LA ALEGRIA DE VIVIR
En
el enfoque patagónico, igual que en cualquier tipo de ayuda psicológica, se
responde a las potencialidades y recursos que ya existen en la persona o grupo.
A mi me gusta seguir un orden en mis intervenciones. Pienso que primero nos con
viene reforzar la integración con la vida, de modo que se afiance en nosotros
la alegría de vivir. Después vendrán la integración personal, la integración
social y la integración espiritual.
1.
LA META FUNDAMENTAL DE LA VIDA
En
los talleres de integración, lo mismo que en la relación de ayuda pantagógica,
empezamos con el redescubrimiento del objetivo principal de nosotros los vivientes.
Desde
el campo de la neuroconciencia, describe nuestra meta biológica en estos
términos:
“Nuestro concepto
central es que el objetivo principal de los organismos es continuar
conservándome a mi mismo; en palabras sencillas: permanecer en buen estado de
salud. El placer y la felicidad son los signos de que yo criatura estoy
triunfando en la consecución de ese objetivo, son los signos internos que me
indican que sus programas de acción están trabajando bien”.
Ahora
mismo, como si hiciéramos un ejercicio, podemos visualizar en nuestra mente esa meta. Nos vemos a nosotros
mismos en perfectas condiciones de salud. Escuchamos comentarios positivos al
respecto por parte de nuestros amigos y familiares. Traemos buen sabor en la
boca. Experimentamos sensaciones de placer y bienestar como signos de estar
triunfando en la consecución de dicha meta.
Hemos
sido creados para la salud y la felicidad. Por ello, los grandes maestros
espirituales, los fundadores de las grandes religiones, sobre todo Jesucristo,
el Mesías, me muestran el camino que conduce al bienestar
y la felicidad.
En
concreto, el Señor Jesús vino a predicar el AMOR del evangelio. Y evangelio en
griego quiere decir buena nueva o anuncio de feliz.
Pero
el Señor no se contenta con traernos cualquier clase de gozo. Nos propone, tal
como señalo en los fundamentos pantagógica, permanecer en su amor mediante el
amor al prójimo, para que tengamos su alegría. Busca así que nuestra “alegría
sea total”.
Y
no se contenta con eso. Desea que nuestra alegría perfecta sea permanente. No
le basta que a veces tengamos esa alegría cumplida. Quiere que siempre estemos
alegres.
Semejante
voluntad del Señor es expresada por El mísrno cuando anuncia su pasión a los
discípulos. Poco antes de morir les dice:
“Ahora
estáis tristes porque me voy, pero volveré, y se alegrará tú corazón y nadie
podrá quitarte esta inmensa alegría” (JN16,22).
Es
tan cierto que Jesús está seguro de que nadie puede quitarnos la alegría y que
en verdad podemos mantenernos alegres, ya que san Pablo repite: “estad siempre
alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres” (Fil 4,4).
Así
que no sólo hemos sido creados para la felicidad, sino Dios se preocupa por
enseñarnos el camino que conduce hacia ella. Además, nos ha hecho de tal modo,
que podemos sentirnos siempre felices. A tal grado somos libres de cara al ambiente,
los acontecimientos y las personas, que nada ni nadie puede quitarnos la
alegría.
Precisamente
servicio pantagógica a los demás y los talleres de integración pretenden
mostrar que hay en cada uno de nosotros el potencial necesario para conservar
nuestra alegría. Existen ya en nuestro interior los recursos suficientes para
es coger la vivencia de la felicidad, a pesar de los obstáculos y dificultades
de la vida.
Para
que tales recursos sean aprovechados al máximo nos conviene visualizamos
saludables y felices. Al mismo tiempo
hace falta, como dice Jesús, convertirnos y creer en el evangelio. Si creemos
que la alegría perfecta y constante es posible, que tenemos las capacidades
para conservada y que gracias al amor de
Dios la merecemos, nos hallamos en el camino del evangelio. Al vivir en
consecuencia, iremos dejando otras sendas y adoptaremos el rumbo propuesto por
el Señor. Y esto es lo que significa convertirse.
Por
ello aprovecharé cuanto pueda mis aportaciones. Hace falta emplear lo mejor de
mismo para desplegar toda mi libertad,
sea para mantenerme en el amor al Señor que para amar al prójimo como El, si
queremos que nuestra alegría sea perfecta. Otro tanto de libertad nos es
indispensable para que nadie me quite la alegría, y logre estar siempre alegre.
Esta
aparente utopía corresponde, como antes he señalado, al objetivo principal de los
organismos vivientes. Así que no se trata de sueño imposible. Por el contrario,
al perseguir esa meta, nos colocamos en la perspectiva propia de nuestro ser o
identidad de vivientes. Lo cual resulta tanto más cierto y factible cuanto que
somos humanos. Más todavía si tenemos fe, y creernos en el que es Dios de vivos. Aún más si
Reconozco
a Jesús como el Hilo de Dios encarnado. Pues El afirma que ha venido para que tengamos
vida y vida en abundancia (JN 10,10).
