jueves, 22 de marzo de 2012


JESUS ME FORTALECE FÍCICAMENTE Y ME LLENA DE PAZ

Los frutos del Espíritu de Jesús-amor, alegría, paz.,etc.- Aparecen como un conjunto armónico de estados emocionales, los cuales se hallan en íntima conexión con la salud física y mental. Y la falta de esos estados positivos puede conducirnos a la enfermedad física.
A este tipo de trastornos le llamamos:
Enfermedades Inducidas Emocionalmente” (ElE.).’
Una enfermedad inducida es como el cáncer, úlceras, asma, artritis reumatoide, etc., produce síntomas corporales, en lugar de síntomas mentales.
Por tanto, cuando Jesús me anima a tener fe y  esperanza, a practicar el amor a los enemigos sin excluir a los enemigos, se esta ocupando no sólo de nuestra emocional, y espiritual sino también de nuestro bienestar físico.
JESUS, CATALIZADOR DE LA SALUD

En efecto, leemos en el evangelio que;

“Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia”
                                       MT 9,35.
La mayor parte de las señales o milagros de Jesús están relacionados con la curación de enfermedades corporales. Así que no hay duda, las sanaciones milagrosas son un signo distintivo de la llegada de la era mesiánica.
Salud y vida
En realidad, suena del todo normal que el autor de la vida se preocupe de mi salud física. De acuerdo a la actual biología, como he señalado con anterioridad, la salud constituye la meta más esencial de mi vida. Toda criatura viviente se orienta, por su misma naturaleza, hacia el auto conservación. Y la expresión concreta de esa tendencia biológica es el afán constante de mantenerme en buenas condiciones de salud. Y la mejor señal de que estoy  consiguiendo esa meta consiste en disfrutar las cosas buenas de la vida y ser felices.
Mi salud  es voluntad de Dios expresa
Cuando Jesús predica la Buena Nueva, es decir, la alegría y felicidad que puedo experimentar el Reino de Dios, está tocando mi corazón de mi vida. El no predica cosas superficiales o ajenas a mí vivir. Por el contrario, su persona y acciones demuestran que él ha venido a enriquecerme y a elevar mi calidad vida.
“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”
                                            JUAN 3,16        
Jesús cumple la voluntad de su Padre al procurarme una vida interior  mejor. Y esto no sólo en la eternidad, sino también en esta tierra.
“Yo he venido para que tengas vida, y la tengas en abundancia”
Juan 10,10.

Y lo más esencial y concreto de mi vida en
Abundancia es mi salud.
Al darnos la vida en los orígenes de la humanidad, Dios puso en el núcleo de la vida y de nuestro ser una tendencia radical hacia la salud. Por lo mismo, nos ha dotado de todos los recursos necesarios para conservarnos en la salud y el bienestar.
 Entre otros recursos tenemos el sistema inmunológico, la capacidad de auto reparación en las células, la farmacia interior que es mi cerebro, etc.
Y este proyecto original es perseguido por Dios a lo largo de los siglos. A Israel, por ejemplo, le dice:
“Por mi vida, oráculo del Señor Iahveh, que yo no me complazco en la muerte del malvado, sino en que el malvado se convierta de su conducta y viva”
Ezequiel 33, ll
Jesús viene, por tanto, a reafirmar el plan divino. Con su encarnación, muerte y resurrección me abre el horizonte de la vida eterna. Pero en forma que ya en la tierra pueda anticipar, aunque sea parcialmente, los frutos de una vida nueva. Por ello, su mensaje implica salud, bienestar, alegría y felicidad. Su Buena Nueva no es teoría abstracta;
 Sino realidad viva y palpitante.
En conclusión, se puede sostener que una parte fundamental de la voluntad divina es mi salud física. Dios me quiere saludable y feliz
Mi estado emocional y salud

