viernes, 16 de marzo de 2012


LA ALEGRIA DE VIVIR
En el enfoque patagónico, igual que en cualquier tipo de ayuda psicológica, se responde a las potencialidades y recursos que ya existen en la persona o grupo. A mi me gusta seguir un orden en mis intervenciones. Pienso que primero nos con viene reforzar la integración con la vida, de modo que se afiance en nosotros la alegría de vivir. Después vendrán la integración personal, la integración social y la integración espiritual.
1. LA META FUNDAMENTAL DE LA VIDA
En los talleres de integración, lo mismo que en la relación de ayuda pantagógica, empezamos con el redescubrimiento del objetivo principal de nosotros los  vivientes.
Desde el campo de la neuroconciencia, describe nuestra meta biológica en estos términos:

“Nuestro concepto central es que el objetivo principal de los organismos es continuar conservándome a mi mismo; en palabras sencillas: permanecer en buen estado de salud. El placer y la felicidad son los signos de que yo criatura estoy triunfando en la consecución de ese objetivo, son los signos internos que me indican que sus programas de acción están trabajando bien”.

Ahora mismo, como si hiciéramos un ejercicio, podemos visualizar en nuestra mente esa meta. Nos vemos a nosotros mismos en perfectas condiciones de salud. Escuchamos comentarios positivos al respecto por parte de nuestros amigos y familiares. Traemos buen sabor en la boca. Experimentamos sensaciones de placer y bienestar como signos de estar triunfando en la consecución de dicha meta.
Hemos sido creados para la salud y la felicidad. Por ello, los grandes maestros espirituales, los fundadores de las grandes religiones, sobre todo Jesucristo, el Mesías, me muestran el camino que conduce al                                      bienestar y la felicidad.
En concreto, el Señor Jesús vino a predicar el AMOR del evangelio. Y evangelio en griego quiere decir buena nueva o anuncio de feliz.
Pero el Señor no se contenta con traernos cualquier clase de gozo. Nos propone, tal como señalo en los fundamentos pantagógica, permanecer en su amor mediante el amor al prójimo, para que tengamos su alegría. Busca así que nuestra “alegría sea total”.
Y no se contenta con eso. Desea que nuestra alegría perfecta sea permanente. No le basta que a veces tengamos esa alegría cumplida. Quiere que siempre estemos alegres.
Semejante voluntad del Señor es expresada por El mísrno cuando anuncia su pasión a los discípulos. Poco antes de morir les dice:
“Ahora estáis tristes porque me voy, pero volveré, y se alegrará tú corazón y nadie podrá quitarte esta inmensa alegría” (JN16,22).
Es tan cierto que Jesús está seguro de que nadie puede quitarnos la alegría y que en verdad podemos mantenernos alegres, ya que san Pablo repite: “estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres” (Fil 4,4).
Así que no sólo hemos sido creados para la felicidad, sino Dios se preocupa por enseñarnos el camino que conduce hacia ella. Además, nos ha hecho de tal modo, que podemos sentirnos siempre felices. A tal grado somos libres de cara al ambiente, los acontecimientos y las personas, que nada ni nadie puede quitarnos la alegría.
Precisamente servicio pantagógica a los demás y los talleres de integración pretenden mostrar que hay en cada uno de nosotros el potencial necesario para conservar nuestra alegría. Existen ya en nuestro interior los recursos suficientes para es coger la vivencia de la felicidad, a pesar de los obstáculos y dificultades de la vida.
Para que tales recursos sean aprovechados al máximo nos conviene visualizamos saludables y felices.  Al mismo tiempo hace falta, como dice Jesús, convertirnos y creer en el evangelio. Si creemos que la alegría perfecta y constante es posible, que tenemos las capacidades para conservada y que gracias al amor de Dios la merecemos, nos hallamos en el camino del evangelio. Al vivir en consecuencia, iremos dejando otras sendas y adoptaremos el rumbo propuesto por el Señor. Y esto es lo que significa convertirse.
Por ello aprovecharé cuanto pueda mis aportaciones. Hace falta emplear lo mejor de mismo para desplegar toda mi  libertad, sea para mantenerme en el amor al Señor que para amar al prójimo como El, si queremos que nuestra alegría sea perfecta. Otro tanto de libertad nos es indispensable para que nadie me quite la alegría, y logre estar siempre alegre.
Esta aparente utopía corresponde, como antes he señalado, al objetivo principal de los organismos vivientes. Así que no se trata de sueño imposible. Por el contrario, al perseguir esa meta, nos colocamos en la perspectiva propia de nuestro ser o identidad de vivientes. Lo cual resulta tanto más cierto y factible cuanto que somos humanos. Más todavía si tenemos fe, y creernos en el que es Dios de vivos. Aún más si
Reconozco a Jesús como el Hilo de Dios encarnado. Pues El afirma que ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia (JN 10,10).
La vida y, en concreto, su objetivo de salud y felicidad, se manifiesta a nuestra consideración corno un hecho sistémico. Tanto la felicidad corno la salud son fruto de la armonía. Más específicamente, nacen de la armonía que el amor nos procura en nuestro interior y en relación con el prójimo, la naturaleza, el cosmos y Dios.
En los místicos de las grandes tradiciones espirituales tenernos grandes testigos de que la utopía de vivir, la alegría perfecta y constante es posible.
Cuando el místico español, Juan de la Cruz, describe a la persona que se ha unido perfectamente con Dios por el amor, empieza Ci adverbio siempre para calificar la felicidad de ella.
Me pregunto si esta misma noche, en el último minuto antes de sumergirte en el sueño, harás el siguiente ejercicio. Consiste en visualizarte en perfectas condiciones de salud y felicidad. Adviertes que dicho estado es el resultado de tu armonía interior y exterior producida por tu amor a todo, a todos y al Todo.
Enseguida, habla con el Ser Superior en quien tu crees.
Pídele que ayude a tu mente inconsciente para prolongar la imagen en que te contemplas saludable y feliz por medio de los sueños nocturnos. Y exprésale la esperanza de que su poder y tus recursos inconscientes te harán más clara y atractiva, cada día, la meta central de todo viviente: conservarse en buen estado de salud y en la alegría total.
2. TENDENCIAS DE LA VIDA
La vida misma entraña ciertos hábitos o tendencias que apoyan la búsqueda de la salud y la felicidad en todo viviente. Entre tales hábitos, que antaño llamaban ‘‘leyes biológicas”, podemos recordar los siguientes:
1) Sistema-estructuración
2) Temporalidad-dinamismo
3) Comunicación-complementariedad
4) Auto conservación autorregulación
5) Crecimiento-auto renovación
6) Diferenciación-configuración
7) Flexibilidad-plasticidad
8) Reproducción-evolución
9) Autonomía-libertad
Los organismos vivientes constituyen un sistema que se va estructurando paulatinamente. Cada uno de ellos forma una totalidad única e irrepetible. “Por ejemplo, el organismo humano contiene sistemas orgánicos compuestos de varios órganos, y cada uno de estos órganos está compuesto de tejidos que, a su vez, se componen de células”.
Las relaciones de estos diferentes niveles de sistemas son comparables a un árbol de sistemas como el de las  figuras. Las raíces representan a los sistemas orgánicos, los órganos, los tejidos y las células. El tronco recuerda que cada individuo está conectado con otros sistemas: familia, sociedad, medio
ambiente, planeta tierra, galaxias, cosmos.
Los vivientes somos sistemas individuales dentro de un sistema que pertenece a otro sistema. Este, a su vez, forma parte de otro sistema. Y así sucesivamente hasta que todos forman parte del gran sistema que es el cosmos.
Si te sientas cómodamente y respiras en forma lenta  y profunda, puedes imaginarte viajando a la velocidad de tu pensamiento por el cosmos.
 Luego te acercas a nuestro planeta para percatarte de que tu existencia se desarrolla sistémicamente

