miércoles, 22 de diciembre de 2010

libres para amar.

libres para amar.

+Mi aflicción (mi pena) al no caminar bien+ V

Para nuestro SEÑOR cada uno de nosotros es parte de un proce­so. Porque somos vivientes y estamos sujetos a la ley bioló­gica del crecimiento. Naturalmente tendemos a cambiar, crecer, madurar y fructificar.

Entre otras maneras, este proceso que es cada quien, es sugerido con el verbo caminar. La vida es un camino hacia la plenitud, de acuerdo al Maestro. Esa plenitud de vida se logra mediante la transformación personal en Dios. Se comprende, pues, que sin cambio y crecimiento, no es posible llegar a la cumbre del Monte. "Porque ya se sabe que, en este camino, el no ir adelante es volver atrás, y el no ir ganando es ir perdiendo."

"En este camino siempre se ha de caminar para llegar; lo cual es ir siempre quitando “APEGOS LIMITANTES”, no sustentándolos".

Tengo que quitar los quereres o apegos, porque me atan e impiden caminar. Y porque no crezco -psicológica, social y espiritualmente- sufro. De algún modo me siento contrariado. Esto es mucho más peno­so en nosotros los humanos. Pues podemos caer en la cuenta de que no logramos ser el que, a impulsos de esa ley biológica, podríamos llegara ser.

"La segunda manera de mal positivo que causan al alma los ape­titos es que la atormentan y afligen, a manera del que está en tor­mento de cordeles, amarrado a alguna parte, de lo cual hasta que me libre, no descansa".

La libertad para crecer no siempre es agradable. Sé que los israelitas, al experimentar la libertad en el de­sierto, sintieron miedo de ser libres, se angustiaron ante lo desconocido e incluso añoraban las insignificantes venta­jas de su esclavitud.

Algo semejante nos suele acontecer a nosotros. La novedad del caminar suscita en nosotros la tentación de volver atrás. Al menos podemos sentirnos desconcertados y llenos de duda e inseguridad.

"Así como el caminante, que, para ir a nuevas tierras no sabi­das, va por nuevos caminos no sabidos ni experimentados, que camina no guiado por lo que sabía antes, sino en dudas y por el dicho de otros, y claro está que éste no podría venir a nuevas tierras, ni saber más de lo que antes sabía, si no fuera por cami­nos nuevos nunca sabidos, y dejados los que sabía"

En fin, no obstante estas y otras dificultades que el cambio y el crecimiento conllevan, vale la pena caminar hacia la vida gozosa y feliz,. que ya está en esta tierra, y que nuestro ser de vivientes anhela.

La felicidad encadenada por los límites naturales

Al vernos libres de las adicciones, tal como sabemos por experiencia propia o por el testimonio de alcohólicos anónimos y otros, descubrimos que nuestra capacidad de goce ha aumentado radicalmente.Y éste es uno de los fru­tos que el Místico Carmelita observa en la persona desape­gada. La cual, lejos de caer en una especie de indiferencia estoica, acrecienta las capacidades de la racionalidad y de la sensibilidad.


"Adquiere más (en el desasimiento de las cosas) clara noticia de ellas para entender bien las verdades acerca de ellas, así natural como sobrenaturalmente; por lo cual las goza muy diferente­mente del que está asido a ellas, con grandes ventajas y mejorías; porque éste las gusta según la verdad de ellas, eso otro según la mentira de ellas;

Éste según lo mejor, eso otro según lo peor; éste según la sustancia, es otro que ase su sentido a ellas según el acci­dente; porqué el sentido no puede coger ni llegar más que al acci­dente, y el espíritu, purgado de nubes y especie de accidente, pe­netra la verdad y el valor de las cosas, porque ése es su objeto...

Gozase, pues, éste en todas las cosas, no teniendo el gozo apro­piado a ellas, como si las tuviese todas; y esotro, en cuanto las mira con particular aplicación de propiedad, pierde todo el gus­to de todas en general"

Supongamos que, gracias al esfuerzo personal y con la ayuda de Dios y de otros seres humanos, hemos logrado caminar hasta llegar a esta libertad respecto a cualquier apego. Ya somos capaces de gozar las cosas según la ver­dad y sustancia de ellas.

Disfrutamos la alegría de vivir y encontramos gusto en los pequeños detalles de cada día. Si es el caso, conseguimos saborear el gozo sin horizontes de un orgasmo completo.

Pues bien, de acuerdo a la psicología humanística, es­tos rasgos son típicos de una persona que ha actualizado sus potencialidades humanas.

Es capaz de funcionar ple­namente como persona. En verdad se ha configurado, en su personalidad y comportamiento, como un ser único e insustituible. Y con gran eficacia, logra responsabilizarse de su libertad para amar.

Si hubiésemos llegado a tanto como esto, nuestro Místico nos contemplaría con admiración y agrado.

Sin embargo, nos advertiría que nuestra felicidad sigue enca­denada.

¿Cómo?, podríamos responderle sorprendidos. Y añadiríamos que hemos alcanzado, de acuerdo a la psicología Humanista, la séptima y última etapa del proceso de convertirse en persona.