La
vida y, en concreto, su objetivo de salud y felicidad, se manifiesta a nuestra
consideración corno un hecho sistémico. Tanto la felicidad corno la salud son
fruto de la armonía. Más específicamente, nacen de la armonía que el amor nos
procura en nuestro interior y en relación con el prójimo, la naturaleza, el
cosmos y Dios.
En
los místicos de las grandes tradiciones espirituales tenernos grandes testigos
de que la utopía de vivir, la alegría perfecta y constante es posible.
Cuando
el místico español, Juan de la Cruz, describe a la persona que se ha unido
perfectamente con Dios por el amor, empieza Ci adverbio siempre para calificar
la felicidad de ella.
Me
pregunto si esta misma noche, en el último minuto antes de sumergirte en el
sueño, harás el siguiente ejercicio. Consiste en visualizarte en perfectas
condiciones de salud y felicidad. Adviertes que dicho estado es el resultado de
tu armonía interior y exterior producida por tu amor a todo, a todos y al Todo.
Enseguida,
habla con el Ser Superior en quien tu crees.
Pídele
que ayude a tu mente inconsciente para prolongar la imagen en que te contemplas
saludable y feliz por medio de los sueños nocturnos. Y exprésale la esperanza
de que su poder y tus recursos inconscientes te harán más clara y atractiva,
cada día, la meta central de todo viviente: conservarse en buen estado de salud
y en la alegría total.
2. TENDENCIAS DE LA VIDA
La
vida misma entraña ciertos hábitos o tendencias que apoyan la búsqueda de la
salud y la felicidad en todo viviente. Entre tales hábitos, que antaño llamaban
‘‘leyes biológicas”, podemos recordar los siguientes:
1)
Sistema-estructuración
2)
Temporalidad-dinamismo
3)
Comunicación-complementariedad
4)
Auto conservación autorregulación
5)
Crecimiento-auto renovación
6)
Diferenciación-configuración
7)
Flexibilidad-plasticidad
8)
Reproducción-evolución
9)
Autonomía-libertad
Los
organismos vivientes constituyen un sistema que se va estructurando
paulatinamente. Cada uno de ellos forma una totalidad única e irrepetible. “Por
ejemplo, el organismo humano contiene sistemas orgánicos compuestos de varios
órganos, y cada uno de estos órganos está compuesto de tejidos que, a su vez,
se componen de células”.
Las
relaciones de estos diferentes niveles de sistemas son comparables a un árbol
de sistemas como el de las figuras. Las raíces
representan a los sistemas orgánicos, los órganos, los tejidos y las células.
El tronco recuerda que cada individuo está conectado con otros sistemas:
familia, sociedad, medio
ambiente,
planeta tierra, galaxias, cosmos.
Los vivientes somos sistemas
individuales dentro de un sistema que pertenece a otro sistema. Este, a su vez,
forma parte de otro sistema. Y así sucesivamente hasta que todos forman parte
del gran sistema que es el cosmos.
Si
te sientas cómodamente y respiras en forma lenta y profunda, puedes imaginarte viajando a la
velocidad de tu pensamiento por el cosmos.
Luego te acercas a nuestro planeta para
percatarte de que tu existencia se desarrolla sistémicamente
H
A C I A LA CONTEMPLACIÓN
Hoy
experimentamos en el mundo una pasión intensa por el hombre. El progreso en las
ciencias del hombre, aparte de otros factores, ha aumentado en nosotros el
ansia por defender los derechos humanos, por promover la liberación de los
pobres, por facilitar el crecimiento de las personas, etcétera.
Quiero
colaborar, en la medida de mis posibilidades, con quienes estamos comprometidos
con la liberación, desarrollo y plenitud de las personas.
Vivimos en el siglo
de los pequeños grupos.
Tal vez como nunca antes en la historia, en esta época hemos comprobado que la
vida con y para los demás resulta indispensable, si queremos crecer en
libertad, si deseamos convertirnos en personas, si nos proponemos cambiar
nuestra sociedad.
Por
otro lado, especialmente desde la década de los noventa, percibimos un amplio
despertar en la
Religiosidad
del hombre contemporáneo. De alguna manera intuimos que la experiencia de Dios
puede colmar los anhelos de felicidad y plenitud, que el progreso científico y
tecnológico no ha sabido brindarnos, la felicidad soñada.
En
efecto, más allá de las prácticas religiosas, muchas veces realizadas en forma
ritualista, andamos a caza de una experiencia de lo Sagrado, de lo Trascendente,
de lo Eterno. Queremos situarnos por encima de la transitoriedad y caducidad de
as alegrías terrenas. Deseamos una plenitud que el crecimiento personal no
acaba de entregarnos.
Sobre
todo, somos testigos de que nosotros solos somos incapaces de resolver los
problemas que atormentan a la humanidad.