H A C I A   LA  CONTEMPLACIÓN
Hoy experimentamos en el mundo una pasión intensa por el hombre. El progreso en las ciencias del hombre, aparte de otros factores, ha aumentado en nosotros el ansia por defender los derechos humanos, por promover la liberación de los pobres, por facilitar el crecimiento de las personas, etcétera.
Quiero colaborar, en la medida de mis posibilidades, con quienes estamos comprometidos con la liberación, desarrollo y plenitud de las personas.
Vivimos en el siglo de los pequeños grupos. Tal vez como nunca antes en la historia, en esta época hemos comprobado que la vida con y para los demás resulta indispensable, si queremos crecer en libertad, si deseamos convertirnos en personas, si nos proponemos cambiar nuestra sociedad.
Por otro lado, especialmente desde la década de los noventa, percibimos un amplio despertar en la
Religiosidad del hombre contemporáneo. De alguna manera intuimos que la experiencia de Dios puede colmar los anhelos de felicidad y plenitud, que el progreso científico y tecnológico no ha sabido brindarnos, la felicidad soñada.

En efecto, más allá de las prácticas religiosas, muchas veces realizadas en forma ritualista, andamos a caza de una experiencia de lo Sagrado, de lo Trascendente, de lo Eterno. Queremos situarnos por encima de la transitoriedad y caducidad de as alegrías terrenas. Deseamos una plenitud que el crecimiento personal no acaba de entregarnos.
Sobre todo, somos testigos de que nosotros solos somos incapaces de resolver los problemas que atormentan a la humanidad.
Se prevé que para el año 2020 serán 900 los millones de personas que padecerán el hambre y la miseria.
En este momento en que la Iglesia quiere evangelizar las culturas de nuestro mundo, necesitamos un maestro como  Juan Pablo 11 para buscar una transformación personal en Cristo socialmente. Sólo así nos convertiremos en evangelizadores que estén a la altura de as exigencias de la Nueva Evangelización.
MIS NECESIDADES TRASCENDENTES
Quiero empezar el primer capítulo tomando en las
Serio algo muy concreto: nuestras necesidades. Este es un hecho absolutamente común. Ningún ser humano carece de necesidades. Todos requerimos un conjunto de valores para colmar el vacío del alma que busca intensamente al Señor interior, que esta y  no lo sentimos. Hay mucho ruido de todo. 


Movidos por nuestras carencias, buscamos agua,
Alimento, vestidos, casa, trabajo, seguridad, libertad social, justicia, amor, un sentido para nuestra existencia y, aparte, un Dios protector y amoroso. Que esta al alcance de un SÍ mí.
Los humanos, por naturaleza, aparecemos como seres insatisfechos. Sin cesar experimentamos la falta de algún bien TRANASCENDETE. Cuando satisfacemos un anhelo, sentimos de in mediato una nueva exigencia. Una vez que ésta ha sido calmada, despertamos en nuestro interior otro deseo.
Y así sucesivamente.
Es normal que habiendo recibido los satis factores
 Materiales -ropa, comida, casa, trabajo, descanso, diversión, etc.-, vivamos el impulso hacia valores trascendentes o espirituales. En este caso pensemos en la justicia, el compromiso con los pobres, la amistad, el amor paciente a los propios familiares, el gozo de la hermosura, la búsqueda de un Ser absolutamente trascendente y eterno...
Entiendo por trascendente lo que está fuera de los límites estrechos del propio yo. Todo aquello que nos hace salir de nosotros mismos, la justicia, la belleza, la amistad, el prójimo y, sobre todo, el Señor Dios, merece el calificativo de trascendente.
La trascendencia de esos valores no significa que ellos se sitúan espacialmente fuera de nuestra tierra. Más bien quiere decir que nos sacan del encerramiento dentro de nosotros mismo.
Demandan una auto trascendencia que nos coloca más allá de nuestros intereses y necesidades. Por consecuencia, exigen que los apreciemos, los respetemos