La salud de Jesús es perfecta. Así podría ser la mía si yo  eligiera  un estilo de vida como el suyo.
MI salud podría ser perfecta, sobre todo, mediante la vivencia de estados emocionales positivos como los que Jesús vive de ordinario.
 Estoy pensando, concretamente, en el fruto del Espíritu: “amor, alegría, paz” (Gálatas 5,22). Estos tres estados eran constantes y perfectos en Jesús, aun en medio de las dificultades, contrariedades y angustias de ciertos momentos de su existencia. Por ejemplo, su amor para con migo es mejor que excelente. Y él mismo lo sabe decir en modo estupendo:
 “como el Padre me ama, así también yo te amo a ti”
Juan 15,9
El Señor no podía encontrar mejor comparación que ésta. Su amor para con migo es tan grande como el amor del Padre para él. Aunque, dicho sea de paso, yo no llego a imaginar la inmensidad del amor que su Padre le tiene.
Sin embargo, tal comparación suscita en mis la sensación de lo oceánico y eterno... Y así es el amor de Jesús para con migo, infinito e inagotable.
A la luz del evangelista Juan, puedo comprobar que la alegría de Jesús es desbordante, extática y completa.
Por esto les dice a sus discípulos: les he dicho esto, para que mi alegría esté en ustedes  y la  alegría sea completa” Juan 15,11.
Porque la felicidad de Jesús es perfecta, yo puedo ser feliz en forma completa.
La paz del Señor también constante y profunda corno las aguas tranquilas de un pozo. Ni las angustias de su pasión ni los tormentos indecibles de la cruz logran quitarle esa paz. Sufre, pero serenamente. Por ello puede repetirnos a cada instante,
 “mi paz te dejo, mi paz te doy”.
Desde el punto de vista de las investigaciones médicas, el amor, la alegría y la paz pueden garantizarnos una salud permanente. Así que uno de los secretos de la salud de Jesús, tal vez el más importante desde la perspectiva humana, es el control que él tiene de sus estados emocionales. Porque él escoge sus emociones libremente, es capaz de conservarse amoroso, alegre y tranquilo. Y a resultas de tales estados, se mantiene saludable.
En la actualidad tenemos evidencia científica de las consecuencias que me acarrea el vivir los sentimientos opuestos a los frutos del Espíritu.
Si yo tengo odio, rabia y resentimiento en lugar de amor, tristeza y depresión en lugar de alegría, ansiedad y nerviosismo en lugar de paz, sentiré sus efectos patológicos algún día...

Si habitualmente me siento enojado, nervioso, descontento, corno corresponde a lo que llamamos estrés, me veré  bajo temor del 80 por ciento de las enfermedades más comunes. Por otra parte, la tristeza y la depresión me predisponen a sufrir la hipertensión, nefroeselerosis, artritis reumatoide, asma.
Jesús terapeuta
Algunas veces, cuando leo ciertos comentarios de las habilidades terapéuticas de Jesús, me da la impresión que están olvidando que él es tanto el Hijo del hombre como el Hijo de Dios.
Y en tales comentarios, parece que cuando Jesús realiza sus  curaciones milagrosas -signo del advenimiento de los tiempos mesiánicos-, él no es más que el Hijo de Dios.
Sin negar el poder divino de Jesús para realizar sanaciones milagrosas, creo que hay razones para sospechar que ciertas cualidades propias del “hombre perfecto”, actúan juntamente con su poder divino. Sigue siendo el Hijo del hombre en los momentos en que cura algún enfermo de manera instantánea.

Mi salud como meta
El primer aspecto de Jesús terapeuta -el que sana-, consiste en su orientación decidida hacia lo positivo. El contempla la salud. No toma en consideración la enfermedad. Tampoco la niega. Sencillamente mira hacia el futuro y centra el foco de su atención en el estado de salud. Prevé mi bienestar.
Cuando realiza el proceso de sanación no se queda fijado en el estado actual de los enfermos. Ni se centra en la enfermedad ni hace que los demás se concentren en ella.
En tal sentido, queda claro que él dirige su mirada y la ajena hacia el estado deseado, es decir hacia la salud.
Lo cual concuerda con las recomendaciones que hoy se dan a la luz de los más recientes descubrimientos acerca del funcionamiento del cerebro humano. En la actualidad sabemos muy bien que el cerebro tiene la tendencia a ejecutar de inmediato lo que cruza por nuestra mente.

Por tanto, si yo pienso en la enfermedad, normalmente provocaré más enfermedad.
Algunas personas buscan la salud mediante la evitación de problemas y síntomas. No quieren sentirse mal. Pero carecen de una representación clara y concreta del estado de salud física. De este modo, sin darse cuenta, están alimentando la situación de la que quieren escapar.
 Simplemente porque, a fin de cuentas, siguen pensando en la enfermedad,  en los síntomas, en los problemas que les causan estrés.
 Por ejemplo, si yo te digo, “no prestes atención a tu postura corporal mientras lees estas líneas”, verás que tu reacción inmediata consiste en hacerte consciente de tu postura, con el fin de entender el sentido de las palabras que te estoy diciendo.
Jesús, por tanto, en lugar de centrarse en la enfermedad, se centra en la salud. Y en alguna forma es capaz de transmitir la misma actitud a quienes se le acercan pidiéndole que los cure. Por ejemplo, “se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas. Le dice: ‘Si quieres, puedes sanarme’ Marcos 1,40.