El Santo, sin inmutar­se, replicaría que, en efecto, necesitamos el crecimiento transpersonal o espiritual, si queremos desarrollar todas nuestras capacidades para el placer y la alegría.

Y nos explicaría, con suma paciencia, que sólo así podremos go­zar la felicidad profunda.

Para explicar lo que san Juan de la Cruz nos dice en sus escritos acerca de este asunto, voy a recurrir a uno de los rasgos del comportamiento que JESÚS nos dejó en su vida.

Sus inves­tigaciones mostraron que el aumento del interés y de la ex­citación por cualquier cosa proporciona placer. Pero si se vuelve demasiado intenso llega a producir desagrado y do­lor.


3. LA LIBERTAD PARA AMAR:
CAMINO DE FELICIDAD
San Juan de la Cruz, haciéndose eco de su gran Ma­estro, Jesucristo, no dudaría en respondernos que el cami­no de la felicidad profunda es Amor, cuyo oficio esdetener MI EGOISMO que es lo me impide seguirlo intensamente

Sin embargo, hace falta un largo proceso para cualifi­car el amor al prójimo y a Dios, de manera que podamos recoger sus frutos de gozo, alegría y deleite.

Con el Doctor Místico podríamos distinguir seis etapas en el camino de la felicidad:

1) principiantes,

2) noche pa­siva de la sensibilidad,

3) aprovechados,

4) noche pasiva del espíritu o racionalidad,

5) perfectos,

6) vida eterna en esta tierra.

Las etapas que él estudia con más originalidad son las de noche oscura, también la número 5, de unión perfecta con Dios y, en particular la última, en que se pregusta la felicidad de vida eterna.

Según nos recuerda F. Ruiz Salvador en sus libros, Introducción a San Juan de la Cruz y Místico y Maestro San Juan de la Cruz, el Santo nos ofrece un verdadero sis­tema para llevarnos a "saber a qué sabe la vida eterna". Entonces extiende ante nuestra mirada un panorama completo de los personajes, metas, medios, camino y re­sultados.


Dios en sus tres Divinas Personas

El hombre en sociedad y en la naturaleza

Mediaciones humanas y mundanas

Existencia teologal y oración

Proceso de crecimiento

Felicidad de vida eterna


Dios se nos hace presente en el escenario del mundo y nos contempla como parte de un pueblo de hermanos, puesto que todos los hombres somos hijos suyos. Tras ad­vertirnos que El tiene sus deleites en estar con los hombres, nos invita a una comunicación que nos lleve a la unión per­fecta con El. Y aquí surge el drama. Aunque estamos hechos para la felicidad total que sólo El puede darnos, nos apegamos a los pequeños e insatisfechos placeres de este mundo.

Para tender a la meta de la unión con Dios, el mayor Poeta de la lengua castellana propone la liberación que consiste en negar y quitar toda adicción o apetito desorde­nado: Sobre todo, nos incita a vivir nuestra existencia bajo la luz de la fe, la esperanza y el Amor. Sabe que esta triple actitud teologal se practica en la oración, pero prefiere que le ejercitemos en la vida, cotidiana.

No olvida que las criaturas de este mundo, si sabemos tratarlas teologalmente, nos ayudan a caminar hacia Dios. Esto vale, especial y propiamente, para nuestros semejan­tes.

Contando con la mediación de las personas y con los medios a nuestro alcance, emprendemos el camino hacia Dios. Lo cual consiste en un proceso de liberación y creci­miento personales e interpersonales dentro de esta tierra.

En el resto de este ensayo vamos a encontrarnos con es­te sistema. Sólo que trataremos de apro­vecharlo bajo el propósito de amar, con la esperanza de encontrar la felicidad profunda. La cual, según santo To­más, no sólo es objeto de la esperanza, sino también de la fe que nos mueve hacia Dios.

MEDIACIONES HUMANAS Y MUNDANAS

No pretendo ser exhaustivo. Me limito a recordar algu­nos de los medios y también las mediaciones que son más accesibles para nosotros.

En el tiempo de san Juan de la Cruz no existía, como ahora, una teología del trabajo. No se advertía que la transformación del mundo, con el proyecto de humani­zarlo y desarrollarlo, era un medio para unirse con el Creador de todo.

Siendo creativos, como nos recuerda Jesús, obtenemos gran placer. Un trabajo hecho creativamente y en apertura al Creador y al prójimo, es una fuente de alegría divina.

En el clima de un contacto consciente con el ritmo vital de la naturaleza, cabe la observación y contemplación de las criaturas, para llegar a la consideración de sus orígenes, sentido, valor, etc.

"Esta consideración de las criaturas es la primera por orden en este camino espiritual para ir conociendo a Dios, considerando su grandeza y ex­celencia por ellas..." Entonces preguntaremos a la naturaleza, a los astros y demás criaturas:

¡Oh bosques y espesuras, plantadas por la mano del Amado!

¡Oh prado de verduras de flores esmaltado! Decid si por vosotros ha pasado:

Si lanzamos hacia la creación una mirada de fe, es­cucharemos su respuesta. Nos dirá:

Mil gracias derramando pasó por estos lugares con presura, y, yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de hermosura.