La primera agrupación, referente a las biológicas, incluye la sed, el hambre, la  pulsión sexual, etc. La segunda nos hace pensar que no basta con la sobrevivencia. Además, la persona necesita perfilarse como un individuo único e irrepetible. Para esto requiere protección, un nivel alto de aspiraciones, estima por parte de los demás, auto- estima, etc. En la tercera, las motivaciones transitivas o de plenitud, proyectan al sujeto más allá de sí mismo. Entonces aspira a comprometerse con la justicia, la verdad, la hermosura, la bondad, el sentido de la vida, la plenitud,
Tendencias del ser-para-otro
Con frecuencia pensamos que el compromiso con el prójimo es una obligación que se nos impone desde fuera. No advertimos la verdadera esencia de nuestro ser. Y resulta de ello que lo tomamos como una carga a entrega y el servicio a los demás.
En realidad, tal como comprueba la sicología, brota de nuestra naturaleza personal la tendencia a ayudar, a dar nos y a ser para el otro: Como el agua satisface nuestra sed, así también a benevolencia, la compasión, el amor y demás impulsos altruistas, calman nuestra necesidad de auto trascendencia en pro de la sociedad humana.
No es un lujo que procuremos el bienestar de los otros. Nuestra naturaleza espiritual sólo se siente realizada en la trascendencia del egoísmo. Más todavía, no satisface sus anhelos en la entrega a un tú particular. Le hace falta prolongar su bondad y creatividad a las estructuras sociales. Necesita crear una sociedad más justa, pacífica, libre, igualitaria y fraternal.
Si “espíritu significa, en el hombre, comunicación y trascendencia y posibilidad de participar en lo que se halla más allá del individuo y su interés inmediato”, entonces la perspectiva del compromiso con el otro y con la sociedad, ofrece la posibilidad de satisfacer uno de los impulsos más hondamente humanos. -
Al mismo tiempo queda de manifiesto que, contra lo que piensan los materialistas, lo espiritual no es sinónimo de abstracto o etéreo. Simplemente alude a la capacidad que tenemos los humanos de romper las barreras del yo, para comunicarnos con los demás y comprometernos con su liberación y crecimiento y bienestar.
Porque somos espirituales podemos satisfacer la
 necesidad de asociarnos con los otros, de ayudarlos y de promover su desarrollo completo.
Es evidente que no sólo servimos y amamos a los de más. Simultáneamente estamos recibiendo sin cesar su apoyo, bondad y amor. Sin ellos no hubiéramos nacido. Tampoco nos habríamos desarrollado sin contar con su acompañamiento y enseñanzas. Poco a poco nos compartieron su lenguaje, sus costumbres, su cultura, sus hábitos de higiene, sus logros laborales y sociales, su sentido de la vida y, en especial, sus creencias religiosas.
Si, aprendemos a invocar a Dios en el seno de una comunidad. Imitando a los miembros de éste, damos los primeros pasos hacia Dios. Y con su ejemplo y orientaciones buscamos las cimas de la amistad y unión con Dios.
Por ejemplo, la justicia nos inclina a reconocer y a defender los derechos de cada persona. No queda excluido el propio yo, pero se va más allá de los gustos y afanes egoístas. Así, nos trascendemos a
 nosotros mismos al comprometernos con la justicia.
Necesidad de trascendencia social
El Aislamiento individualista mata esta “trascendencia” social
Sin embargo, en contra de las inclinaciones normales de la naturaleza humana, caemos en ese movimiento histórico conocido como “egología”
 Nos encerramos en el propio yo. Y al dejar de vernos en el espejo de la valoración y afecto de los otros, nos volvemos extraños a nosotros mismos. No conocemos nuestros talentos y valores; tampoco reconocemos nuestras carencias y defectos. Sin la comunión con el prójimo nos volvemos ciegos. Hacemos como si los demás no existieran y como si no dependiéramos de ellos para existir y seguir creciendo. Esta ceguera del egocentrismo nos esclaviza también.
 El yo nos encadena y nos hace prisioneros de nuestros caprichos, puntos de vista, deseos, apegos, placeres materiales, etc.
“La antropología moderna a partir de Descartes está fuertemente caracterizada por el hecho de que el hombre es visto ante todo y prevalentemente en su relación con el mundo material. Además el hombre moderno es ampliamente interpretado como individuo solitario, en cerrado en sí mismo y aislado de los demás.