Se
prevé que para el año 2020 serán 900 los millones de personas que padecerán el
hambre y la miseria.
En
este momento en que la Iglesia quiere evangelizar las culturas de nuestro
mundo, necesitamos un maestro como Juan Pablo
11 para buscar una transformación personal en Cristo socialmente. Sólo así nos
convertiremos en evangelizadores que estén a la altura de as exigencias de la
Nueva Evangelización.
MIS NECESIDADES TRASCENDENTES
Quiero
empezar el primer capítulo tomando en las
Serio
algo muy concreto: nuestras necesidades.
Este es un hecho absolutamente común. Ningún ser humano carece de necesidades.
Todos requerimos un conjunto de valores para colmar el vacío del alma que busca
intensamente al Señor interior, que esta y
no lo sentimos. Hay mucho ruido de todo.
Movidos
por nuestras carencias, buscamos agua,
Alimento,
vestidos, casa, trabajo, seguridad, libertad social, justicia, amor, un sentido
para nuestra existencia y, aparte, un
Dios protector y amoroso. Que esta al alcance de un SÍ mí.
Los
humanos, por naturaleza, aparecemos como seres insatisfechos. Sin cesar
experimentamos la falta de algún bien TRANASCENDETE. Cuando satisfacemos un
anhelo, sentimos de in mediato una nueva exigencia. Una vez que ésta ha sido
calmada, despertamos en nuestro interior otro deseo.
Y
así sucesivamente.
Es
normal que habiendo recibido los satis factores
Materiales -ropa, comida, casa, trabajo,
descanso, diversión, etc.-, vivamos el impulso hacia valores trascendentes o
espirituales. En este caso pensemos en la justicia, el compromiso con los
pobres, la amistad, el amor paciente a los propios familiares, el gozo de la
hermosura, la búsqueda de un Ser absolutamente trascendente y eterno...
Entiendo
por trascendente lo que está fuera de
los límites estrechos del propio yo. Todo aquello que nos hace salir de
nosotros mismos, la justicia, la belleza, la amistad, el prójimo y, sobre todo,
el Señor Dios, merece el calificativo de trascendente.
La trascendencia de
esos valores no significa que ellos se sitúan espacialmente fuera de nuestra
tierra.
Más bien quiere decir que nos sacan del
encerramiento dentro de nosotros mismo.
Demandan
una auto trascendencia que nos coloca más allá de nuestros intereses y
necesidades. Por consecuencia, exigen que los apreciemos, los respetemos
La
primera agrupación, referente a las biológicas, incluye la sed, el hambre, la pulsión
sexual, etc. La segunda nos hace pensar que no basta con la sobrevivencia.
Además, la persona necesita perfilarse como un individuo único e irrepetible.
Para esto requiere protección, un nivel alto de aspiraciones, estima por parte
de los demás, auto- estima, etc. En la tercera, las motivaciones transitivas o
de plenitud, proyectan al sujeto más allá de sí mismo. Entonces aspira a
comprometerse con la justicia, la verdad, la hermosura, la bondad, el sentido
de la vida, la plenitud,
Tendencias del ser-para-otro
Con
frecuencia pensamos que el compromiso con el prójimo es una obligación que se
nos impone desde fuera. No advertimos la verdadera esencia de nuestro ser. Y resulta
de ello que lo tomamos como una carga a entrega y el servicio a los demás.
En
realidad, tal como comprueba la sicología, brota de nuestra naturaleza personal
la tendencia a ayudar, a dar nos y a ser para el otro: Como el agua satisface
nuestra sed, así también a benevolencia, la compasión, el amor y demás impulsos
altruistas, calman nuestra necesidad de auto trascendencia en pro de la
sociedad humana.
No
es un lujo que procuremos el bienestar de los otros. Nuestra naturaleza
espiritual sólo se siente realizada en la trascendencia del egoísmo. Más todavía,
no satisface sus anhelos en la entrega a un tú particular. Le hace falta prolongar su bondad y creatividad a las estructuras sociales.
Necesita crear una sociedad más justa, pacífica, libre, igualitaria y
fraternal.
Si
“espíritu significa, en el hombre, comunicación y trascendencia y posibilidad
de participar en lo que se halla más allá del individuo y su interés inmediato”,
entonces la perspectiva del compromiso con el otro y con la sociedad, ofrece la
posibilidad de satisfacer uno de los impulsos más hondamente humanos. -
Al
mismo tiempo queda de manifiesto que, contra lo que piensan los materialistas, lo espiritual no es sinónimo de abstracto o
etéreo. Simplemente alude a la capacidad que tenemos los humanos de romper
las barreras del yo, para comunicarnos con los demás y comprometernos con su
liberación y crecimiento y bienestar.
Porque
somos espirituales podemos satisfacer la
necesidad de asociarnos con los otros, de
ayudarlos y de promover su desarrollo completo.