Supongo que nuestro Poeta, si viviera en estos tiem­pos, se aprovecharía enormemente de las ciencias contem­poráneas. Se sorprendería con agrado, por ejemplo, al descubrir que la física llega ahora a uña concepción unita­ria del universo.

También sabría explicarse, tal vez desde la neurociencia, por qué a la persona, con ciertos toques de Dios en la memoria, "súbitamente le da un vuelco en el cerebro"

Cuando en el prólogo a su libro Subida del Monte Car­melo nos anuncia sus consideraciones sobre la Noche os­cura, nos advierte acerca del proceso espiritual, "que ni basta ciencia humana para saber entender, ni experien­cia para saber decir".

"Y, por tanto, para decir algo de esta Noche oscura, no fiaré ni de experiencia ni de ciencia, porque lo uno y lo otro puede faltar y engañar. Mas, no dejándome de ayudar en lo que pudiere de estas dos cosas, aprovecharme he para todo lo que con el favor divino hubiere de decir".

También nosotros, de acuerdo a la recomendación del Concilio Vaticano II, podemos usar las ciencias como la sociología, la psicología, la pedagogía, etc., para ayudar­nos mutuamente en la maduración de la fe.

Cuando los medios para ir a Dios son personas, se pre­fiere hablar de mediaciones. Una de estas es la amistad. "Porque, cuando la afición es puramente espiritual, cre­ciendo ella, crece la de Dios, y cuanto más se acuerda de ella, tanto más se acuerda de Dios y le da gana de Dios, y creciendo en lo uno, crece en lo otro"

Una de las mediaciones que más resalta el primer car­melita descalzo, es la del acompañamiento espiritual. Se prefiere esta expresión a la de "dirección espiritual", por­que corresponde más a lo que él nos enseña al respecto,

"Adviertan los que guían las almas y consideren que el principal agente y guía y movedor de las almas en este negocio no son ellos, sino el Espíritu Santo, que nunca pierde cuidado de ellas, y que ellos sólo son instrumentos para enderezarlas en la perfec­ción por la fe y ley de Dios, según el espíritu que Dios va dando a cada una"

No obstante esta advertencia, ya hemos visto en el capítulo anterior que Dios es "amigo que el gobierno y trato del hombre sea también por otro hombre semejante a Él y que por razón natural, sea regido y gobernado". Por tanto, aunque el Espíritu Santo es nuestro guía y movedor, tenemos que percibir su acción en nosotros y sus orienta­ciones, a través del diálogo interpersonal.

Con una insistencia más práctica que teórica, el Santo nos muestra que el servicio a los pobres es una excelente mediación. En su vida mostró una especial predilección por ellos. Y encontraba un modelo en "el que levanta el pobre del estiércol, el altísimo Dios"

Se comprende así cuán grave le parece que ciertas adic­ciones nos hacen despreciar a los pobres o faltarles a la ca­ridad. De hecho, subraya: "de gozarse en olores suaves le nace asco de los pobres -que es contra la doctrina de Cristo-...

Del gozo en el sabor de los manjares... de­rechamente nace falta de caridad con los prójimos y pobres"

Casi como síntesis de las anteriores mediaciones, el gran Místico cristiano reconoce el papel fundamental de la Iglesia en nuestro camino hacia Dios. De distintas maneras insiste en

"que no quiere Dios que ninguno a solas se crea para sí las cosas que tiene por Dios, ni se conforme ni afirme en ellas sin la Iglesia" A ésta la toma co­mo pueblo de Dios o, mejor, como "cuerpo místico", del que formamos parte los hombres, tanto en esta tierra co­mo en la eternidad

Además, dentro de la Iglesia podemos recibir los sacra­mentos, en los que Dios se nos hace presente de una mane­ra tan viva y directa. Esto vale, sobre todo, para la Eucaristía. La cual es vista por el Santo como una fuente de alegría. Incluso con la posibilidad, para los que sólo so­mos principiantes, de que ese gozo repercuta en la sensibi­lidad sexual.

"Muchas veces acaece en la comunión que, como en este acto de amor recibe el alma alegría y regalo, porque se le hace este Señor (pues para eso se da), la sensualidad torna también el suyo, como habernos dicho, a su modo; que como, en fin, estas dos partes son un supuesto, ordinariamente participan entrambos de lo que una recibe, cada una a su modo." Por muchas razones el Señor que recibimos en la co­munión constituye la primera y más fundamental de las mediaciones. El es "el Hijo de Dios humanado". Aparece como la Palabra primordial de Dios Padre para nosotros.

"En darnos, como nos dió a su Hijo, que es una Palabra suya -que no tiene otra-, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar... Dios ha quedado ya como mudo y no tiene más que hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas, ya lo ha hablado en el todo, dán­donos al Todo, que es su Hijo"

Jesucristo no es una palabra abstracta. Ni siquiera se puede comparar con la Sagrada Escritura, que en cuanto palabra inspirada por Dios, representa una mediación más para acercarnos a El. Sí, Cristo es mucho más elocuente y cercano que la misma Biblia. Es una persona que encarna al mismo Hijo de Dios.