 No es que se niegue, como es obvio, la coexistencia  con los demás, pero no se la valora; más aún, no parece tener importancia para la comprensión del misterio del hombre.
Esta antropología del yo solitario (egología), orientado hacia el conocimiento científico y el dominio técnico del mundo, presenta dos líneas de desarrollo; por un lado la línea racionalista e idealista, que absolutiza la importancia de la conciencia que piensa al mundo y minimiza la densidad del mundo material y el valor del cuerpo; por otro lado la línea empirista, que absolutiza la importancia del mundo material y del cuerpo, minimizando a su vez la densidad y la consistencia de la conciencia.
Al parecer la egología empirista es la más frecuente en nuestros días. Exageramos los cuidados del cuerpo.

Apreciamos el dinero, el lujo, la posesión de objetos como la casa, el auto, los vestidos a la moda, los viajes por el mundo. Por consiguiente, infravaloramos el sacrificio en favor del prójimo, la solidaridad con los más pobres, la fidelidad conyugal, la lucha contra la contaminación ambiental, la defensa de la justicia, la austeridad voluntaria, el amor sostenido por la libertad personal, la práctica cotidiana de la oración, etc.
En nuestro tiempo hemos tomado conciencia de que la egología es un fenómeno social. Del mismo modo que existe como sentimiento del yo colectivo un orgullo familiar o nacional, existe también un egoísmo familiar y nacional en los cuales la familia o la nación, respectivamente, figuran como y colectivo, esto es, aparecen en concurrencia y rivalidad con otros hombres o grupos en la intensión de querer poseer para si, sin tener en cuenta los derechos de los humillados y oprimidos.
Auto trascendencia en el amor
La forma más segura para salir del calabozo del egoísmo es el amor. Este aparece, al mismo tiempo, como un impulso o tendencia y también como emoción o sentimiento. En cuanto que es impulso, tiende hacia el tú contemplado como persona. De ahí su fuerza centrípeta que nos hace abandonar el encerramiento dentro del yo. Nos saca de la estrechez del yo y nos traslada hasta el más profundo centro del otro.
En la amistad, en el enamoramiento, en la simpatía y en otras relaciones afines, la auto trascendencia del amor es fácil, gozosa y espontánea. En cambio, en el amor resulta dura y dolorosa la salida de uno mismo. Es semejante, con frecuencia, al parto difícil y penoso con que la madre da a luz un hijo.
Una de las grandes confusiones de nuestra época se refiere al aspecto doliente del amor.
 Este es confundido con el gusto, el placer y el entusiasmo que acompañan ciertas relaciones interpersonales.
En verdad, el amor nace de la libertad. Amamos realmente cuando buscamos, a fuerza de voluntad y por encima del disgusto y del rechazo, todo aquello que libera y beneficia al prójimo o al propio yo.