Este hombre hace su petición en términos positivos. Está enfocando la salud y la vida. No menciona la enfermedad en forma directa. Otro tanto vemos en la mujer hemorroisa.
Ella piensa, “si logro tocar aunque sólo sea sus vestidos, sanaré”
Marcos 5,28.
También Jairo se expresa en términos positivos. Enfoca la salud y bienestar de su hijita. Y dice al Señor,
 “mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva” (Marcos 5,23).
La misma actitud está presente en el ciego de Jericó. Al oírlo gritar, Jesús se detiene y dice, “llámalo”. Cuando el ciego se acerca, Jesús le pregunta,
 “¿qué quieres que te haga?” Y el ciego responde, “Rabbuní, ¡que vea!” Mc 10,46-52.
De veras llama la atención esa capacidad de la gente para mirar hacia adelante. Podían detenerse a explicar sus sufrimientos y lo horrible de su enfermedad. Podían quejarse de sus fuertes dolores. Podían detallar la historia de sus padecimientos. Y no lo hacen. Tienen la mira puesta en la salud y en una vida más plena.
El Espíritu Santo en Jesús
Pedro parece asociar el proceso de .sanación con el Espíritu Santo. En el discurso que pronuncia en casa de Cornelio, dice, “El ha enviado su Palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la Buena Nueva de la paz por medio de Jesucristo que es el Señor de todos.

Ustedes saben lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo,
Cómo Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con el poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el” Malo”, porque Dios estaba con él”
Hechos de los apóstoles 10,36-38
Recordemos, aunque sólo sea de paso, que los judíos creían que el origen de la enfermedad era el Diablo. Y en el siguiente apartado diré algo más al respecto.
Ahora me interesa enfatizar la conexión que Pedro parece sugerir entre sanación y el Espíritu de Jesús. Según lo que leemos en el texto apenas citado, Dios ha ungido a Jesús con el Espíritu Santo y con poder. Y en razón de esto, el Señor Jesús es capaz de hacer el bien y de sanar.
Que el Espíritu Santo participe en la tarea curativa de Jesús está en armonía con las enseñanzas de la Escritura. Pues “el Espíritu es el que da vida”
Juan 6,63; 2 Corintios 3,6
Y además, el Espíritu actúa en lo más profundo de nuestro ser. Justa allá en las profundidades de la personalidad ocurren los cambios que nos llevan a la recuperación de la salud. Esta no es entregada como si fuera un objeto. Cristo no la ofrece como una cosa. Más bien, Dios Padre nos acerca a su Hijo para que experimentemos su amor. Y a raíz de tal experiencia la vida se reorganiza en nuestro ser. Entramos en el proceso de sanación que puede tomar unos minutos o más tiempo.
Es probable que Jesús se valga del poder suyo y de Dios, que es el Espíritu, para sanar a la gente desde lo hondo de su ser. Recordemos la promesa de Dios en la que el Espíritu aparece ligado a la renovación del corazón humano;,
 “Y les daré un corazón nuevo, infundiré en ustedes un espíritu nuevo y les quitaré de tu carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes, El Espíritu Santo no sólo es poder renovador, sino también la caricia del amor de Dios.  Y ese amor es garantía de tu esperanza. “Y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido, derramado en tu corazón por el Espíritu Santo que te ha sido dado’                    Romanos 5,5
Así que la ternura del Padre se derrama al enfermo por medio del amor del Espíritu Santo. Y con su poder lo sana mediante el Mesías.
Por otro lado, el mismo Mesías envía a sus discípulos a predicar la Buena Nueva. Y por este motivo les promete el don del Espíritu. Y a través del Espíritu les entrega el carisma de sanación. Y así al instruirlos para que vayan a predicar, les recomienda curar a los enfermos.”
En la ciudad en que entren y le de pan, cómanlo; sanen a  los enfermos que haya en ella, y díganle: “el Reino de Dios está cerca de vosotros”
                                    Lucas10, 8-9.
De alguna manera reciben el Espíritu los apóstoles y discípulos de Jesús. Y el Espíritu los capacita para curar.
“A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carisma de curaciones
                                 1 Corintios 12,7-9
- Estrategia curativa de Jesús
Precisamente porque Jesús ha sido ungido con el Espíritu Santo, hay en él ciertos patrones de conducta recurrentes. Siendo humano, no tiene más remedio que seguir una secuencia de pasos mentales en el momento de sanar a un enfermo.
La humanidad de Jesús está totalmente implicada en la acción curativa. En consecuencia, nos podemos aventurar a explorar no sólo la “estructura superficial”, sino también la “estructura profunda” que hay detrás del lenguaje que los evangelistas atribuyen a Jesús.
Antes de emprender el estudio de la estrategia curativa de Jesús, quisiera señalar algunos aspectos del contexto en que él realiza ese aspecto de la Buena Nueva.
Pecado y enfermedad
Los antiguos israelitas, que no eran muy versados en filosofía natural, atribuían la enfermedad a malos espíritus y, algunas veces, a la mano de Dios como castigo por algún pecado.
En el Nuevo Testamento la causa de muchas enfermedades es atribuida al Diablo. Por ejemplo, cuando Jesús sana a la mujer encorvada, en sábado, el presidente de la sinagoga se indigna, y condena al Señor por tal motivo. Entonces Jesús replica;