Es
evidente que no sólo servimos y amamos a los de más. Simultáneamente estamos
recibiendo sin cesar su apoyo, bondad y amor. Sin ellos no hubiéramos nacido.
Tampoco nos habríamos desarrollado sin contar con su acompañamiento y
enseñanzas. Poco a poco nos compartieron su lenguaje, sus costumbres, su
cultura, sus hábitos de higiene, sus logros laborales y sociales, su sentido de
la vida y, en especial, sus creencias religiosas.
Si,
aprendemos a invocar a Dios en el seno de una comunidad. Imitando a los
miembros de éste, damos los primeros pasos hacia Dios. Y con su ejemplo y
orientaciones buscamos las cimas de la amistad y unión con Dios.
Por
ejemplo, la justicia nos inclina a reconocer y a defender los derechos de cada
persona. No queda excluido el propio yo, pero se va más allá de los gustos y
afanes egoístas. Así, nos trascendemos a
nosotros mismos al comprometernos con la
justicia.
Necesidad de trascendencia
social
El Aislamiento individualista
mata esta “trascendencia” social
Sin
embargo, en contra de las inclinaciones normales de la naturaleza humana,
caemos en ese movimiento histórico conocido como “egología”
Nos encerramos en el propio yo. Y al dejar de
vernos en el espejo de la valoración y afecto de los otros, nos volvemos
extraños a nosotros mismos. No conocemos nuestros talentos y valores; tampoco reconocemos nuestras carencias y
defectos. Sin la comunión con el prójimo
nos volvemos ciegos. Hacemos como si los demás no existieran y como si no
dependiéramos de ellos para existir y seguir creciendo. Esta ceguera del
egocentrismo nos esclaviza también.
El yo nos encadena y nos hace prisioneros de
nuestros caprichos, puntos de vista, deseos, apegos, placeres materiales, etc.
“La
antropología moderna a partir de Descartes está fuertemente caracterizada por
el hecho de que el hombre es visto ante todo y prevalentemente en su relación
con el mundo material. Además el hombre moderno es ampliamente interpretado
como individuo solitario, en cerrado en sí mismo y aislado de los demás.
No es que se niegue, como es obvio, la
coexistencia con los demás, pero no se
la valora; más aún, no parece tener importancia para la comprensión del misterio
del hombre.
Esta
antropología del yo solitario (egología), orientado hacia el conocimiento
científico y el dominio técnico del mundo, presenta dos líneas de desarrollo;
por un lado la línea racionalista e idealista, que absolutiza la importancia de
la conciencia que piensa al mundo y minimiza la densidad del mundo material y
el valor del cuerpo; por otro lado la línea empirista, que absolutiza la
importancia del mundo material y del cuerpo, minimizando a su vez la densidad y
la consistencia de la conciencia.
Al
parecer la egología empirista es la más frecuente en nuestros días. Exageramos
los cuidados del cuerpo.
Apreciamos
el dinero, el lujo, la posesión de objetos como la casa, el auto, los vestidos
a la moda, los viajes por el mundo. Por consiguiente, infravaloramos el
sacrificio en favor del prójimo, la solidaridad con los más pobres, la
fidelidad conyugal, la lucha contra la contaminación ambiental, la defensa de
la justicia, la austeridad voluntaria, el amor sostenido por la libertad personal,
la práctica cotidiana de la oración, etc.
En
nuestro tiempo hemos tomado conciencia de que la egología es un fenómeno social. Del mismo modo que existe como
sentimiento del yo colectivo un
orgullo familiar o nacional, existe también un egoísmo familiar y nacional en los cuales la familia o la
nación, respectivamente, figuran como y colectivo, esto es, aparecen en concurrencia
y rivalidad con otros hombres o grupos en
la intensión de querer poseer para si, sin tener en cuenta los derechos
de los humillados y oprimidos.
Auto trascendencia en el amor
La
forma más segura para salir del calabozo
del egoísmo es el amor. Este aparece, al mismo tiempo, como un impulso o
tendencia y también como emoción o sentimiento. En cuanto que es impulso,
tiende hacia el tú contemplado como persona. De ahí su fuerza centrípeta que
nos hace abandonar el encerramiento dentro del yo. Nos saca de la estrechez del
yo y nos traslada hasta el más profundo centro del otro.
En
la amistad, en el enamoramiento, en la simpatía y en otras relaciones afines,
la auto trascendencia del amor es fácil, gozosa y espontánea. En cambio, en el
amor resulta dura y dolorosa la salida de uno mismo. Es semejante, con
frecuencia, al parto difícil y penoso con que la madre da a luz un hijo.
Una
de las grandes confusiones de nuestra época se refiere al aspecto doliente del
amor.
Este es confundido con el gusto, el placer y
el entusiasmo que acompañan ciertas relaciones interpersonales.
