1 COMPARTIENDO DE PERSONA A
PERSONA
Yo
soy capaz de seguirte los pasos PARA
CRECER y dar buen ejemplo. Me refiero a JESÚS. El es alto y bien formado.
Su rostro alegre brilla cuando sus ojos miran a un ser humano. Y el tono de su
voz cambia de acuerdo a la condición de la persona, su sexo, cultura,
inteligencia, necesidades y estado emocional.
Cada
vez que se encuentra con un PERSONA, su rostro revela el amor y la fascinación
que él experimenta por todos los seres humanos. Su corazón conoce, desde toda la
eternidad, el inmenso valor de cada “HIJO” humano. Como Hijo de Dios encarnado
él penetra más allá de las apariencias humanas y admira la imagen de Dios que
está” escondida en el más profundo centro de todo ser humano”.
1. LA META DEL COMPARTIR EN
JESUS:
SALVARNOS
A TODOS.
Pero Jesús se da cuenta de que
la mayoría de los humanos no es consciente de su verdadero valor personal.
Al
contrario, por causa de sus pecados
y sus consecuencias, se consideran feos, sucios, indignos, malos... Y semejante
autoimagen los desalienta. Y el desaliento los vuelve menos eficientes y menos
exitosos y constructivos.
En
consecuencia, resulta más fácil para nosotros cortar el compartir, luchar y
destruirnos unos a otros, a pesar de que todos somos hermanos.
Lo
que sucede a nivel internacional y social refleja el odio y las guerras que
experimentamos a nivel individual. Con frecuencia nos volvemos enemigos de nuestro
propio yo. Luchamos y hacemos la guerra contra nosotros mismos.
No
compartimos en nuestro interior con las TRES DIVINAS PERSONAS que alguna manera
hermosa lucha para restablecer la paz y la unidad. Pero mi yo está dividido.
Jesús
me enseña a ser amigos de nosotros mismos y de unos para con otros. Su
enseñanza, sin embargo, no es cuestión de teoría, sino un asunto de experiencia
viva.”YO ESTARÉ CON UDES hasta el
fin.” El ofrece su amistad a todos y
cada uno. El me revela sus secretos,
como hacen los amigos, sin descuidar amarnos hasta lo último. “Nadie tiene
mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (JN 15,13).
Llevado
de un amor incondicional, mira a los humanos con ojos que le permiten abarcar
la hermosura, valor y grandeza de cada criatura humana. Y este es el principio
de un “compartir” capaz de impulsarnos
siempre.
A- El centro del “COMPARTIR” en
Jesús
“En el principio la Palabra
existía
y la Palabra estaba con Dios,
y la Palabra era Dios.
Ella estaba en el principio con
Dios” (JN 1,1).
Jesús
no puede dejar de compartir. El es la Palabra eterna del Padre. Como tal, es
pronunciado por el Padre desde toda la eternidad y para siempre. Pero Él es una
expresión de amor y no un concepto intelectual. Por tanto, expresa el mismo
amor que es expresado por el Padre al ser pronunciado por El.
Y
de este COMPARTIR perfecto y amoroso y eterno entre ambos, el Espíritu Santo
procede desde toda la eternidad.
Por
tanto, el Dios revelado por Jesús, la Palabra hecha carne, aparece como un Dios
que es COMPARTIR infinitamente lleno de
amor. Y la Fuente inagotable de ese amor, es Dios Padre, que quiere “compartir,” con migo a través de
su Palabra hecha carne.
El
Padre derrama abundantemente su amor en cada uno de nosotros mediante las palabras
y hechos de su Hijo encarnado. Y ambos, el Padre y el Hijo acarician las fibras
más delicadas de nuestro corazón por medio de su amor, el Espíritu Santo.
Cuando
Jesús inicia su predicación y cuando “comparte” con las personas, pronuncia
palabras de vida eterna. El profiere palabras que iluminan y enamoran a la
persona con la que él está hablando.