Porque es una persona, Dios nos lo ha dado "por Her­mano, Compañero y Maestro, Precio y Premio". El es el "toque delicado" de Dios. Y en cuanto tal, en las alturas de la unión perfecta con Dios, nos regala los deleites de la felicidad profunda. Allá en la cima del Monte, la persona exclama:

"¡Oh, pues, tú, toque delicado, Verbo Hijo de Dios, que por la delicadeza de tu ser divino penetras sutilmente la sustancia de mi alma, y, tocándola delicadamente, en ti la absorbes toda en divi­nos modos de deleites y suavidades nunca oídas en la tierra... "

La negación liberadora

En nuestros días la palabra negación, empleada por el Místico carmelita, no nos sugiere, tal vez, ese proceso de liberación que tenemos que recorrer, si deseamos sentir esas suavidades nunca oídas en la tierra. Tenemos que li­berarnos de nuestras adicciones y quereres, para que Dios nos libere de las limitaciones de nuestra naturaleza huma­na. Y sólo así estaremos capacitados para saborear - aquellos divinos modos de deleites.

En este capítulo hablaré de la liberación o negación que, a impulsos de la propia iniciativa y libertad, aunque sostenidos por la gracia de Dios, nosotros podemos ejecu­tar. En el capítulo siguiente describiré, desde la experien­cia del Santo, la obra liberadora de Dios.

Es verdad que ya en este período de principiantes, al que ahora me refiero, Dios actúa como liberador por medio de su Hijo y con la fuerza de su Espíritu. Pero, en la etapa siguiente, de Noche oscura, su intervención purificadora es total y po­derosa. Entonces sólo nos pide que recibamos su acción li­beradora.

En el éxodo de Egipto, Dios pidió a los israelitas que caminaran por su propio pie hacia la tierra prometida. En la actualidad también exige que nuestros pueblos y la hu­manidad entera luchen por su liberación. Tal vez, más tar­de, El intervendrá al advertir que ya hemos agotado todos nuestros recursos.

Otro tanto sucede en nuestra historia personal. Dios quiere que, en esta etapa de principiantes, tomemos la ini­ciativa, usemos nuestros talentos y emprendamos un éxo­do respecto a todo lo que nos esclaviza. Tenemos que salir de nuestro ego y de todas las cosas en cuanto al apego o afición.

En su libro Noche oscura, el Doctor Místico sugiere que el proceso de liberación es un verdadero éxodo. Al mismo tiempo, en la línea de la temática de este ensayo, nos señala una. vida llena de amor y alegría como meta.

"Cuenta el alma en esta primera canción el modo y manera que tuvo en salir, según la afición, de sí y de todas las cosas, murien­do por verdadera mortificación a todas ellas y a sí misma, para venir a vivir vida de amor dulce y sabrosa con Dios"

En este texto nos muestra que el proceso es también co­mo una muerte. Es un morir diariamente a todo lo que es­torba nuestra libertad para amar. Lo cual no es poco dolo­roso,cuesta mucho. Sin embargo, de esta manera conseguimos que la muerte natural, al menos en lo que tiene de angustiante y dolorosa, se vaya quedando en el camino. Así, el final de nuestra existencia puede convertirse, como más adelante veremos, en una experiencia de felicidad profunda.

El proceso, en su conjunto, es comparable también a una Noche oscura. "Por tres causas podemos decir que se llama NOCHE este tránsito que hace el alma a la unión de Dios.

La primera, por parte del término de donde el alma sale, por­que ha de ir careciendo el apetito del gusto de todas las cosas del mundo que poseía, en negación de ellas; la cual negación y ca­rencia es como noche para todos los sentidos del hombre.

La segunda, por parte del medio o camino por donde ha de ir el alma a esta unión, lo cual es la fe, que es también oscura para el entendimiento, como noche.

La tercera, por parte del término adonde va, que es Dios, el cual, ni más ni menos, es noche oscura para el alma en esta vida. Las cuales tres Noches han de pasar por el alma, o, por mejor decir, el alma por ellas, para venir a la divina unión con Dios" (1S 2,1).

El impulso psicológico y espiritual que necesitamos pa­ra emprender a fondo el camino de la Noche, no es sola­mente la tendencia biológica hacia el crecimiento, ni el im­pulso natural hacia la autorrealización y la felicidad. Se re­quiere amor. Necesitamos sentirnos enamorados del Hijo de Dios humanado para adentrarnos en la primera fase de la Noche.

"Porque, para vencer todos los apetitos y negar los gustos de to­das las cosas -con cuyo amor y afición se suele inflamar la vo­luntad para gozar de ellas- era menester otra inflamación ma­yor de otro amor mejor, que es 'el de su Esposo, para que, te­niendo su gusto y fuerza en éste, tuviese valor y constancia para fácilmente negar todos los otros" (1S 14,2).

Lo que ahora voy escribiendo es. más comprensible, por ejemplo, para un grupo de Alcohólicos Anónimos, pa­ra una comunidad o una persona que ya ha recorrido una parte de este período de principiantes. Digamos que el gru­po de A.A. se ha acercado ya al paso número 12, "habien­do experimentado un despertar espiritual..." Entonces se puede sentir -con la gracia de Dios- la inflamación ma­yor de otro amor mejor. Por amor al Esposo -el Verbo humanado- es factible que tengamos valor y constancia para realizar la negación.