Uno de los mejores bienes que podemos brindar al otro, impulsados por el amor, es el esfuerzo por facilitarle el proceso de convertirse en persona.
 Cuando amamos, tratamos al tú como un ser único, responsable, libre y capaz de aprender a amar.
Por ejemplo, en cuanto que admitimos su libertad,
Permitimos que responda sí o no a nuestras demandas. Lejos de enfadarnos por sus respuestas negativas, lo aceptamos incondicionalmente a pesar de que nos duela. No se lo admitimos que niegue nuestros gustos y deseos, sino que lo apoyamos con sinceridad en sus decisiones.
Si nos falta el amor esperamos y hasta exigimos que el hermano diga sí a cualquiera de nuestras peticiones. Esto significa que lo consideramos como objeto, como una máquina que satisface nuestros apetitos y caprichos.

Por el contrario, el amor deja al otro en libertad. Lo reconoce libre para aprender a amar. De ahí que nos coloca en el centro persona! del prójimo. Nos permite conocer los rasgos y facciones más peculiares de su personalidad. Y nos descubre que él es un proceso viviente que puede cambiar, crecer, y alcanzar la plenitud.
Es claro que sólo conocemos bien a un ser humano cuando lo amamos y mientras le conservamos libremente nuestro amor. Y dado que la libertad, salvo en casos graves de enfermedad, se conserva en nosotros por encima de la muerte, es posible sostener que el amor es más fuer te que la misma muerte. Podemos amar por siempre y para siempre. Lo infinito y lo eterno constituyen el horizonte natural del amor.

Necesidad de infinito

En efecto, uno de los anhelos fundamentales del amor es el de la eternidad y lo ilimitado. Al realizar la experiencia de amar y ser amados, hemos saboreado con toda seguridad la gana de perpetuar nuestro amor sin límites de tiempo ni espacio
 Así experimentamos el ansia de una in mortalidad feliz en compañía de nuestros seres queridos y de todos los hombres.
Para el que ama resulta inconcebible un mundo en el que no exista la persona amada. Y de tal vivencia surge la gana de colocar la relación amorosa en el ahora inacabable de la eternidad

LA ENERGÍA DEL AMOR ME INMORTALIZA

Deseo de vida eterna
El amante, por su afán de vida para quien ama, produce un ambiente vivificante. No sólo le ofrece bienestar. También le procura una existencia más plena. En este sentido puede afirmarse que el amor incondicional crea al amado. Lo ayuda a convertirse en persona, en hijo de Dios, en hermano de todos los hombres.
El que recibe amor se siente animado a existir ya no dejar nunca de ser. Se percibe colocado en el horizonte de lo eterno. No es libre para morir. No se le permite abandonar su propia vida, aunque un día tenga que dejar su cuerpo en el sepulcro. Está obligado a existir para siempre, porque la energía del  amor ME inmortaliza.

El deseo de inmortalidad se refiere a las personas que amamos, lo mismo que al propio yo.
 Este anhelo es tan antiguo como la misma humanidad. Uno de los datos antropológicos más seguros y comprobados es la creencia en el más allá.
El culto a los muertos pone de relieve la convicción de que hay otra vida que prolonga la existencia
Inicialmente transcurrida en la tierra. Al dar el paso que llamamos muerte, atravesamos el dintel de la   vida eterna.
Sin embargo, el amor nos hace morir a lo que, en último análisis, tenemos que morir: al ego,
De esta suerte, consiguen adentrarse sin dejar la vida Terrena, en la Fuente eterna de! amor.
Al colocarse así en el corazón del AGAPE del Amor, llegan a
Encontrarse con el que es Amor. Sí, tal como nos advierten el amor al tú particular nos abre la perspectiva del Tú eterno.
Y cuando logramos sepultar por completo el egoísmo, para alcanzar las más altas cumbres del amor al prójimo y a Dios, el final de nuestro camino terrenal es una explosión de amor.   El máximo poeta de la lengua española y, al mismo tiempo Doctor Místico, describe esa experiencia en los siguientes términos:
Donde es de saber, que la muerte natural de las almas que llegan a este estado, aunque la condición de la muerte, en cuanto el natural, es semejante a las demás, pero en la causa y en el modo de la muerte hay mucha diferencia,
por que, si las otras mueren muerte causada por enfermedad o por longura de días, éstas, aunque en enfermedad mueran o en cumplimiento de edad, no las arranca el alma sino algún ímpetus y encuentro de amor mucho más subido que los pasados y más poderoso y valeroso, pues pudo romper la tela y levarse la joya del alma.
Y así, la muerte de semejantes almas es muy suave y muy dulce, más que les fue la vida espiritual toda su vida; pues que mueren con más subidos ímpetus y encuentros sabrosos de amor, siendo ellas como el cisne, que canta más suavemente cuando se muere”.
Apertura infinita del ser humano