En verdad, el amor
nace de la libertad. Amamos realmente cuando buscamos, a fuerza de voluntad y
por encima del disgusto y del rechazo, todo aquello que libera y beneficia al
prójimo o al propio yo.
Uno
de los mejores bienes que podemos brindar al otro, impulsados por el amor, es
el esfuerzo por facilitarle el proceso de convertirse en persona.
Cuando amamos, tratamos al tú como un ser
único, responsable, libre y capaz de aprender a amar.
Por
ejemplo, en cuanto que admitimos su libertad,
Permitimos
que responda sí o no a nuestras demandas. Lejos de enfadarnos por sus
respuestas negativas, lo aceptamos incondicionalmente a pesar de que nos duela.
No se lo admitimos que niegue nuestros gustos y deseos, sino que lo apoyamos
con sinceridad en sus decisiones.
Si
nos falta el amor esperamos y hasta exigimos que el hermano diga sí a
cualquiera de nuestras peticiones. Esto significa que lo consideramos como
objeto, como una máquina que satisface nuestros apetitos y caprichos.
Por
el contrario, el amor deja al otro en libertad. Lo reconoce libre para aprender
a amar. De ahí que nos coloca en el centro persona! del prójimo. Nos permite
conocer los rasgos y facciones más peculiares de su personalidad. Y nos
descubre que él es un proceso viviente que puede cambiar, crecer, y alcanzar la
plenitud.
Es
claro que sólo conocemos bien a un ser humano cuando lo amamos y mientras le
conservamos libremente nuestro amor. Y dado que la libertad, salvo en casos graves
de enfermedad, se conserva en nosotros por encima de la muerte, es posible sostener que el amor es más fuer
te que la misma muerte. Podemos amar por siempre y para siempre. Lo
infinito y lo eterno constituyen el
horizonte natural del amor.
Necesidad de infinito
En
efecto, uno de los anhelos fundamentales del amor es el de la eternidad y lo ilimitado.
Al realizar la experiencia de amar y ser amados, hemos saboreado con toda
seguridad la gana de perpetuar nuestro amor sin límites de tiempo ni espacio
Así experimentamos el ansia de una in
mortalidad feliz en compañía de nuestros seres queridos y de todos los hombres.
Para el que ama
resulta inconcebible un mundo en el que no exista la persona amada. Y de tal vivencia surge la
gana de colocar la relación amorosa en el ahora inacabable de la eternidad
LA ENERGÍA DEL AMOR ME
INMORTALIZA
Deseo
de vida eterna
El
amante, por su afán de vida para quien ama, produce un ambiente vivificante. No
sólo le ofrece bienestar. También le procura una existencia más plena. En este
sentido puede afirmarse que el amor incondicional crea al amado. Lo ayuda a
convertirse en persona, en hijo de Dios, en hermano de todos los hombres.
El
que recibe amor se siente animado a existir ya no dejar nunca de ser. Se
percibe colocado en el horizonte de lo eterno. No es libre para morir. No se le
permite abandonar su propia vida, aunque un día tenga que dejar su cuerpo en el
sepulcro. Está obligado a existir para siempre, porque la energía del amor ME
inmortaliza.
El
deseo de inmortalidad se refiere a las personas que amamos, lo mismo que al
propio yo.
Este anhelo es tan antiguo como la misma
humanidad. Uno de los datos antropológicos más seguros y comprobados es la
creencia en el más allá.
El
culto a los muertos pone de relieve la convicción de que hay otra vida que
prolonga la existencia
Inicialmente
transcurrida en la tierra. Al dar el paso que llamamos muerte, atravesamos el dintel de la vida eterna.
Sin
embargo, el amor nos hace morir a lo que, en último análisis, tenemos que
morir: al ego,
De
esta suerte, consiguen adentrarse sin dejar la vida Terrena, en la Fuente
eterna de! amor.
Al
colocarse así en el corazón del AGAPE del Amor, llegan a
Encontrarse
con el que es Amor. Sí, tal como nos advierten el amor al
tú particular nos abre la perspectiva del Tú eterno.
Y
cuando logramos sepultar por completo el egoísmo, para alcanzar las más altas
cumbres del amor al prójimo y a Dios, el final de nuestro camino terrenal es una explosión de amor. El
máximo poeta de la lengua española y, al mismo tiempo Doctor Místico, describe
esa experiencia en los siguientes términos:
Donde es de saber,
que la muerte natural de las almas que llegan a este estado, aunque la
condición de la muerte, en cuanto el natural, es semejante a las demás, pero en
la causa y en el modo de la muerte hay mucha diferencia,
por que, si las
otras mueren muerte causada por enfermedad o por longura de días, éstas, aunque
en enfermedad mueran o en cumplimiento de edad, no las arranca el alma sino algún
ímpetus y encuentro de amor mucho más subido que los pasados y más poderoso y
valeroso, pues pudo romper la tela y levarse la joya del alma.