Imagina
a Jesús narrando la parábola del hijo pródigo. Tal vez se encuentra en la casa
de un pecador. Puedes escuchar las inflexiones de su voz, su tonalidad y
volumen... Esa voz melodiosa se torna suave, lenta y triste cuando el hijo
pródigo piensa para sus adentros: “ jornaleros de mi padre tienen pan en
abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre!” (Le 15,17).
Pero en cuanto el Padre lo ve
venir a lo lejos y sale corriendo a su encuentro, la voz de Jesús emite una
variedad de sonidos más abundantes que los de una orquesta. Una fiesta eterna
resuena en sus palabras: “el padre, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le
besó efusivamente.., y dijo a sus siervos: ‘Traigan aprisa el mejor vestido y vístanlo,
colocarles el anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traigan el novillo
cebado, matéenlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío
estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado.’ Y
comenzaron la fiesta” (LC 15, 20-24).
En
esta parábola están presentes los dos polos de atracción del COMPARTIR de
Jesús, Dios Padre y los seres humanos. Ambos constituyen el centro del COMPARTIR
de Jesús. Por un lado, vemos que Jesús se va a lugares solitarios para orar,
esto es, para establecer “EL COMPARTIR” amoroso con su Padre. Por otro lado,
predica a la gente y “comparte de corazón a corazón” con sus apóstoles y con
otros grupos individuos.
Jesús
pronuncia palabras de vida eterna tanto para cumplir la voluntad de su Padre,
como para impulsar a la gente. Este doble objetivo es claro en el principio del
evangelio de Marcos.
“De
madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó. Salió y se fue a un
lugar solitario, donde se puso a orar. Simón sus compañeros fueron en su busca:
al encontrarse le dicen: ‘Todos te buscan.’ El les contesta:
‘Vayamos
a otra parte. A los pueblos vecinos, para que también allí predique: pues para
eso he venido. Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas expulsando
los demonios’ (Mc 1,35-39).
De
acuerdo a estas últimas palabras de Jesús. Resulta palpable que el Padre lo envió
a predicar la buena nueva. Lo cual es un mensaje capaz de impulsar a la gente.
‘El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca “acéptame” créeme YO
SOY la Buena Nueva’ (Mc 1,15).
Tómate
un minuto y representa en tu imaginación la persona de Jesús. Observa su rostro
mientras dice, “el Reino de Dios: está cerca...” Escúchame y recibe esta la
mejor “noticia” YO SOY la Buena Nueva.
El
quiere para ti y para toda tu familia
linda la felicidad que brota de su
Padre. Si permites que el Padre sea Rey en unión con su Hijo y los demás seres
humanos, seremos verdaderamente felices. Nuestra realización será perfecta en
unión con Jesús y con su Padre.
Con
este fin de llevarnos a una total realización y a una felicidad completa, Jesús
pronuncia palabras de vida eterna. Y resulta claro que el objetivo del “compartir”
de Jesús no es una teología ni un sistema moral ni la solución de los problemas
humanos ni siquiera la predicación de su mensaje. Con el objetivo central de
Dios Padre y de su Hijo encarnado .El mayor interés de Jesús aquí en la tierra
es cada uno de nosotros. Por ello, afirma, “El sábado ha sido hecho para el hombre
y no el hombre para el sábado” (MC 2,27).
Si
deseas aprender de Jesús cómo perfeccionar el COMPARTIR fecundo de sentimientos
sanador de heridas de todos los días no me apartaré de El jamás. Este puede ser
el sentido de las palabras de Jesús,
“El
sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado.”
No sólo el sábado, sino incluso
el Hijo de Dios se hizo carne para el bien del hombre. “Porque tanto amó Dios
al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca,
sino que tenga vida eterna” (JN 3,16).
