la libertad para el amor.
"Y así, se van más apartando de la justicia y virtudes, porque van más extendiendo la voluntad en la afección de las virtudes" (3S 19,6).
Anteriormente, en el primer capítulo, recordé que los deleites de la voluntad en las cosas del mundo, compara
dos con los de Dios, "son suma pena, tormento y amargura. Y así, el que pone su corazón en ello es tenido delante de Dios por digno de suma pena, tormento y amargura. Y así, no podrá venir a los deleites del abrazo de la unión de Dios, siendo él digno de pena y amargura" (1S 4,7).
Termino este tema acerca de la libertad convertida en cadena con un trozo del libro Más allá del ego, que desde la psicología transpersonal, nos habla del apetito o adicción con el término apego, al que considera como una forma de condicionamiento.
"Una de las formas de condicionamiento que las disciplinas orientales han estudiado en detalle es el apego. El apego se vincula íntimamente al deseo y significa que el resultado del no cumplimiento del deseo será el dolor. Por consiguiente, el apego desempeña un importante papel en '.a causa del sufrimiento, y para la cesación de ésta es fundamental la renuncia al apego.
Siempre que hay apego
La asociación con él
Trae desdicha interminable.
Mientras seguimos apegados, seguimos poseídos; y estar poseído significa la existencia de algo más fuerte que uno mismo".
No sólo las disciplinas orientales han estudiado en detalle el apego. San Juan de la Cruz, igual que otros místicos occidentales, también se ocupa, en modo muy fino y práctico, de esta fuente de sufrimiento que es el apetito.
La aflicción de no caminar.
Para nuestro Santo cada uno de nosotros es un proceso. Porque somos vivientes estamos sujetos a la ley biológica del crecimiento. Naturalmente tendemos a cambiar, crecer, madurar y fructificar.
Entre otras maneras, este proceso que es cada quien, es sugerido con el verbo caminar. La vida es un camino hacia el AMOR PLENO..JOSE FORBES.TQM
que se deja estar
Con estas mismas palabras, esclavo y cautivo, sugiere san Juan de la Cruz cuál es la causa de mi infelicidad. Si me vuelvo dependientes respecto al tabaco, el alcohol, la droga, los juegos de azar, el trabajo, el estrés, la neurosis, el sexo, el enamoramiento, la persona amada, la propia perfección moral, las prácticas religiosas, etc., no puedo ser feliz.
Si enajeno mi libertad, dejo de comportarme como persona libre. Caigo en una regresión pavorosa. No sólo me vuelvo a inmaduro e infantil, sino que adopto la condición de objeto o cosa. Esto lo consigo al dejarme poseer, dominar y destruir por un ser humano, por un pensamiento, sentimiento o acción, lo mismo que por un objeto, un rol social, la moda, etc. Así, incluso bajo apariencias de bien, me degrado mi valor y dignidad de mi naturaleza humana.
La libertad personal convertida en cadena
Cada uno de nosotros es persona en cuanto aparece como un ser
1) único e irrepetible,
2) responsable,
3)libre,
4)Capaz de aprender a amar.
En cierta manera, el centro de esta raíces judeo-cristiana del hombre consiste en la libertad
Ante los demás o ante Dios, somos responsables de nuestra libertad para amar. Si carecemos de libertad, no somos responsables de nuestros actos.
Cuando nos advierte así primero debe venir la responsabilidad, que nos compromete éticamente con los demás, para que no haga que no hagamos de la libertad personal una prisión que nos encierre
como ocurre en nuestro tiempo, dentro del individualismo y del egoísmo. No obstante que pongamos el acento en la responsabilidad, el hecho de ser libres sigue siendo fundamental. Y cuando eliminamos la libertad o la vendemos o la encadenamos, degradamos vergonzosamente nuestra condición de personas. Al rebajarnos de este modo, no sólo nos volvemos infelices, sino que, hasta cierto punto, ponemos en peligro nuestro equilibrio mental, ya que pervertimos la misma realidad.
Perversión de la realidad
Esta expresión no se halla en el lenguaje sanjuanista. Sin embargo él nos la podría sugerir. De diferentes modos da a entender que nuestra servidumbre trastorna -en nuestra cosmovisión y comportamiento- el orden verdadero del universo.