Y así, la muerte de
semejantes almas es muy suave y muy dulce, más que les fue la vida espiritual
toda su vida; pues que mueren con más subidos ímpetus y encuentros sabrosos de
amor, siendo ellas como el cisne, que canta más suavemente cuando se muere”.
Apertura infinita del ser
humano
Es
un hecho que los humanos, aparte de trascender los límites del ego, superamos
de varias formas las fronteras del espacio
Esto
se produce con el amor. Gracias a él nos acercamos y nos unimos a la persona
amada y dejamos de estar separados, espacial y afectivamente. Así vencemos la
soledad y la separación.
En realidad, el ser
de la persona puede ensancharse aún más. Desde las diferentes áreas de su ser
se siente capaz de abrirse a la infinitud.
El
cuerpo, igual que la parábola geométrica y la antena parabólica, se demuestra capaz de movimientos giratorios de
la cabeza y del torso, que describen líneas abiertas hacia lo infinito del
espacio sideral. El cuerpo humano es parabólico
y, por lo mismo, puede captar como una antena las innumerables formas de “ondas”
del ser.
Incluso
tiene la posibilidad de percibir, en algún modo, la unidad del universo, no obstante que éste se demuestra ilimitado.
Con su cerebro maravilloso, consigue percatarse de lo admirable e
indescriptible que es lo infinito del cosmos.
Sin
dejar de apoyarnos en los programas del cerebro, existe también en nosotros una
motivación que nos hace anhelar lo
ilimitado. En otras palabras, experimentamos la necesidad imperiosa de una
vida eterna, de un amor incondicional, de una felicidad sin horizontes, de una
plenitud sin confines.
El
sentimiento, tal como sucede habitualmente en
Personas maduras, llega a desbordarse, y
adquiere una dilatación oceánica.. Nuestro ánimo se expande en una alegría sin
barreras. Entonces nos sumergimos en el interminable ámbito de la infinitud.
La
conciencia, en como habilidad de conocer, también se demuestra capaz de
ampliarse sin limitaciones. Puede abrirse en abrazo a la inmensidad en que se
mueve el universo. Logra que el ser humano reconozca su verdadera identidad. Su
yo verdadero, en cierto sentido, es infinito. Lo cual se debe a que forma parte
del Todo, que no tiene término.
Esta
percepción se torna experiencia cuando el corazón del hombre entra en proyección.
Se ha visto que el cerebro funciona en ocasiones como un todo. Esto significa,
simbólicamente, que en su centro personal el individuo es una totalidad. En
tales profundidades el hombre reúne en un conjunto todos los elementos y
funciones de su ser. Entonces tiene la posibilidad de sentir y conocer la
infinitud en su inabarcable totalidad.
El
corazón, sin embargo, no conoce fríamente.
Capta la ilimitable realidad en que vivimos como un océano de amor.
En
lo cual parece al alma que todo el universo
es un mar de amor en que ella está engolfada. No echando de ver término ni
fin donde se acaba ese amor, sintiendo en si, como “sentimos”, el vivo punto y
centro del amor.”Comunión con el Tú
infinito”
En su profundidad más íntima,
lo infinito y eterno posee un Rostro. Es Dios, El cual, en su revelación a los
cristianos, se manifiesta corno un Dios único con el triple per fil de Padre,
Hijo y Espíritu Santo.
Debido
a las características de la persona humana, es factible que nosotros podamos
percibir con “con los sentimientos de luz que nacen del” corazón al que es el manantial mismo de la infinitud.
Esa
posibilidad de encontrarse con el Tú infinito es, a fin de cuentas, un regalo
de El mismo. El nos concede la gracia de poder adentramos en su corazón, en el
principio eterno de ese mar de amor que
es el universo.
Por
medio de Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, se nos regala el don de
entrar en comunión personal con Dios en cuanto Dios.
No es una relación, como en el Taoísmo o en el
Budismo, de tipo impersonal. A través del Señor Jesús, la criatura humana puede
relacionarse filialmente con el Padre eterno.
La
humanidad de Cristo no sólo hace factible un encuentro de tú a tú con Dios.
Además, nos adentra en el misterio de la divinidad. Allí nos conduce:
a
la inmensidad del amor indescriptible del Padre.
Es
evidente que “Dios es amor”. Pero,
en realidad, Dios es infinitamente más amor
que el que podemos imaginar o pensar.
De ahí que sólo con el corazón, con su habilidad para abrirse a lo infinito,
puede conocer en un proceso interminable y eterno;
La
enormidad sin fronteras del amor divino.
Camino
hacia el infinito
Llegados
a este punto, podemos preguntarnos,
¿cuál
es el camino práctico para acceder a lo infinito?
Los
cristianos respondemos que el camino real hacia lo ilimitado; es
Cristo.
Pero esto ocurre de manera que trascendemos la infinitud del universo. Y vamos
aún más lejos, hasta llegar al Principio sin principio, que es “ Dios
Padre.