La
liberación y el desarrollo humanos, así como la salvación eterna, constituyen
la meta principal de la Palabra encarnada. Este hecho es revelado por Jesús mediante
sus palabras y acciones. Antes de su muerte en la cruz, que es la máxima
expresión de amor al hombre, emplea un hecho que clarifica con sus palabras
Para
mostrar que el ser humano es su centro. Me refiero al lavatorio de los pies.
“Se
levanta de la mesa, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe. Luego
echa agua en un lebrillo y se pone a lavar los pies de los discípulos y a
secárselos con la toalla con que estaba ceñido... Después que les lavó los pies
y tomó su manto, volvió a la mesa y les dijo: ‘ lo que hecho con ustedes?
Ustedes., me llaman el Maestro y el Señor, y dicen bien porque lo soy. Pues si
yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes laven los
pies unos a otros” (JN13, 4-5, 12-15).
En esta ocasión Jesús actúa de
acuerdo a lo que él ha dicho, “YO el Hijo del hombre no he venido a ser
servido, sino a servir y a dar la vida como rescate de ustedes” (Mc 10,45).
Servir
a los otros es el secreto de un “compartir” exitoso sea a nivel terapéutico que
pastoral o amistoso. Porque Jesús, el Hijo del hombre, está dispuesto a servir,
su habilidad en la comunicación es extraordinaria. Su “compartir” obtiene
resultados extraordinarios por su prontitud para el servicio.
Al
actuar así, Jesús revela la disposición para servir que hay en el corazón de
Dios Padre. Dios mismo está dispuesto a servirnos a través de su Hijo
encarnado.
Este
hecho se torna experiencia para quienes creen en Jesús y se unen con él
mediante el amor. Me refiero, con la última frase, a los místicos como san
Pablo y san Juan.
Este
último confiesa:
“Lo
que existía desde el principio,
Lo
que hemos oído,
Lo
que hemos visto con nuestros ojos,
Lo
que contemplamos
Y
tocaron nuestras manos acerca de la palabra de vida,
-
pues la vida se manifestó,
y
nosotros la hemos visto
y
damos testimonio” (1 JN 1,1-2).
Otros
místicos, como el carmelita san Juan de la Cruz, han experimentado esa inefable
actitud de servicio que palpita en el infinito océano de Amor que es el corazón
de Dios. A este respecto escribe san Juan de la Cruz:
Comunicase
Dios en esta interior unión, al alma, con tantas FUERZAS de amor, que no hay
afición de madre que con tanta ternura acaricie a su hijo, ni amor de hermano
ni amistad de amigo que se le compare.
Porque
aun llega a tanto la ternura y verdad de amor con que el inmenso Padre regala y
engrandece a esta humilde y amorosa alma — cosa maravillosa y digna de todo
pavor y admiración!- que El se sujeta verdaderamente a ella para engrandecer,
como si El fuese su siervo y ella fuese su señor. Y está tan solícito en la
regalar, como si El fuese su esclavo y ella fuese su Dios. ¡Tan profunda es la
humildad y dulzura de Dios! “
Experiencias
como ésta y las que tuvieron los apóstoles durante la vida pública de Jesús,
revelan que Dios se centra en las palabras. El y su Hijo, Jesús, han adoptado a
la humanidad y a cada individuo como su objetivo central. Y en razón de ello,
su COMPARTIR con nosotros nace del amor y el deseo de servirnos.
B- La imagen que Jesús tiene de
las personas
El
compartir de Jesús, por otro lado, está determinado por la imagen que él guarda
en su mente acerca de cada uno de nosotros. Como todo ser humano, Jesús se
comunica con nosotros los humanos a través del retrato que él tiene de
nosotros.
Ese
retrato es como un mapa que orienta las reacciones, sentimientos y acciones de
Jesús respecto a nosotros.
De
hecho, Jesús ha dibujado en su mente la imagen más bella y preciosa de mí y de
ti. Jamás en la historia de la humanidad se ha concebido tan altamente al
hombre.
Después
de Dios, su Padre, no hay nadie mejor para Jesús que el ser humano. Ni la belleza
de las estrellas, de los mejores paisajes de la tierra o de las flores puede
competir con la imagen que Jesús se ha formado de cada uno de nosotros.