Si utilizamos la figura de la transpersonalidad, podremos representarnos mejor lo que hacemos con nuestras dependencias. Cuando Yo ato mi libertad a alguna cosa o persona, pierdo mi capacidad de infinito. Cerramos nuestra dimensión parabólica. Fabrico mi propio mundo. Me encierro en la figura elíptica que me simboliza el yo prisionero de mí mismo. En razón de la dependencia o adicción respecto a una criatura, nos convertimos en esclavos.
En este gráfico pongo una línea recta desde el centro del yo hasta el punto
que sería la tierra con todos sus bienes. Uno de éstos podría ser la riqueza. El avaro sustituye su núcleo personal con el dinero. Y al mismo tiempo que convierte su yo en un calabozo con muros de oro, se constituye a sí mismo en el centro del universo.
Aunque las líneas punteadas, que indican apertura y comunicación se han cerrado, el universo-sigue existiendo con toda su realidad. Sólo que ha sido pervertido por el avaro. El cual, con su comportamiento y actitudes, coloca todo en la órbita del dinero con que ha llenado su corazón. La familia y los amigos, la sociedad y la humanidad, la vida misma y todo el universo han sido manipulados por el afán de lucro. La realidad entera es utilizada para aumentar el propio capital y fortalecer la actitud de avaricia.
La adicción al dinero, igual que otras formas de dependencia, distorsiona también nuestra relación con el verdadero Absoluto que es Dios. Al volvernos adictos seguimos teniendo un absoluto. No podemos prescindir de él en nuestra vida. Sólo que, deformando la realidad, le damos valor absoluto a una criatura relativa. A ésta la hemos convertido en un absoluto falso.
En cambio, al verdadero absoluto lo tratamos como algo relativo. Lo reducimos a un objeto más. Tal vez hagamos oración y hasta participemos habitualmente en actos religiosos. Sin embargo, es probable que con esta falsa religiosidad estemos rindiendo culto al dinero o a cualquier otro ídolo que nos hayamos fabricado.
Debido a la dependencia afectiva y existencial, las criaturas dejan de transparentarnos a Dios y de conducirnos hacia El. Las hemos transformado en prisión y cadenas. De suyo son buenas y necesarias para vivir y para caminar hacia Dios. Pero, porque las usamos idolátricamente
te, sustituimos a Dios con ellas. Y, lo peor del caso, es que les ofrendamos una entrega radical que sólo Dios se merece. Entonces les sacrificamos -igual que hace el avaro respecto a las riquezas-, nuestra familia, amistades, religión, felicidad, bienestar, salud e, incluso, la propia vida.
Pensemos en los alcohólicos, drogadictos, adictos al juego, al trabajo, al poder, a la fama, al tabaco, etc., y comprobaremos que, en efecto, nuestras dependencias nos llevan a sacrificarlo todo. Al usar las criaturas para nuestras idolatrías, dejamos de poseerlas. En consecuencia, ellas nos dominan, poseen y esclavizan. Y así el adicto, "en tanto que tiene de ellas algo con voluntad asida, no tiene ni posee nada, antes ellas le tienen poseído a él el corazón; por lo cual, como cautivo, pena" (3S 20,3).
En Alcohólicos Anónimos, lo mismo que en otros grupos anónimos de adictos, se reconoce la necesidad de buscar la ayuda de un Poder Superior, si uno se quiere ver libre de sus dependencias. En el segundo de los doce pasos de A.A., se dice: "llegamos al convencimiento de que sólo un Poder Superior a nosotros mismos podría devolvernos el sano juicio".
Más adelante, cuando entran en el paso tercero, ya se atreven a darle el nombre de Dios a ese Poder Superior. Al principio no usan el nombre de Dios porque muchos alcohólicos lo rechazan. Pero una vez que han sentido su ayuda poderosa, aprenden a entregarse a El, que es el verdadero Absoluto. Por cierto, en éstos y otros grupos de adictos son respetadas las diferentes creencias religiosas. Por este motivo, ya en el tercer paso, aclaran:
"Decidimos poner nuestra voluntad y nuestras vidas al cuidado de Dios, tal como nosotros lo concebimos".