Es un hecho que los humanos, aparte de trascender los límites del ego, superamos de varias formas las fronteras del espacio
Esto se produce con el amor. Gracias a él nos acercamos y nos unimos a la persona amada y dejamos de estar separados, espacial y afectivamente. Así vencemos la soledad y la separación.
En realidad, el ser de la persona puede ensancharse aún más. Desde las diferentes áreas de su ser se siente capaz de abrirse a la infinitud.
El cuerpo, igual que la parábola geométrica y la antena parabólica, se demuestra capaz de movimientos giratorios de la cabeza y del torso, que describen líneas abiertas hacia lo infinito del espacio sideral. El cuerpo humano es parabólico y, por lo mismo, puede captar como una antena las innumerables formas de “ondas” del ser.
Incluso tiene la posibilidad de percibir, en algún modo, la unidad del universo, no obstante que éste se demuestra ilimitado. Con su cerebro maravilloso, consigue percatarse de lo admirable e indescriptible que es lo infinito del cosmos.
Sin dejar de apoyarnos en los programas del cerebro, existe también en nosotros una motivación que nos hace anhelar lo ilimitado. En otras palabras, experimentamos la necesidad imperiosa de una vida eterna, de un amor incondicional, de una felicidad sin horizontes, de una plenitud sin confines.
El sentimiento, tal como sucede habitualmente en
 Personas maduras, llega a desbordarse, y adquiere una dilatación oceánica.. Nuestro ánimo se expande en una alegría sin barreras. Entonces nos sumergimos en el interminable ámbito de la infinitud.
La conciencia, en como habilidad de conocer, también se demuestra capaz de ampliarse sin limitaciones. Puede abrirse en abrazo a la inmensidad en que se mueve el universo. Logra que el ser humano reconozca su verdadera identidad. Su yo verdadero, en cierto sentido, es infinito. Lo cual se debe a que forma parte del Todo, que no tiene término.
Esta percepción se torna experiencia cuando el corazón del hombre entra en proyección. Se ha visto que el cerebro funciona en ocasiones como un todo. Esto significa, simbólicamente, que en su centro personal el individuo es una totalidad. En tales profundidades el hombre reúne en un conjunto todos los elementos y funciones de su ser. Entonces tiene la posibilidad de sentir y conocer la infinitud en su inabarcable totalidad.

El corazón, sin embargo, no conoce fríamente. Capta la ilimitable realidad en que vivimos como un océano de amor.

En lo cual parece al alma que todo el universo es un mar de amor en que ella está engolfada. No echando de ver término ni fin donde se acaba ese amor, sintiendo en si, como “sentimos”, el vivo punto y centro del amor.”Comunión con el Tú infinito”
En su profundidad más íntima, lo infinito y eterno posee un Rostro. Es Dios, El cual, en su revelación a los cristianos, se manifiesta corno un Dios único con el triple per fil de Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Debido a las características de la persona humana, es factible que nosotros podamos percibir con “con los sentimientos de luz que nacen del” corazón al que es el manantial mismo de la infinitud.
Esa posibilidad de encontrarse con el Tú infinito es, a fin de cuentas, un regalo de El mismo. El nos concede la gracia de poder adentramos en su corazón, en el principio eterno de ese mar de amor que es el universo.
Por medio de Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, se nos regala el don de entrar en comunión personal con Dios en cuanto Dios.
 No es una relación, como en el Taoísmo o en el Budismo, de tipo impersonal. A través del Señor Jesús, la criatura humana puede relacionarse filialmente con el Padre eterno.
La humanidad de Cristo no sólo hace factible un encuentro de tú a tú con Dios. Además, nos adentra en el misterio de la divinidad. Allí nos conduce:
a la inmensidad del amor indescriptible del Padre.
Es evidente que “Dios es amor”. Pero, en realidad, Dios es infinitamente más amor que el que podemos imaginar o pensar. De ahí que sólo con el corazón, con su habilidad para abrirse a lo infinito, puede conocer en un proceso interminable y eterno;
La enormidad sin fronteras del amor divino.
Camino hacia el infinito
Llegados a este punto, podemos preguntarnos,
¿cuál es el camino práctico para acceder a lo infinito?
Los cristianos respondemos que el camino real hacia lo ilimitado; es Cristo. Pero esto ocurre de manera que trascendemos la infinitud del universo. Y vamos aún más lejos, hasta llegar al Principio sin principio, que es                                                                                      “                                      Dios Padre.