“Hipócritas ¿No desatan del pesebre todos ustedes en sábado a sus animales para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado”
Lucas 13,15-16.
Al leer este texto comprobamos que, según el parecer de Lucas, Jesús atribuye la enfermedad física al Diablo.
En otro contexto, Pablo sugiere que el pecado es la causa de la muerte. Y con ésta nos vienen todos los males, entre otros, el sufrimiento y la enfermedad.
“Por tanto, como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron...”
Romanos 5,12
Sin embargo, Jesús parece tener una opinión diferente sobre esta cuestión tan delicada. Un día, cuando al pasar ve a un hombre ciego de nacimiento, sus discípulos le preguntan,

“Rabí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego? Respondió Jesús, ‘ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios’”
Juan 9,2-3
De acuerdo a estas palabras que Juan atribuye a Jesús, no se puede concluir que la enfermedad sea un fruto directo del pecado. Y al mismo tiempo, la enfermedad, el dolor y la muerte no aparecen como una bendición que corone exitosamente el proceso de la existencia humana. Al contrario esos males revelan la existencia de un desorden interior en la persona.
 La vida es orden a pesar de las crisis y ajustes del crecimiento. Por tanto, el desorden interior atenta contra la tendencia normal de la vida.
Desde la perspectiva bíblica está claro que la muerte y el dolor no pueden tener su origen en Dios,
” Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Génesis 1,31; Eclesiástico 3,11)
. De Dios sólo pueden venirnos el bien, el amor, la hermosura, la felicidad. De él ha sido dado” (Romanos 5,5).
 Así que la ternura del Padre se derrama al enfermo por medio del Espíritu Santo. Y con el poder del Espíritu lo sana mediante el Mesías.
Por otro lado, el mismo Mesías envía a sus discípulos a predicar la Buena Nueva. Y por este motivo les promete el don del Espíritu. Y a través del Espíritu les entrega el carisma de sanación. Y así al instruirlos para que vayan a predicar, les recomienda curar a los enfermos.
“En la ciudad en que entren y los reciban, coman lo que les pongan; curen los enfermos que haya en ella, y digan;
“el Reino de Dios está cerca de ustedes’’
                                    Lucas 10,8-9.
De alguna manera reciben el Espíritu los apóstoles y discípulos de Jesús. Y el Espíritu los capacita para sanar.
“A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común. Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu; a otro, carisma de curaciones….
                                1 Corintios 12,7-9.
Estrategia curativa de Jesús

Precisamente porque Jesús ha sido ungido con el Espíritu Santo, hay en él ciertos patrones de conducta recurrentes. Siendo humano, no tiene más remedio que seguir una secuencia de pasos mentales en el momento de sanar a un enfermo.
 La humanidad de Jesús está totalmente implicada en la acción curativa. En consecuencia, nos podemos aventurar a explorar no sólo la “estructura superficial”, sino también la “estructura profunda’ que hay detrás del lenguaje que los evangelistas atribuyen a Jesús.

Pecado y enfermedad
Los antiguos israelitas, que no eran muy versados en filosofía natural, atribuían la enfermedad a malos espíritus y, algunas ve ces, a la mano de Dios como castigo por algún pecado.