Mientras subsiste la adicción a algo o respecto a alguien, la relación con ese Dios que nos ayuda, resulta casi imposible. La razón consiste en que a Dios no lo tratamos como Dios, sino como un objeto más, que hacemos girar en la órbita elíptica de nuestro yo. "Así, el que quiere amar otra cosa juntamente con Dios, sin duda es tener en
poco a Dios, porque pone en una balanza con Dios lo que sumamente dista de Dios" (iS 5,4).
En otro texto, san Juan de la Cruz nos manifiesta una experiencia, en lo que a Dios respecta, muy semejante a la de A.A. Me refiero al hecho de encontrar la libertad en la unión con Dios. Lo cual, según nos aclara el Santo, mientras no cortemos sinceramente del corazón toda dependencia voluntaria, resulta inalcanzable.
"Y, por tanto, no podrá el alma llegar a la real libertad del espíritu, que se alcanza en la divina unión, porque la servidumbre ninguna parte puede tener con la libertad, la cual no puede morar en el corazón sujeto a “quereres”, porque éste es corazón de esclavo" (1S 4,6).
La raíz de las cadenas
Supongo que todos, de cualquier manera, hemos experimentado lo que es una dependencia. En mi adolescencia, por más de un año, empecé a probar la amargura de la infelicidad. Me volví dependiente de las inquietudes sexuales de esa edad. Ahora, sobre todo, reconozco una fuerte adicción respecto a mi yo. Me siento encadenado por él.
Al escribir estas páginas quiero compartir mis ansias de libertad. Igual que los grupos anónimos de alcohólicos, drogadictos, etc., decido poner mi voluntad y mi vida al cuidado de Dios. Y para este proyecto adopto a san Juan de la Cruz como maestro. El me enseña a escuchar y a comprender al Maestro.
En lo que respecta a la esclavitud o dependencia, este Santo es un especialista. Como tal, ha sabido ir a la raíz de toda clase de adicciones, desde las más graves como el alcoholismo y la drogadicción, hasta las más sutiles, como el apego a la santidad personal.
"Porque lo mismo da que una ave esté asida a un hilo delgado que a un grueso, porque, aunque sea delgado, tan asida se estará a él como al grueso, en tanto que no le quebrare para volar. Verdad es que el delgado es más fácil de quebrar; pero, por fácil que
es, si no le quiebra, no volará. Y así es el alma que tiene asimiento en alguna cosa, que, aunque más virtud tenga, no llegará a la libertad de la divina unión" (1S 11,4). -
Aparte del hecho social y ancestral del pecado, que nos predispone a todo tipo de esclavitudes, podemos encontrar una raíz estructural o psicológica en nuestra personalidad.
En este nivel personal las adicciones ponen en juego la propia libertad, las necesidades o apetitos, la vida en su expresión humana. Omito, para mayor claridad, los condicionamientos hereditarios, culturales, sociales y familiares.
El Santo carmelita habla con gran frecuencia de los apetitos. Por regla general se refiere, no tanto a las necesidades en sí mismas, sino a las que se han convertido en adicciones. Estas corresponden, con mayor propiedad, a los apetitos desordenados.
Entonces tenemos claro un hecho: las adicciones se sustentan sobre una necesidad. La satisfacción exagerada, desmedida y desordenada de la misma, se transforma en una dependencia. Necesitamos beber. Pero beber alcohol y en exceso, nos conduce al alcoholismo. Tanto más si, a nivel de enfermedad, estamos predispuestos a caer en él. También tenemos necesidad de asegurar nuestra sobrevivencia. Sin embargo, al afanarnos desmedidamente por acumular riquezas, nos hundimos en la avaricia.
Podríamos repasar todas las adicciones: al sexo, al placer, al juego, al poder, a una neurosis, etc., y, con mayor o menor claridad, descubriríamos que, allá en el fondo, hay una necesidad o apetito.
Además, nuestras necesidades tienen su último fundamento en la vida misma. Cierto, en la vida humana, pero, al fin, vida. Este hecho nos explica la profundidad, el poderío, la persistencia y el dominio tremendos de un apetito desordenado. Las tendencias de la vida: a la conservación del organismo, a la reproducción, a la comunicación, al crecimiento, a la diferenciación, a la autonomía, etc., constituyen las últimas y más hondas raíces de nuestras adicciones.