A propósito del símbolo nupcial, en el que la persona humana aparece como la esposa del Hijo de Dios humana­do, valga la aclaración de J. Marías en La felicidad huma­na: "El esposo es Dios y la esposa es el alma “alma” en español, como anima en latín, es una palabra femenina, y lingüísticamente es fácil el diálogo entre los interlocutores". Incluye la palabra "alma" a todo creyen­te, hombre o mujer.

Volviendo al tema de la negación, nos encontramos una doble división en la Noche: activa y pasiva. La prime­ra nace de nuestra iniciativa personal y es sostenida con nuestro esfuerzo. Por supuesto, allá en el fondo, siempre contamos con la ayuda de Dios. Caminamos hacia Dios, porque El nos llama y nos atrae completamente. La Noche pasiva proviene de Dios y es realizada por Dios, si cuenta con nuestra libertad y entrega totales. Además, ,una y otra Noche se refieren a las dos polaridades de nuestro yo: la sensibilidad y la racionalidad.

Noche activa de la sensibilidad

En esta primera fase de la Noche activa, caminamos en el proceso de liberación mediante tres pasos: renuncia, sustitución, fortalecimiento.

Los miembros de grupos anónimos, como A.A., Dro­gadictos, etc., saben perfectamente que, respecto a una adicción, no se puede andar con medias tintas. Es necesa­rio renunciar absoluta y totalmente al uso de las drogas, el alcohol, etc. Y esto es lo que nos propone san Juan de la Cruz.

Sólo que amplía la exigencia de libertad a todos los apetitos o adicciones, sin importar su pequeñez, realmente, el Santo da por supuesto, que ya no existen en no­sotros adicciones mayores.

Las cuales, con más razón, se convertirían en objeto de la renuncia total. Pensando, pues, que ya hemos roto las cadenas más gruesas y daño­sas, que no hay pecados graves en nuestra vida,al me­nos, no en forma habitual, deliberada y plenamente libre, el Maestro carmelita me propone

Para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada.

Para venir a poseerlo todo,no quieras poseer algo en nada.

Para venir a serlo todo,no quieras ser algo en nada.

Para venir a saberlo todo,no quieras saber. algo en nada.

Cuando reparas en algo, dejas de arrojar todo.

Porque para venir del todo al todo, has de negarte en todo.

Y cuando lo vengas todo a tener, has de nada querer,

Porque, si quieres tener algo en todo no tienes puro en Dios tu tesoro".

La oferta es clara: nada a cambió de todo. Nada de gusto en las cosas, si queremos alcanzar la felicidad pro­funda. Sólo, que de acuerdo al estilo de Dios, hemos de proceder ordenada y suavemente. Las exageraciones y pri­sas suelen denunciar la existencia de un apego o adicción respecto a los medios para llegar a Dios.

"Porque, atraídos del gusto que allí hallan, algunos se matan a peni­tencias, y otros se debilitan con ayunos, haciendo más de lo que su flaqueza sufre, sin orden ni consejo ajeno... No es más que penitencia de bestias, a que también como bes­tias se mueven por el apetito y gusto que allí hallan"

En forma más concertada, con moderación y anchura de espíritu, el Santo nos propone imitar a nuestro Maestro y Modelo: Jesucristo.

"Traiga un ordinario apetito de imitar a Cristo en todas sus co­sas, conformándose con su vida, la cual debe considerar para sa­berla imitar y haberse en todas las cosas como se hubiera Él"

Sin perder la mirada en el Señor, se nos insiste en lo que podría ser el núcleo más importante de la renuncia al gusto o al placer y gozo, que nos viene del contacto con los valores o bienes de este mundo.

"Cualquiera gusto que se le ofreciere a los sentidos, como no sea puramente para gloria y honra de Dios, renúncielo y quédese vacío de él por amor de Jesucristo, el cual en esta vida no tuvo otro gusto, ni le quiso, que hacer la voluntad de su Padre...

Pongo ejemplo. Si se le ofreciere gusto de oír cosas que no im­porten para servicio y honra de Dios, no las quiera gustar ni las quiera oír. Y si le diere gusto mirar cosas que no le ayudan a amar más a Dios, ni quiera el gusto ni mirar las tales cosas.

Y si en el hablar u otra cualquier cosa se le ofreciere, haga lo mismo, y en todos los sentidos, ni más ni menos, en cuanto lo pudiere excusar buenamente; porque, si no pudiere, basta que no quiera gustar de ellos, aunque estas cosas pasen por él”

Resulta sorprendente y hasta escalofriante la mesura y suavidad con que se nos propone la renuncia. Nada de violencias ni exageración ni fariseísmo. Si estamos en una reunión y no nos podemos eximir de comer platillos opíparos, no tenemos que angustiarnos ni adoptar poses farisaicas.

El principio está claro: en cuanto lo pudiere ex­cusar buenamente. Si no, basta que no quiera gustar de ello.

El gran Místico de Occidente sabía muy bien lo que ahora descubrimos quienes trabajamos con adictos: el mal no está en las cosas, en la droga, en el alcohol, en el taba­co, en el dinero en el sexo, en el poder, etc. Lo que está mal es la libertad encadenada por el apego o apetito.