Para movernos junto con Cristo hacia el Padre,
 Requerimos el impulso del amor. Un amor radical al prójimo y a Dios, nos permite seguir efectivamente al Señor.
 Porque Dios es amor, cuanto más amamos, tanto mas tenemos a Dios. Entonces resulta que por el Hijo y en el Espíritu de Dios caminamos hacia Dios. Hacia Dios Padre que se nos revela en Cristo.

La oración: COMPARTIR  DE AMOR PURO

A la auto comunicación de Dios respondemos las personas con a actitud teologal de fe, esperanza y amor.
 Por la fe nos abrazamos de Dios. Por medio de la esperanza nos abandonamos confiados en El.
Y en el amor nos unimos internamente con El.
Un modo concreto de usar la fe, esperanza y amores la oración de lo  cristianismo, Dios se revela sensiblemente. Por lo mismo, podemos hablar con El, como hablamos con un amigo que, simultáneamente, es Padre nuestro.

Durante la oración, la fe nos abre a la presencia de Dios. La esperanza nos alienta en la búsqueda del infinito amor divino. El amor realiza el “compartir” que constituye la esencia de la oración. La cual, como nos advierte santa Teresa;
“no está en pensar mucho, sino en amar mucho”.
Se trata de una actividad que es realizable en cualquier lugar y a toda hora. En el trabajo, en casa, en el cine, en la playa, en la calle, en el baile y
En todas partes tenemos la posibilidad de amar a Dios,(siempre ojala con tus ojos cerrados).
Cierto, el amor a Dios requiere como garantía el amor al prójimo. Cuando amamos a nuestros semejantes desplegamos los recursos de la corporeidad. En consecuencia, tenemos un comportamiento más humano. Y así, el amor al hermano es una parte del que deseamos entregarle al Señor.
Se comprende, entonces, que es muy oportuno incluir el cuerpo en la oración, tal como se estila en las
 tradiciones orientales. Si los humanos somos la unidad de un espíritu encarnado, resulta más realista que, al “compartir ”amorosamente con Dios, impliquemos nuestra dimensión corporal. En este sentido, tenemos mucho que aprender del yoga cristiano.
Igual que el cuerpo, la sociedad, la naturaleza y el
 Universo entero forman parte de la realidad del hombre. Y es obvio que, incluso cuando oramos en forma personal, estamos levantando hacia Dios la totalidad del cosmos, somos su “transmisor” especial.
A la luz de todo esto, me permito definir la oración como el “compartir” amoroso con Dios, nuestro Padre, por medio de Cristo y en el Espíritu Santo, acompañados de todo el cosmos

Formas de la oración
Es normal escuchar que la oración puede ser ejecutada en forma personal y comanunitaria,
 La primera suele adoptar distintas modalidades. Es vocal, si utilizamos una fórmula que pronunciamos oralmente. Por ejemplo el padre nuestro, el rosario, etc.(pero como lo expresa Jesús en MT 6,5-8).
La lectura meditada de la Sagrada Escritura, puede tomarse como oración, si nos sentimos movidos a hablar con Dios. Al conversar con El mediante nuestros pensamientos, envueltos en el “celofán” de
Los “sentimientos” realizamos la meditación, en sentido occidental. Algunos la toman como una manera de orar.
Parece que oramos más propiamente cuando tratamos amorosamente con el Padre. El compartir amoroso es el distintivo de la oración, dentro de cualquier religión teísta  y, en especial, en el cristianismo.
Cuando nos reunimos en pequeñas comunidades con el lazo es la amistad y el tejido de los
“ sentimientos” todo cambia. El contacto con Dios se torna comunitario. Y puede ser en forma pública y privada. En el primer caso empleamos la oración litúrgica. Nos unimos a la Iglesia universal en compañía de los bienaventurados, para formar un coro de dimensiones cósmicas que, en unión con Jesucristo y guiado por el Espíritu Santo, alaba a Dios Padre sin cesar.
En forma privada el grupo no tiene que seguir la
Uniformidad del mismo cántico litúrgico. Tiene la posibilidad de “CREAR Y SENTIR EL canto” cómo queremos hablar con Dios. Se puede “proclamar” un trozo de la escritura y luego los participantes “comparten de corazón a corazón” al Padre, a Cristo o al Espíritu.
Teniendo en cuenta el contenido de la oración, ésta puede ser de petición, acción de gracias, alabanza, compartir  amoroso y contemplativa. En el primero pedimos lo que necesitamos y espiritualmente.  En el segundo, agradecemos los constantes bienes que recibirnos de Dios. En el tercero, lo alabamos por sus atributos y por su amor a los hombres. En el cuarto, respondemos amorosa mente a su auto donación En el quinto, buscamos un encuentro con El de corazón a corazón.
Con estas prácticas diversas tendemos hacia la adquisición de una actitud de oración. La cual consiste en un modo de ser, que nos dispone a reaccionar, frente a cualquier persona o situación, cogiéndonos de la mano de Dios. Mientras alguien me insulta, por ejemplo, “compartimos” con el Señor para que me “oriente. “y resulta.
A partir de semejante actitud, conseguimos convertir nos en orantes. Esto significa que ya no sólo hacemos actos de oración, sino que nuestro ser entero se vuelve orante o dialogante respecto al Padre. En cualquier lugar y circunstancia acudimos a El.
En verdad, como te he insistido ya, no existimos ni crecemos ni maduramos en el aislamiento. Sólo satisfacemos nuestras necesidades en “comunidades”. Y también saboreamos la dimensión infinita de nuestro ser en relación con los demás.
Dentro de esta perspectiva, es obvia la conveniencia y urgencia de superar el individualismo que se ha introducido también en la práctica del compartir con Dios. Nos hace falta tomarnos de la mano unos con otros en nuestro encuentro con el Señor.
En unión con otros orantes estamos actualizando la
Realidad: formamos un todo con la humanidad entera, con el cosmos y con Dios. Al reunirnos con los hermanos estamos envías de experimentar la intrínseca unidad de cuanto existe.
En la visión cristiana de la unidad de todo en el Todo que es el Creador, se reconoce la máxima comunión en la diversidad personal. Cristo, como explica san Agustin, procura esa unión entre el hombre y Dios. ‘Pero de tal manera une, que distingue. Y de tal suerte distingue, que no separa”.
Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, que no pierde su unidad en la trinidad de las Personas. Por ello es ideal que progresemos en la oración ayudándonos unos a otros. Así realizamos, por otro lado, la naturaleza intrínseca de la Iglesia fundada por Jesucristo.