Para vernos libres de éstas se requiere todo un proceso, humano y espiritual, que nos abra a la ayuda del grupo y al poder de Dios. Al mismo tiempo, el secreto o la clave se encuentra en la libertad personal. Si ésta no interviene reforzando la exagerada y desordenada satisfacción de una necesidad, no caeremos en manos del apetito o adicción. "Los apetitos están en la segunda potencia del alma, que es la voluntad" (iS 9,6).
Esta nos permite aferrarnos a las cosas, pues por medio de ella las miramos "con asimiento de propiedad" (3S 20,2). Y no sólo nos apegamos a las cosas, sino a la adicción en sí (2S 21,12). Peor todavía, podemos tener también "apetitos de propiedad en lo espiritual" (2S 1,1). Por ejemplo, es posible convertir la práctica de la meditación, que ahora está de moda, en una verdadera adicción.
Gracias al apoyo de la voluntad, la adicción o apetito crece, aumenta sus exigencias, se torna despóticamente insaciable. "Porque, como comúnmente dicen, el apetito es como el fuego, que, echándole leña, crece" (iS 6,6).
Al mismo tiempo, como muchos de nosotros sabemos por experiencia, una adicción trae otras consigo. "Y así, casi nunca se verá un alma que sea negligente en vencer un apetito, que no tenga otros muchos, que salen de la misma flaqueza e imperfección que tiene en aquél" (1S 11,5). El fármaco dependiente suele caer también en los excesos del sexo, de la pereza o irresponsabilidad, del egoísmo, etc. Los alcohólicos con que he trabajado, aunque no sean activos en su alcoholismo, conservan otras pequeñas dependencias.
Lo peor del caso, ya en la línea de la felicidad, es que las adicciones se hallan muy lejos de dárnosla. Al contrario, nos hacen infelices.
"Cansase y fatigase el alma que desea cumplir sus apetitos, porque es como el que, teniendo hambre, abre la boca para hartarse de viento y, en lugar de hartarse, se seca más, porque aquél no es su manjar" (IS 6,6).
Además, los apetitos nos llenan de angustia y tormento. Mientras no encontramos lo que deseamos -droga, al-
cohol, sexo, alabanzas, etc.-, nos sentimos desesperadamente angustiados. "La concupiscencia aflige al alma debajo del apetito por conseguir lo que quiere" (iS 7,1).
De pronto, con la satisfacción del apetito, experimentamos gusto. "Porque el apetito, cuando se ejecuta, es dulce y parece bueno, pero después se siente su amargo efecto; lo cual podrá bien juzgar el que se deja llevar de ellos" (1S 12,5).
En concreto, "nunca se contentan" los que se dejan dominar por una adicción, "porque nunca se satisface" (1S 6,6). No se sienten contentos ni menos felices, ya que el apetito es como barril sin fondo, nunca se llena. No les resta sino envidiar a los que, por ser libres, experimentan la felicidad y actúan en la vida con alegría y creatividad.
"Porque éstos que no mortifican sus apetitos, justamente, cuando declinan, ven la hartura del dulce espíritu de los que están a la diestra de Dios, la cual a ellos no se les concede; y, justamente, cuando corren hacia la siniestra, que es cumplir su apetito en alguna criatura, no se hartan; pues, dejando lo que sólo puede satisfacer, se apacientan de lo que les causa más hambre" (1S 6,7).
La totalidad personal encadenada
En la figura elíptica, que describe la perversión de la realidad, se sugiere que la adicción llena el centro del yo. Desde éste resultan negativamente afectadas las diferentes funciones de la totalidad personal.
Entonces advertimos que el cuerpo, lo mismo que los sentidos exteriores e interiores, así como el pensamiento, la memoria y la voluntad, son puestos por entero al servicio de nuestras adicciones. Entre éstas, por ejemplo, cobran un relieve particular nuestros enamoramientos o, según el Doctor Místico, nuestros "quereres". Los cuales son designados también con términos como afectos, aficiones y afecciones.
De la necesidad de estima y sobre todo de la tendencia a amar y ser amados, surge la posibilidad de convertir un
enamoramiento en adicción. Esto era frecuente en la época del Santo, lo mismo que en la actualidad.