"Y por eso llamamos a esta desnudez Noche para el alma, por­que no tratamos aquí del carecer de las cosas -porque eso no desnuda al alma si tiene apetito de ellas-, sino de la desnudez del gusto y apetito de ellas, que es lo que deja al alma libre y vacía de ellas, aunque las tenga. Porque no ocupan al alma las cosas de este mundo ni la dañan -pues no entra en ellas-, sino la voluntad y apetito de ellas que moran en ella"

Este texto es extraordinario.-Su profundidad psicológi­ca y práctica es incomparable. Pone el. dedo donde real­mente se encuentra la llaga. Las cosas y ,las personas no nos dañan, pues ni entramos en ellas ni ellas se meten ma­terialmente en nosotros. Lo que resulta decisivo es nuestra voluntad, lo mismo que el apetito de ellas. Si usamos la propia libertad para encadenarnos, entonces sí nos perju­dican. Por tanto, la renuncia se refiere, más que nada, a la desnudez del gusto y apetito de ellas.

Sustitución


No podemos quedarnos en el puro vacío. Esto. es impo­sible. Si vaciamos un vaso que estaba llena de agua, de in­mediato se llenará de aire. Lo mismo sucede con nuestro CORAZÓN

"Y estas obras conviene las abrace de corazón y procure allanar la voluntad en ellas. Porque, si de corazón las obra, muy en bre­ve vendrá a hallar en ellas gran deleite y consuelo, obrando orde­nada y discretamente' En esto se halla presente también la delicada y oportu­na pedagogía de Dios. El cual, en su increíble respeto a la libertad personal, espera hasta que cada uno le acoja, me­diante el esfuerzo por quitar los "estorbos e inconvenien­tes que impiden el acabado deleite" (C 22, 2).

Además, está dispuesto, con prontitud y eficacia, a re­compensar nuestra renuncia. "De manera que, si un gozo niegas, ciento tanto te dará el Señor en esta vida temporal y espiritualmente, como también, por un gozo que de esas cosas sensibles tengas, te nacerá ciento tanto de pesar y sinsabor.

Porque, de parte del ojo ya purgado en los gozos de ver, se le sigue al alma gozo espiritual, enderezado a Dios en todo cuanto ve, ahora sea divino, ahora sea profano lo que ve.

De parte del oído purgado en el gozo de oír, se le sigue al alma ciento tanto de gozo muy espiritual y endere­zado a Dios en todo cuanto oye, ahora sea divino, ahora profano lo que oye; y así en los demás sentidos ya purga­dos" (3S 26, 5)

Todavía en esta etapa de principiantes el gozo espiri­tual tiene sabor y fervor sensibles. Pues, "para ir en la noche del sentido y desnudarse de lo sensible, eran menes­ter ansias de amor sensible" (2S 1, 2).

"Es, pues, de saber que el alma, después que determinadamente se convierte a servir a Dios, ordinariamente la va Dios criando en espíritu y regalando; al modo que la amorosa madre hace al niño tierno, el cual al calor de sus pechos le calienta, y con leche sabrosa y manjar blando y dulce le cría, y en sus brazos le trae y le regala; pero, a la medida que va creciendo, le va la madre quitando el regalo y, escondiendo el tierno amor, pónele amargo acíbar en el dulce pecho y, abajándole de los brazos, le hace an­dar por su pie, por que, perdiendo las propiedades de niño, se dé a cosas más grandes y sustanciales.

La amorosa madre de la gracia de Dios, luego que por nuevo calor y hervor de servir a Dios reengendra al alma, eso mismo hace con ella; porque la hace hallar dulce y sabrosa leche espiri­tual sin algún trabajo suyo en todas las cosas de Dios, y en los ejercicios espirituales gran gusto, porque le da Dios aquí su pecho de amor tierno, bien así como a niño tierno"

Es sorprendente el estilo pedagógico de Dios. Cubre la desnudez de gustos y apetitos con otros deleites mejores. Aunque éstos, en los principios, tengan que ser menos per­fectos. "Y así va Dios perfeccionando al hombre al modo del hombre, por lo más bajo y exterior, hasta lo más alto e interior"

Más en concreto, lo que ha de sustituir los gustos re­nunciados es el hontanar eterno de toda alegría y de felici­dad profunda: Dios mismo. Por tanto, en esta noche de la sensibilidad intentamos aprender: "la prontitud de ir con todo y por todo a Dios"

De lo cual el Místico carmelita nos da un ejemplo. Con éste nos hace ver que la renuncia, en verdad, no pretende empobrecernos, sino todo lo contrario. Se orienta, aparte de otros fines como el amor, hacia el desarrollo de progra­mas cerebrales que sean aptos para el placer mayor, que se experimenta en el amor a Dios y a los hermanos.

En este sentido, cuando las cosas nos llevan a Dios, no hace falta negar el gusto. Lo cual significa que el gozo en ellas no nos encierra en sí ni tampoco nos encadena.