Tampoco
compite con esa imagen la armonía de las galaxias, de las sinfonías o del canto
de los pájaros.
La
imagen que Jesús tiene del ser humano sobrepasa el valor del universo entero,
la perfección de las leyes de la naturaleza, las maravillas y misterios de la
vida. Ni siquiera la luz, símbolo bíblico de Dios, compite con la belleza que
el hombre y la mujer tienen en la mente de Jesús.
Imagina
el brillante concierto de luces en el cosmos, escucha su música callada, siente
el ritmo de su danza feliz y cósmica... Y todo esto no es nada en comparación
con la fiesta que se enciende en el ánimo de Jesús ante la presencia de un ser
humano. Y esa fiesta es el fruto de la imagen que retrata a los humanos en el cerebro
de Jesús.
La
imagen que Jesús tiene de la gente es una réplica perfecta de la concepción que
Dios ha hecho de las personas por toda la eternidad.
“Dijo Dios: Hagamos a la
persona humana a imagen nuestra, según nuestra semejanza, y dominen en los
peces del mar, en las aves del cielo, en los ganados y en todas las alimañas, y
en toda serpiente que serpea sobre la tierra.’
Y creó Dios al hombre a imagen
suya:
A imagen de Dios le creó;
PERSONAS HUMANAS, hombre y
mujer les creó” (Gen 1,26-27).
Siendo
imágenes de Dios, el hombre y la mujer superan en valor y hermosura al universo
mismo. Y aun así, con su encarnación, la Palabra los embellece mucho más. En
especial con su muerte y resurrección, Jesús los transforma en hijos de Dios.
Y esta identidad nueva, de la que yo y tú participamos, nos hace rebasar la
dignidad sublime de la imagen de Dios. Somos ahora hijos de Dios.
Y
en consecuencia, somos “partícipes de la naturaleza divina” (2 Pe 1,4). Dios
nos comparte ya su “vida eterna.”
Por esta razón, Jesús sostiene,
“Ustedes son todos hermanos. No llamen a nadie padre’ en la tierra, porque uno
solo es vuestro Padre: el del cielo” (MT23, 8-9).
Por
tanto, cuando Jesús “COMPARTE” con alguien, atraviesa las apariencias humanas.
El contempla la imagen de Dios en cada UNO
El
percibe y disfruta la identidad de hijo de Dios en toda criatura humana. Y al
ser consciente del valor y hermosura de los humanos, le resulta más fácil
servirnos. Y a través de este servicio, Jesús crece más todavía. Esto
corresponde a lo que él mismo nos ha dicho, ‘el mayor entre ustedes sea tu
servidor” (Mt 23,11).
Por
otro lado, Jesús valora al ser humano como un tesoro de potencialidades. La
mejor de éstas consiste en la posibilidad de convertirnos en hijos de Dios.
Para este fin se encarnó la Palabra del Padre.
“Vino a su casa, y no lo
recibimos. Pero a todos los que la reciben, les dio poder de llegar a ser hijos
de Dios” (JN 1, 11-12).
La
mejor potencialidad que podíamos recibir es la semilla espiritual que nos
capacita para llegar a ser hijos de Dios. Nada mejor que esto pudo ganarnos
Jesús. Nada hay más grande para nosotros que la capacidad de convertirnos en
hijos de Dios.
Cuando Jesús “COMPARTE” con
alguien, está consciente de que se halla frente a un hijo de las tres Divinas
PERSONAS. Y así, me ve a mí y a los pecadores, publicanos, fariseos y
discípulos suyos como hijos de Dios. Y al tener a la vista esta hermosa imagen
de ellos, no puede evitar amarlos hasta lo último. En consecuencia, tiene la
capacidad de establecer con ellos un “COMPARTIR” profundo e impulsor.