"Y ya habemos visto muchas personas a quien Dios hacía merced de llevar muy adelante en gran desasimiento y libertad, y por sólo comenzar a tomar un asimientillo de afición y, so color de bien, de conversación y amistad, írseles por allí vaciando el espíritu y gusto de Dios y santa soledad, y caer de la alegría y enterez en los ejercicios espirituales y no parar hasta perderlo todo. Y esto, porque no atajaron aquel principio de gusto y apetito sensitivo" (1S 11,5).
Está claro que un enamoramiento, lo mismo que otra adicción cualquiera, es reforzado por la libertad personal. Entonces la voluntad, poco a poco, se esclaviza bajo pretextos muy diversos., Uno de éstos podría ser la pretensión de cumplir el mandamiento del amor. En apariencia, sólo se busca entablar una amistad. A la larga, se convierte en un apetito afectivo y sexual.
Un querer de esta índole acapara, en forma exclusivista, todas las energías y funciones de nuestra personalidad. Nos viene a la memoria la persona que queremos, pensarnos en ella, nos representamos sus cualidades e imaginamos diálogos con ella, nos gozamos emocionalmente con ella, nuestro cuerpo llega a excitarse con la figura de ella, la voluntad busca medios y supera los obstáculos para tener un encuentro con ella.
En ésta y otras situaciones de dependencia, encontramos que "la parte sensitiva, que es la casa de todos los apetitos" (IS 15,2), se comporta como una opresora tiránica de la polaridad racional de nuestro yo. Vemos así que la "injusticia institucionalizada" en la sociedad también se instala en la estructura personal. Somos opresores de nosotros mismos. Como si el proletariado de un pueblo se transforma en el opresor de los otros sectores de la sociedad.
En efecto, observamos que las adicciones dominan y controlan la racionalidad personal. "La ceguedad del sen_ido racional y superior es el apetito, que, como catarata y
nube, se atraviesa y pone sobre el ojo de la razón, para que no vea las cosas que están delante" (L 3,72).
"Ciega y oscurece el apetito al alma, porque el apetito, en cuanto apetito, ciego es; porque, de suyo, ningún entendimiento tiene en sí, porque la razón es siempre su mozo de ciego. Y de aquí es que todas las veces que el alma se guía por su apetito, se ciega, pues es guiarse el que ve por el que no ve; lo cual es como ser entrambos ciegos" (IS 8,3).
Si el pensamiento, del que dependen otras funciones psíquicas, está ciego, entonces es normal que éstas también resulten trastornadas en sus operaciones. Una persona que no ve con claridad su mundo externo e interno, en cualquier modo, tendrá tropiezos. El alcohólico, por ejemplo, es víctima de la ceguedad en muchas áreas de su existencia.
"Y en eso mismo que se oscurece según el entendimiento, se entorpece también según la voluntad, y según la memoria se enrudece y desordena en su debida operación; porque, como estas potencias, según sus operaciones, dependen del entendimiento, estando él impedido, claro está lo han ellas de estar desordenadas y turbadas" (IS 8,2).
Si nos detenemos ahora en la memoria, advertimos que al estar llena de recuerdos e imágenes de quien nos hemos enamorado, no tiene habilidad ni claridad para evocar otros valores. "Y menos la tiene la memoria que está ofuscada con las tinieblas del apetito para informarse con serenidad de la imagen de Dios, corno tampoco el agua turbia puede mostrar claro el rostro del que se mira" (1S 8,2).
La memoria en estas condiciones se convierte, por así decir, en el órgano de la infelicidad. A fuerza de recordar nuestros quereres o simplemente las cosas que encontramos por nuestro camino, reforzamos nuestras adicciones, despertamos emociones y pasiones, sacamos conclusiones falsas, etc.
"Imperfecciones a cada paso las hay si pone la memoria en lo que oyó, vio, tocó, olió, gustó, etc.; en lo cual se le ha de pegar alguna afección, ahora de dolor, ahora de temor, ahora de odio, o de vana esperanza y vano gozo y vanagloria, ETC...