"Porque cuando no para en eso, sino que, luego que siente la voluntad el gusto de lo que oye, ve y trata, se levanta a gozar en Dios y le es motivo y fuerza para eso, muy bueno es; y entonces, no sólo no se han de evitar las tales mociones cuando causan esta devoción y oración, mas antes se pueden aprovechar de ellas -y aun deben- para tan santo ejercicio. Porque hay almas que se mueven mucho en Dios por los objetos sensibles"

Por otro lado, las adicciones negadas o renunciadas son sustituidas por un solo apetito, el de Dios. Recorde­mos que la energía en nosotros procede de las necesidades o apetitos. Cuando la voluntad logra recoger la energía de cada necesidad en una sola dirección, es obvio que consi­gue objetivos más elevados y, si van en la línea del amor, serán altamente benéficos para la humanidad.

"Así el alma no recogida en un solo apetito de Dios, pierde el calor y el vigor. Lo cual entendiendo bien David, dijo hablando con Dios: Yo guardaré mi fortaleza para ti Esto es, recogiendo la fuerza de mis apetitos sólo a ti"

Este concentrarse en Dios supone su presencia abun­dante y cercana. Es como el aire que nos rodea. Por esto puse antes el ejemplo del vaso que, por el acto de ser va­ciado se llena de inmediato con el aire. Otra imagen, más bíblica por cierto, es la de la luz.

Dios nos envuelve con la luz de su alegría igual que hace el sol con su claridad. "Y así, .el alma es como esta vidriera, en la cual siempre está em­bistiendo o, por mejor decir, en ella está morando esta divina luz del ser de Dios por naturaleza, que habemos dicho

En dando lugar el alma -que es quitar de sí todo velo y mancha de criatura, lo cual consiste en tener la voluntad perfec­tamente unida con la de Dios, porque el amar es obrar en despo­jarse y desnudarse por Dios de todo lo que no es Dios-, luego queda esclarecida y transformada en Dios, y le comunica Dios su ser sobrenatural de tal manera, que parece el mismo Dios y tiene lo que tiene el mismo Dios"

FORTALECIMIENTO

Esa transformación en Dios no significa que vamos a perdernos en Dios, de modo que nuestro ser y nuestra identidad se confundan con El. De ninguna manera. Por lo que Dios mismo nos revela en Jesucristo, sabemos que se trata de una compenetración de amor. La cual, por cier­to, modifica nuestra personalidad, amplía nuestra identi­dad y transforma nuestro ser.

Parte de esta transformación consiste en el fortaleci­miento de nuestra estructura personal. Aclaro que el yo no se fortalece al estilo de ciertas corrientes del psicoanálisis. Al contrario, parece romperse para dejar que aflore su centro y, a través de éste, desarrolla su capacidad infinita. Entonces, sin que dejemos de ser una persona única e irre­petible, nos sentimos hermanos de todos los hombres y ciudadanos del universo entero Nuestro cuerpo y nuestra sensibilidad necesitan ser­ más fuertes, con el propósito de poder resistir, no sólo las exigencias del amor al prójimo y de la lucha por la justicia, sino también para soportar los deleites enormes que nos aguardan en Dios.

La experiencia que hemos tenido en el amor humano nos ayuda a entender esa necesidad. Seguramente hemos sentido que, incluso lejos de la persona amada, el amor ex­pande nuestro corazón. Entonces parece a punto de es­tallar y desgarrarse por exceso de alegría. Pues bien, seme­jantes sensaciones son insignificantes frente al abismo de deleites que es Dios. El cual, cuando Moisés le pidió que le dejara ver su Rostro, le dió a entender esta respuesta:

"Dificultosa cosa me pides, Moisés, porque es tanta la hermosu­ra de mi cara y el deleite de la vista de mi ser, que no la podrá sufrir tu alma en esta suerte de vida tan flaca" Entendemos entonces que, cuando Dios nos regala ciertas gracias en que presentimos la felicidad infinita, nos sentimos aterrados y con el cuerpo como paralizado. Y no porque Dios sea temible, sino más bien por ser amor y her­mosura inmensos. También de parte de la persona amada nos llegan a venir estos sentimientos de terror, debido a la atracción y fascinación que ejerce en nosotros.

"A veces de parte de Dios, al tiempo que les quiere hacer algu­nas mercedes (como habemos dicho arriba) que les suele hacer temor al espíritu y pavor, y también encogimiento en la carne 'y sentidos, por no tener ellos fortalecido y perfeccionado el natu­ral" No hay la menor duda, necesitamos un cambio sustan­cial en nuestro ser, si queremos tener abierta a los deleites de Dios nuestra capacidad infinita.

Noche activa de la racionalidad

Nuestro esfuerzo liberador no puede limitarse a la po­laridad sensible. También la polaridad superior requiere renuncia, sustitución y fortalecimiento.

Al tratar este asunto seré breve. En el tema siguiente tendremos ocasión de considerar el pensamiento, memoria y voluntad, a la luz de la relación teologal con Dios.

A propósito del pensamiento, ya sabemos que san Juan de la Cruz es un gran defensor de su uso a través de la razón

"Entra en cuenta con tu razón para hacer lo que ella te dice en el camino de Dios, y valórate más para con tu Dios que todas las obras que sin esta advertencia haces y que todos los sabores espi­rituales que pretendes"

Sin embargo, reconoce que la razón es válida y necesa­ria en el canino de Dios hasta cierto límite. Más allá de és­te ya no nos aprovecha. Porque ella, en los pensamientos, sólo nos ofrece retratos de Dios. Por más bella y exacta que sea una fotografía de la persona que amo, no es mi amada. Un mapa de México, mi patria, no es México. Así, los pensamientos acerca de Dios, no son Dios. La misma Sagrada Escritura, al decirme:

Dios es amor,no me da a Dios. Sólo me ofrece un tetimonio profundo de El.