Presuposiciones acerca de
nosotros los humanos
Hay
ciertas características que Jesús da por hecho en los seres humanos. No discute
esas propiedades del hombre y de la mujer. Simplemente las asume como tales.
Jesús
considera a las criaturas humanas como el culmen de la creación. Nada
del universo, ni siquiera el universo mismo, es tan valioso como una persona
humana.
Cada individuo,
independientemente de su comportamiento erróneo o malo, merece ser amado hasta
el fin, esto es, hasta aceptar la muerte por él.
Cada
persona es infinitamente digna de nuestro servicio, siempre y cuando nuestro
servicio incremente su desarrollo y plenitud como hija de Dios.
Cada
criatura humana posee los talentos y recursos que necesita para crecer hasta su
plenitud.
Todo
ser humano es un proceso viviente. Y se mueve o puede moverse hacia un
constante e interminable desarrollo, sea humano que espiritual.
Toda
conducta humana, no importa cuan pecaminosa, errónea o absurda parezca, es la
mejor opción para la persona en ese momento, dadas las posibilidades y
capacidades que ella percibe disponibles. Por ello dice Jesús en la cruz,:
‘Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen” (LC 23,34).
La
gente responde a los mapas de la realidad que crea a través de sus sentidos.
Jesús “mira” (Mc 3,5); oye (Mc 3,32); siente (Mc 1,4) y responde...
Cada
persona tiene su mapa individual del mundo. Y esto permite que “por mucho que
miren no vean, por mucho que oigan no entiendan...” (Mc 4,12).
El
mapa más sabio y mejor es el que despliega el mayor número de alternativas
constructivas. “Porque, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; sólo que
no toméis de esa libertad pretexto para servir al egoísmo; antes al contrario,
servíos por amor los unos a los otros” (Gal 5,13).
Los
procesos que suceden entre las personas son sistémicos. Nuestro cuerpo, los
grupos, la sociedad y el medio ambiente forman una ecología de sistemas y
subsistemas. Y todos ellos interactúan influenciándose unos a otros.
“Pues del mismo modo que el cuerpo
es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no
obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo...
Ahora bien, USTEDES son el cuerpo de
Cristo, y sus miembros cada uno por su parte” (1 COR 12,12.27).
D- En busca de la plenitud de
las personas
A
partir de esas presuposiciones es normal que el COMPARTIR de Jesús sea impulsor
de las personas y que busque la plenitud de las mismas. Jesús quiere lo mejor
de lo mejor para el individuo con el que COMPARTE. Apunta hacia la plenitud de
éste sea como persona que como Hijo de Dios.
Todo
orientador o psicoterapeuta tiene -consciente o inconscientemente-, una imagen
dinámica de los resultados que desea facilitar en el cliente que lo consulta.
Otro tanto sucede con Jesús. El tiene una imagen clara de los resultados que
busca en la persona.
Desea
que cada quien madure corno persona y, por tanto, que
se convierta en un ser único, autoconsciente, responsable, libre y capaz de
amar.
Cuando
Jesús entra en “compartir” con un ser humano, lo trata como a alguien que es
único e irrepetible. Especialmente en sus parábolas anima a la gente a actuar
de acuerdo a su unicidad.
Como
un hombre que, al irse de viaje, llamó a sus siervos y les encomendó su
hacienda: a uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual
según su capacidad’ (MT 25,14-15).
En
la misma línea de facilitar en el otro el proceso de convertirse en persona
CRISTIANA. Jesús utiliza el “COMPARTIR” para incrementar la auto- conciencia en
mi persona.
“Llamó
otra vez a la gente y les dijo: escúchenme todos y siéntalo. Nada hay fuera de la persona que,
entrando en ella pueda hacer la impura; sino lo que sale de la persona,
eso es lo que la hace impura. Quien tenga oídos para oír, que oiga.’