Para
movernos junto con Cristo hacia el Padre,
Requerimos el impulso del amor. Un amor
radical al prójimo y a Dios, nos permite seguir efectivamente al Señor.
Porque Dios es amor, cuanto más amamos, tanto
mas tenemos a Dios. Entonces resulta que por el Hijo y en el Espíritu de Dios
caminamos hacia Dios. Hacia Dios Padre que se nos revela en Cristo.
La oración: COMPARTIR DE AMOR PURO
A
la auto comunicación de Dios respondemos las personas con a actitud teologal de
fe, esperanza y amor.
Por la fe nos abrazamos de Dios. Por medio de
la esperanza nos abandonamos confiados en El.
Y
en el amor nos unimos internamente con El.
Un
modo concreto de usar la fe, esperanza y amores la oración de lo cristianismo, Dios se revela sensiblemente.
Por lo mismo, podemos hablar con El, como hablamos con un amigo que,
simultáneamente, es Padre nuestro.
Durante
la oración, la fe nos abre a la presencia de Dios. La esperanza nos alienta en
la búsqueda del infinito amor divino. El amor realiza el “compartir” que
constituye la esencia de la oración. La cual, como nos advierte santa Teresa;
“no está en pensar mucho, sino
en amar mucho”.
Se
trata de una actividad que es realizable en cualquier lugar y a toda hora. En
el trabajo, en casa, en el cine, en la playa, en la calle, en el baile y
En
todas partes tenemos la posibilidad de amar a Dios,(siempre ojala con tus ojos
cerrados).
Cierto,
el
amor a Dios requiere como garantía el amor al prójimo. Cuando amamos a nuestros
semejantes desplegamos los recursos de la corporeidad. En consecuencia, tenemos
un comportamiento más humano. Y así, el amor al hermano es una parte del que
deseamos entregarle al Señor.
Se
comprende, entonces, que es muy oportuno incluir el cuerpo en la oración, tal
como se estila en las
tradiciones orientales. Si los humanos somos
la unidad de un espíritu encarnado, resulta más realista que, al “compartir ”amorosamente
con Dios, impliquemos nuestra dimensión corporal. En este sentido, tenemos
mucho que aprender del yoga cristiano.
Igual
que el cuerpo, la sociedad, la naturaleza y el
Universo entero forman parte de la realidad
del hombre. Y es obvio que, incluso cuando oramos en forma personal, estamos
levantando hacia Dios la totalidad del cosmos, somos su “transmisor” especial.
A
la luz de todo esto, me permito definir la oración como el “compartir” amoroso
con Dios, nuestro Padre, por medio de Cristo y en el Espíritu Santo,
acompañados de todo el cosmos
Formas de la oración
Es
normal escuchar que la oración puede ser ejecutada en forma personal y comanunitaria,
La primera suele adoptar distintas
modalidades. Es vocal, si utilizamos una fórmula que pronunciamos oralmente.
Por ejemplo el padre nuestro, el rosario, etc.(pero como lo expresa Jesús en MT
6,5-8).
La
lectura meditada de la Sagrada Escritura, puede tomarse como oración, si nos
sentimos movidos a hablar con Dios. Al conversar con El mediante nuestros pensamientos,
envueltos en el “celofán” de
Los
“sentimientos” realizamos la meditación, en sentido occidental. Algunos la
toman como una manera de orar.
Parece
que oramos más propiamente cuando tratamos amorosamente con el Padre. El compartir
amoroso es el distintivo de la oración, dentro de cualquier religión teísta y, en especial, en el cristianismo.
Cuando
nos reunimos en pequeñas comunidades con el lazo es la amistad y el tejido de los
“
sentimientos” todo cambia. El contacto con Dios se torna comunitario. Y puede
ser en forma pública y privada. En el primer caso empleamos la oración
litúrgica. Nos unimos a la Iglesia universal en compañía de los bienaventurados,
para formar un coro de dimensiones cósmicas que, en unión con Jesucristo y guiado
por el Espíritu Santo, alaba a Dios Padre sin cesar.
En
forma privada el grupo no tiene que
seguir la
Uniformidad
del mismo cántico litúrgico. Tiene la posibilidad de “CREAR Y SENTIR EL canto”
cómo queremos hablar con Dios. Se puede “proclamar” un trozo de la escritura y
luego los participantes “comparten de corazón a corazón” al Padre, a Cristo o
al Espíritu.
Teniendo
en cuenta el contenido de la oración, ésta puede ser de petición, acción de
gracias, alabanza, compartir amoroso y
contemplativa. En el primero pedimos lo que necesitamos y espiritualmente. En el segundo, agradecemos los constantes
bienes que recibirnos de Dios. En el tercero, lo alabamos por sus atributos y
por su amor a los hombres. En el cuarto, respondemos amorosa mente a su auto
donación En el quinto, buscamos un encuentro con El de corazón a corazón.
Con
estas prácticas diversas tendemos hacia la adquisición de una actitud de oración.