 S.S. Pablo VI escribe al respecto:
“La Iglesia es la comunidad de Personas que oran. Su fin primordial es el de “vivir” la  oración. Si queremos saber qué cosa hace la Iglesia, debemos observar; que ella es el CORAZÓN  de la  oración”.
No cabe la menor duda, el Tú infinito quiere hacernos participes de la inmensidad de su amor, llamándonos en grupo. Se empeña en hacernos participes de su unidad para que formemos una fraternidad con todos las personas  y con la creación entera.
 En El podemos sentirnos hermanos de todos los hombres, ciudadanos del universo y herederos de la infinitud de su amor y de su alegría.
En América Latina estamos tomando conciencia de que la oración no sólo es un asunto personal y comunitario, si no también popular. En el siguiente capítulo recordaré que Jesús oraba con su pueblo. Frecuentaba los mismos lugares y empleaba las mismas fórmulas de oración que sus compatriotas.
Santa Teresa estaba convencida de la necesidad de un grupo para crecer en la amistad con el Señor. Ahora nos percatamos de que el pueblo, especialmente los más pobres y humillados, pertenecen a la mediación grupal que, hasta donde me es posible, yo quisiera poner de relieve en este humildes páginas
Pablo VI. Alocución, 20-VIII-1966,


2. LA ORACION CONTEMPLATIVA
El Documento de Puebla, elaborado por los Obispos latinoamericanos, menciona esta forma de oración. No hay que confundirla con la contemplación y ni siquiera con la contemplación adquirida.
En la oración contemplativa, igual que en cualquier otro modo de orar, nosotros tomamos la iniciativa para “compartir” amorosamente con quien nos ama. Sólo que buscamos a Dios con el centro de nuestro ser, es decir, con los “sentimientos” que brotan en mi corazón.
En cambio, la contemplación nace de la iniciativa divina.
 El Señor, tras habernos invitado previamente a convivir con El, responde con una nueva auto donación porque ad vierte que nos acercarnos a El mediante la oración y el amor al prójimo.
Por su parte, a contemplación adquirida consiste en una actitud producida por la experiencia repetida de “compartir” con Dios. Se adquiere con ella la facilidad para estar en contacto amoroso y silencioso con Dios. Ya no hace falta la lectura ni la meditación ni el diálogo. Basta con ponerse en presencia del Señor.
La oración contemplativa es un camino más corto para llegar a la contemplación adquirida e, incluso a la contemplación infusa.
Las grandes religiones cuentan con distintas formas de oración contemplativa La meditación yoga, la meditación trascendental la meditación zen, etc., constituyen ejemplos concretos de esa manera de acercarse a Dios con el corazón.
En el cristianismo también oramos sin palabras, de suerte que el ser personal se convierte en lenguaje silencioso que abarca la totalidad del orante.
Nota .En e siguiente capitulo te presentare como  hacer la OR, de CONTEMPLCION. Es MARAVILLOSA!
Pepe.

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