Y
cuando, apartándose de la gente, entró en casa, sus discípulos le preguntaron
sobre la parábola. El les dijo: ‘ también Ustedes están sin inteligencia? ¿No
comprenden que todo lo que de fuera entra en el hombre no puede hacerle impuro,
pues no entra en su corazón, sino en el vientre y va a parar en el excusado?’ -así
declaraba puros todos los alimentos-.
Y añadía: Lo que sale del
hombre, eso es lo que hace impuro al hombre. Por que lo de dentro, del corazón
de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos,
adulterios, avaricias, maldades. Todas estas perversidades salen de dentro y
hacen impuro al hombre” (MC 7,14-13).
Porque
somos autoconscientes, podemos responder ante Dios y los hombres de nuestros
deseos, sentimientos y pensamientos. Somos responsables. Respondemos no sólo de
nuestro comportamiento externo, sino también de nuestros pensamientos y sentimientos
DE LUZ Y DE SOMBRAS. En base a este hecho, Jesús sostiene: “Habéis oído que se
dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo:
Todo el que mira a una PERSONA
deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón’
(MT 5,27-28).
Para
impulsar nuestra responsabilidad, Jesús procura incrementar nuestra libertad.
El declara ante los judíos: “Si, pues, si YO el
Hijo del PADRE LES doy la libertad,
seréis realmente libres” (JN8, 36).
Jesús
sabe que podemos ser dominados por el diablo, la enfermedad y el pecado. Por lo
mismo, él arroja los demonios, cura toda clase de enfermedades y, sobre todo,
abre la perspectiva de un futuro libre de pecado. En este sentido le dice a la
mujer adúltera, “Vete, y en adelante no peques más” (JN 8,11).
Si
incrementamos nuestra libertad, en todos aspectos, nos volveremos capaces de
amar. Igual que Jesús, podremos amar al prójimo hasta lo último.
Gracias
a nuestra libertad, sabremos amar incluso a nuestros enemigos y a los que nos
critican y persiguen. Y mediante el proceso de amar activaremos los otros
cuatro atributos del ser persona. Mediante el amor desplegamos la autoconciencia
que nos lleva a reconocer la propia unicidad y la originalidad de los talentos
personales.
Entonces
podemos responsabilizar- nos de esos “DONES” y, sobre todo, de la libertad que
nos permite amar de veras a los demás de acuerdo al mandato de Cristo: “que nos
amemos los unos a los otros como yo los estoy amando” (JN 15,12).
Y
la práctica del amor lleva a cabo, por otra parte, el proceso de convertirse en
hijo de Dios.
A través del amor nos volvemos
semejantes a Dios, que es amor, y nos ha creado a su imagen y semejanza. El
amor es la sangre que anima nuestra identidad de hijos de Dios.
“Habéis oído que se dijo: Amaras
a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo TE digo. Ama a TU enemigos y ruega
por los que te persiguen, para que sean hijos de vuestro Padre celestial, que
hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos.
Porque si amas a los que te aman, ¿qué recompensa vas a tener? ¿No hacen eso
mismo también los malos? Y si no saludan más que a tus hermanos, ¿qué hacen de
particular? ¿No hacen e mismo también los inhumanos? Ustedes pues, sean perfectos
como es perfecto TU Padre celestial.
(MT
5,43-48).
Este
amor incondicional al prójimo es como la pista que nos permite despegar hacia
la ejecución del primer mandamiento. Jesús lo reafirma cuando responde al
escriba que lo interroga acerca del primero de todos los mandamientos. “El
primero es:
Escucha Israel: El Señor,
nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu
corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus
fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro
mandamiento mayor que éstos” (MC 12,29-31).
Por
otro lado, el amor no sólo nos transforma en verdaderos hijos de Dios, sino que
también es una garantía de salud física, según demuestran las actuales
investigaciones médicas.
Además,
Jesús nos enseña el amor más con los hechos que con las palabras.
Su “COMPARTIR” con la gente, en
una forma u otra está lleno de amor. Busca el bien de los otros constantemente.
Y al hacerlo así nos entrena en el arte de una comunicación llena de amor. TQM.
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