En el Nuevo Testamento la causa de muchas enfermedades es atribuida al “MALULO”. Por ejemplo, cuando Jesús sana a la mujer encorvada, en sábado, el presidente de la sinagoga se indigna, y condena al Señor por tal motivo.

Entonces Jesús replica, “ hipócritas! ¿No desatan del pesebre todos  a sus animales en sábado para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado
Lucas 13,15-16
Al leer este texto comprobamos que, según el parecer de Lucas, Jesús atribuye la enfermedad física al Diablo. En otro contexto, Pablo sugiere que el pecado es la causa de la muerte. Y con ésta nos vienen todos los males, entre otros, el sufrimiento y la enfermedad.
 “Por tanto, como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron...”
                                        Romanos 5,12

Sin embargo, Jesús parece tener una opinión diferente sobre esta cuestión tan delicada. Un día, cuando al pasar ve a un hombre ciego de nacimiento, sus discípulos le preguntan, “Rabí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?
 Respondió Jesús, ‘ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios’’
Juan 9,2-3.
De acuerdo a estas palabras que Juan atribuye a Jesús, no se puede concluir que la enfermedad sea un fruto directo del pecado. Y al mismo tiempo, la enfermedad, el dolor y la muerte no aparecen como una bendición que corona exitosamente el proceso de la existencia humana.
 Al contrario esos males revelan la existencia de un desorden interior en la persona. La vida es orden a pesar de las crisis y ajustes del crecimiento. Por tanto, el desorden interior atenta contra la tendencia normal de la vida.
Desde la perspectiva bíblica está claro que la muerte y el dolor no pueden tener su origen en Dios.
Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien”                                                  Génesis 1,31; Eclesiástico 3,11
 De Dios sólo pueden venirnos el bien, el amor, la hermosura, la felicidad. De él no cabe esperar ninguna especie de mal. Pongo un ejemplo. Del sol no pueden brotar ni agua ni frío. El nos brinda luz, calor y vida...
En todo caso, para evitar confusiones, la Biblia atribuye la enfermedad al Demonio, El ‘hirió a Job con una llaga maligna desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza. Job2,7.

Por otro lado, la narración bíblica del primer pecado, coloca en el hombre mismo la causa de sus penas y dolores                          Génesis 3.
Abusando de su libertad, el hombre escoge el camino erróneo. Desobedece a Dios y pretende ser igual que Dios, pero sin Dios. Quiere decidir él mismo acerca del bien y del nial. Niega, por tanto, su dependencia respecto a Dios.
Como consecuencia del pecado, dice Dios a la mujer
, “tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos”. Y al hombre le advierte, “por haber escuchado la voz de tu mujer y comido del árbol del que yo te había prohibido comer, Gen 3,16-17. Maldito sea el suelo por tu causa: con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida
Así pues, algunas veces Jesús sigue la tradición bíblica y cura al enfermo liberándolo del poder de Satán. Otras veces parece mantener la relación entre pecado y enfermedad. Por ejemplo, cuando le llevan al paralítico que descuelgan por el techo, Jesús le dice, “Hijo, tus pecados te son perdonados” Marcos 2,5.
En otras ocasiones, sin embargo, Jesús sugiere que la enfermedad es una más de las limitaciones propias de nuestra condición terrena. Por lo cual comenta, a propósito del ciego de nacimiento:,
ni él pecó ni sus padres”.
Hasta aquí la referencia al contexto religioso en que Jesús utiliza su poder curativo.

Estrategia y rapport
Dentro de ese ambiente profundamente religioso del pueblo judío, Jesús actúa como Mesías. De alguna manera combina su poder divino con los procesos de la actividad meramente humana. En este sentido, cabe suponer que él sigue una secuencia de pasos mentales. Es decir, tiene una estrategia concreta para ejecutar la sanación.

Yo diría que Jesús, en su estrategia, primero ve (Mc 2,5), luego oye (Mc 10,48-49) y después siente la condición o la presencia física del enfermo (Mc 5,30-31). Posteriormente, con su mentalidad amorosa, adopta una base interpretativa favorable a la sanación del enfermo. En este punto, mediante los sistemas representacionales y su diálogo interno, Jesús experimenta una consecuencia emocional. Por ejemplo, el leproso le dice;
, “si quieres, puedes sanarme”. “Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y (Mc 1,40-41).
En estos momentos, como resultado de la consecuencia emocional -Jesús se siente “compadecido”- y de su conducta -extiende su mano y “toca” al que era considerado como intocable-, se produce una relación interpersonal profunda entre ambos: el rapport Este consiste, precisamente, en una relación de confianza, armonía y cooperación.
En algunos casos resulta más notorio el establecimiento de rapport por parte de Jesús.
 En respuesta a la fe de los que bajan al paralítico, Jesús trata de suscitar confianza en el enfermo, “hijo, tus pecados te son perdonados”. Algo similar realiza Jesús en relación con el enfermo que está en la piscina de Betesda. Comienza el Señor con una pregunta capaz de crear vínculos de armonía y cooperación;
, “¿Quieres curarte? Le respondió el enfermo: ‘Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro baja antes que yo’
Juan 5,6-7.
Otras veces Jesús crea rapport a través del contacto físico con el enfermo:

. “La suegra de Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles”
Marcos 1,30-31.
El cuidado que Jesús tiene de hacer rapport parece más evidente cuando cura al tartamudo sordo.
“El, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua” (Marcos 7,33).
Inmediatamente después de establecer rapport, Jesús actúa. Ejecuta la conducta o acción de sanar. Y la forma de hacerlo tiene una gran variedad. Se diría que Jesús se adapta a cada persona.

Hay ocasiones en que Jesús sigue una especie de ritual. Realiza una serie de acciones orientadas a la curación. Como si el Señor estuviese empleando una estrategia especial.
 ‘Llegan a Betsaida. Le presentan un ciego y le suplican que le toque. Tomando al ciego de la mano, le sacó fuera del pueblo, y habiéndole puesto saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntaba: ‘ algo? El alzando la vista, dijo:

 ‘Veo a los hombres, pues los veo como árboles, pero que andan’. Después le volvió a poner las manos en los ojos y comenzó a ver perfecta mente y quedó curado” Marcos 8,22-25.

En otros casos Jesús emplea las palabras para llevar a cabo la sanación. Por ejemplo, al paralítico sólo le dirige la siguiente frase, “a ti te dijo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa” (Marcos 2,11).
 Y en efecto, “se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que todos quedaban asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: ‘Jamás vimos cosa parecida’” (Marcos 2,12).
Al hombre de la mano paralizada simplemente le dice, “extiende la mano”. “El la extendió y quedó restablecida su mano” (Marcos 3,5). También cuando sana al ciego de Jericó, Jesús utiliza sola mente las palabras. “Dirigiéndose a él, le dijo: ‘que quieres que te haga?’ El ciego le dijo: ‘Rabbuní, ¡que vea!’ Jesús le dijo; ‘Vete, tu fe te ha sanado’. Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino” (Mc 10,51-52).
Jesús usa las palabras, como instrumento de su poder, cuando cura a la gente que sufre la opresión de “espíritus inmundos”.
“Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: ¿Qué tenemos nosotros que ver  contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios’. Jesús, entonces, le conminó diciendo:
‘Cállate y sal de él’. Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él. Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos con otros: ¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen. Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea” Marcos 1,22-28.
El fruto de las conductas de Jesús -tocar o hablar- consiste en la sanación de los enfermos. Y así da una prueba concreta de la llegada del Reino. “Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva”
(Mateo11,4-5).

FE Y RECUPERACION DE LA SALUD
La fe ocupa un lugar central en el proceso de sanación que Jesús lleva a término. La fe crea una relación profunda con Jesús, el Mesías. La fe establece un encuentro de corazón a corazón entre la criatura humana y Jesús. Una fe que produce una atmósfera de confianza y armonía. Una fe que sana y hace posibles los milagros.

Jesús pide fe

El mejoramiento de la salud y en especial la sanación completa, parece imposible sin la fe. Esta actitud aparece como una condición indispensable para recibir la curación de parte de Jesús. Y la fe sola es capaz de arrancar de Jesús su poder curativo, incluso sin necesidad de verbalizar una petición.

 Como sabemos, éste es el caso de la mujer hemorroísa.
Cuando terceras personas, amigos o familiares, piden una curación, Jesús se asegura primero de que la persona que va a ser sanada tenga fe. Por esto, Jesús hace una pesquisa en torno a la fe del paciente.
De hecho, Jesús pide fe antes de sanar al enfermo. La falta de fe, impide a Jesús la realización de un proceso curativo o de un milagro.
 Esto sucede en Nazaret.
 “Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravilló de su falta de fe” (Marcos 6,5-6).

Fe, certeza y visualización

“Cuando Jesús se iba de allí, al pasar le siguieron dos ciegos gritando: ‘ piedad de nosotros, Hijo de David!’ 

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