La cual consiste en un modo de ser, que nos dispone a reaccionar, frente a
cualquier persona o situación, cogiéndonos de la mano de Dios. Mientras alguien
me insulta, por ejemplo, “compartimos” con el Señor para que me “oriente. “y
resulta.
A
partir de semejante actitud, conseguimos convertir nos en orantes. Esto significa
que ya no sólo hacemos actos de oración, sino que nuestro ser entero se vuelve
orante o dialogante respecto al Padre. En cualquier lugar y circunstancia
acudimos a El.
En
verdad, como te he insistido ya, no existimos ni crecemos ni maduramos en el
aislamiento. Sólo satisfacemos nuestras necesidades en “comunidades”. Y también
saboreamos la dimensión infinita de nuestro ser en relación con los demás.
Dentro
de esta perspectiva, es obvia la conveniencia y urgencia de superar el individualismo
que se ha introducido también en la práctica del compartir con Dios. Nos hace
falta tomarnos de la mano unos con otros en nuestro encuentro con el Señor.
En
unión con otros orantes estamos actualizando la
Realidad:
formamos un todo con la humanidad
entera, con el cosmos y con Dios. Al reunirnos con los hermanos estamos envías
de experimentar la intrínseca unidad de cuanto existe.
En
la visión cristiana de la unidad de todo en el Todo que es el Creador, se
reconoce la máxima comunión en la diversidad personal. Cristo, como explica san
Agustin, procura esa unión entre el hombre y Dios. ‘Pero de tal manera une, que
distingue. Y de tal suerte distingue, que no
separa”.
Estamos
hechos a imagen y semejanza de Dios, que no pierde su unidad
en la trinidad de las Personas.
Por ello es ideal que progresemos en la oración ayudándonos unos a otros. Así
realizamos, por otro lado, la naturaleza intrínseca de la Iglesia fundada por
Jesucristo.
S.S. Pablo VI escribe al respecto:
“La Iglesia es la comunidad de Personas
que oran. Su fin primordial es el de “vivir” la oración. Si queremos saber qué cosa hace la
Iglesia, debemos observar; que ella es el CORAZÓN de la oración”.
No
cabe la menor duda, el Tú infinito quiere hacernos participes de la inmensidad
de su amor, llamándonos en grupo. Se empeña en hacernos participes de su unidad
para que formemos una fraternidad con todos las personas y con la creación entera.
En El podemos sentirnos hermanos de todos los
hombres, ciudadanos del universo y herederos de la infinitud de su amor y de su
alegría.
En
América Latina estamos tomando conciencia de que la oración no sólo es un
asunto personal y comunitario, si no también popular. En el siguiente capítulo
recordaré que Jesús oraba con su pueblo. Frecuentaba los mismos lugares y
empleaba las mismas fórmulas de oración que sus compatriotas.
Santa
Teresa estaba convencida de la necesidad de un grupo para crecer en la amistad
con el Señor. Ahora nos percatamos de que el pueblo, especialmente los más
pobres y humillados, pertenecen a la mediación grupal que, hasta donde me es posible,
yo quisiera poner de relieve en este humildes páginas
Pablo
VI. Alocución, 20-VIII-1966,
2. LA ORACION CONTEMPLATIVA
El
Documento de Puebla, elaborado por los Obispos latinoamericanos, menciona esta
forma de oración. No hay que confundirla con la contemplación y ni siquiera con
la contemplación adquirida.
En
la oración contemplativa, igual que en cualquier otro modo de orar, nosotros
tomamos la iniciativa para “compartir” amorosamente con quien nos ama. Sólo que
buscamos a Dios con el centro de nuestro ser, es decir, con los “sentimientos” que
brotan en mi corazón.
En
cambio, la
contemplación nace de la iniciativa divina.
El Señor, tras habernos invitado previamente a
convivir con El, responde con una nueva auto donación porque ad vierte que nos
acercarnos a El mediante la oración y el amor al prójimo.
Por
su parte, a contemplación adquirida consiste en una actitud producida por la
experiencia repetida de “compartir” con Dios. Se adquiere con ella la facilidad
para estar en contacto amoroso y silencioso con Dios. Ya no hace falta la
lectura ni la meditación ni el diálogo. Basta con ponerse en presencia del
Señor.
La
oración contemplativa es un camino más corto para llegar a la contemplación
adquirida e, incluso a la contemplación infusa.
Las
grandes religiones cuentan con distintas formas de oración contemplativa La
meditación yoga, la meditación trascendental la meditación zen, etc.,
constituyen ejemplos concretos de esa manera de acercarse a Dios con el
corazón.
En
el cristianismo también oramos sin palabras, de suerte que el ser personal se
convierte en lenguaje silencioso que abarca la totalidad del orante.
Nota
.En e siguiente capitulo te presentare como
hacer la OR, de CONTEMPLCION. Es MARAVILLOSA!
Pepe.
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