Y que se le engendren apetitos, también se ve claro, pues de las dichas noticias y discursos naturalmente nacen, y sólo querer tener la dicha noticia y discurso es apetito. Y que ha de tener también muchos toques de juicios, bien se ve, pues no puede dejar de tropezar con la memoria en males y bienes ajenos, en que a veces parece lo malo bueno, y lo bueno malo" (3S 3,3).
No hacía falta que leyéramos estos párrafos del Santo para reconocer que la memoria, en especial si la usamos para recordar hechos o individuos negativos, es el instrumento con que apagamos la alegría. "Cuántas tristezas y aflicciones" producimos con nuestros recuerdos.
"Y nunca le nacen al alma turbaciones si no es de las aprehensiones de la memoria. Porque, olvidadas todas las cosas, no hay cosa que perturbe la paz ni que mueva los apetitos, pues, como dicen, lo que el ojo no ve, el corazón no lo desea" (3S 5,1).
Cierto, la otra variante de este refrán, ojos que no ven, corazón que no siente, nos resulta de gran utilidad práctica en nuestra vida cotidiana.
En este hecho se apoya la terapia racional-emotiva de Ellis. Si cambiamos los pensamientos irracionales, logramos el efecto, no sólo de generar emociones y sentimientos positivos, sino también de enfrentar más constructivamente nuestra existencia.
Por otra parte, ya hemos visto que la voluntad se halla a la raíz de los apetitos. Los cuales, a su vez, la limitan y dominan. Entonces los adictos nos volvemos incapaces de emplear la libertad para el amor.
"Y así, se van más apartando de la justicia y virtudes, porque van más extendiendo la voluntad en la afección de las virtudes" (3S 19,6).
Anteriormente, en el primer capítulo, recordé que los deleites de la voluntad en las cosas del mundo, compara
dos con los de Dios, "son suma pena, tormento y amargura. Y así, el que pone su corazón en ello es tenido delante de Dios por digno de suma pena, tormento y amargura. Y así, no podrá venir a los deleites del abrazo de la unión de Dios, siendo él digno de pena y amargura" (1S 4,7).
Termino este tema acerca de la libertad convertida en cadena con un trozo del libro Más allá del ego, que desde la psicología transpersonal, nos habla del apetito o adicción con el término apego, al que considera como una forma de condicionamiento.
"Una de las formas de condicionamiento que las disciplinas orientales han estudiado en detalle es el apego. El apego se vincula íntimamente al deseo y significa que el resultado del no cumplimiento del deseo será el dolor. Por consiguiente, el apego desempeña un importante papel en '.a causa del sufrimiento, y para la cesación de ésta es fundamental la renuncia al apego.
Siempre que hay apego
La asociación con él
Trae desdicha interminable.
Mientras seguimos apegados, seguimos poseídos; y estar poseído significa la existencia de algo más fuerte que uno mismo".
No sólo las disciplinas orientales han estudiado en detalle el apego. San Juan de la Cruz, igual que otros místicos occidentales, también se ocupa, en modo muy fino y práctico, de esta fuente de sufrimiento que es el apetito.
La aflicción de no caminar.
Para nuestro Santo cada uno de nosotros es un proceso. Porque somos vivientes estamos sujetos a la ley biológica del crecimiento. Naturalmente tendemos a cambiar, crecer, madurar y fructificar.
Entre otras maneras, este proceso que es cada quien, es sugerido con el verbo caminar. La vida es un camino hacia el AMOR PLENO..JOSE FORBES.TQM
1 comentario:
No entiendo por que el enamorarse profundamente de alguien sea dañino para el alma. Al enamorarnos se mezclan dos sentimientos diferentes. El placer del sexo, que efectivamente en exceso puede crear adicción. Yo personalmente, alguna vez siento esa ansiedad por estar con mi mujer. Pero tambien se mezcla el sentimiento más puro de Amor, como se puede tener a Dios. Yo personalmente, cuando me viene involuntariamente el recuerdo de ese Amor hacia mi mujer,(aunque esté lejos de ella) no siento ansiedad como con el sexo, sino todo lo contrario, siento una tremenda felicidad. Esto me lleva sucediendo hace 25 años y no creo que sea tan malo como sugieren. Tenemos que saber diferenciar nuestros sentimientos aunque se entremezclen. Y tenemos que ver que el sexo es necesario, todos nacemos fruto de una noche de pasión (incluso San Juan)
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