Si tomamos la figura de la transpersonalidad, que está en el primer capítulo, advertiremos que la línea directa que sale del centro del yo y va hasta Dios, sólo llega al ápice del triángulo que simboliza a las tres Personas divinas. Hay un contacto directo con Dios, pero no penetra en lo infini­to de Dios..­

En verdad, la pura verdad, "Dios es amor". Pero, aunque esto es cierto, Dios es infinitamente más. Nos ama, a cada momento, con un amor inmensamente mayor y totalmente distinto de lo que esa frase expresa.

Lo que vemos de la luna, en una noche clara, represen­ta sólo la superficie de la misma. Lo sustancial de ella, los metales preciosos, se quedan en lo oscuro, más allá de la superficie iluminada. Otro tanto nos sucede con Dios. Los pensamientos se quedan, por así decir, en la piel de Dios. Con la luz de la razón sólo alcanzan a percibir lo más su­perficial y lo mínimo del ser divino. Nos entregan nada más lo que cabe, como imagen pequeñísima, en nuestro cerebro.

En este sentido se comprende que, aunque defiende el valor de la razón como buen occidental, el Santo nos acon­seja trascenderla en lo que a Dios se refiere, por medio de la fe. Y si hemos de emplearla, nos propone: “No dejar el Espíritu para ningún sentimiento Aquí tenemos la primera parte de la renuncia en mate­ria de pensamientos.

Si no estamos trabajando, conver­sando con alguien, buscando la solución de un problema, etc., conviene que ocupemos nuestra mente en Dios. Mientras viajamos en el metro, al conducir el coche, al ca­minar por la calle, incluso mientras nos duchamos y demás en el baño, tenemos ocasión de ocupar en Dios nuestros pensamientos.

y pensamiento que no este orientado hacia mi PADRE DIOS

Al practicar la fe o también al orar, como luego vere­mos, es necesario no pensar en Dios. Es un paso ulterior en la renuncia intelectual. Implica el reconocimiento de que los pensamientos son incapaces de entregarnos a Dios en persona. Únicamente nos ofrecen un retrato.

En este caso, la sustitución es realizada por la fe. La cual, no sólo es una intuición capaz de percibir más viva e integralmente a Dios, sino incluso infinitamente más.

Pasando a la memoria, encontramos que el proceso de aprendizaje es muy parecido a lo anterior. En primer lu­gar, siempre que nuestras obligaciones no la requieran, tiene que quedarse libre y vacía de recuerdos. Tal como suena: ninguna evocación.

Esta es una modalidad, muy radical pero eficacísima, de la terapia racional-emotiva, como he insistido ya. Aparte de liberarnos de tormentos' y. dramas inútiles, nos fortalece en la auto posesión, en la libertad interior y en la serenidad. Si los sentimientos dependen de los pensamien­tos y recuerdos, es lógico que al adueñarnos de éstos, nos volvemos libres, no tanto para quedarnos sin sentimien­tos, sino más bien para elegir aquellos que, responsable y libremente, queremos experimentar.

Desde este punto de vista emocional, resulta excelente el propósito de llenar la memoria con el recuerdo constan­te de Dios. Al evocarlo a El, propiciamos el surgir de senti­mientos positivos como el amor-, la alegría, la paz, la espe­ranza, etc. Ante esta perspectiva, cobra sentido la reco­mendación sanjuanista:

"Nada ha de haber en la memoria que no sea Dios"

Este esfuerzo por vaciar la memoria de lo que no es Dios ni conduce a El, implica un ejercicio constante de la voluntad. Con lo cual nos afirmamos como individuos libres. Consiguientemente, no sólo progresamos en el ca­mino espiritual, sino también en el proceso de convertir­nos en personas.

Al mismo tiempo se incrementa la fortaleza personal. Sabemos que la función de la voluntad consiste en reunir y encauzar nuestras energías. Cuando va recogiendo todas nuestras fuerzas en un solo caudal, para centrar nuestro ser en Dios, construye nuestra fortaleza.

"La fortaleza del alma consiste en sus potencias, pasiones y ape­titos, todo lo cual es gobernado por la voluntad. Pues cuando es­tas potencias, pasiones y apetitos endereza en Dios la. voluntad y las desvía de todo lo que no es Dios, entonces guarda la fortaleza del alma para Dios, y así viene a amar a Dios de toda su fortale­za"

En este asunto, una vez más, encontramos una ecuación de proporcionalidad. El amor se nutre con las fuerzas de nuestro ser. Con el aumento de éstas, se acre­cienta nuestra capacidad de amar. Por el mismo hecho dis­minuyen nuestras adicciones y vanos quereres. Sin embar­go, se aumenta así la posibilidad de recibir la alegría y go­zo que nacen del amor a Dios y a los hermanos.

"De donde para llegar a aquel amor, alegría y gozo... te conviene que tenga fortaleza y mortificación y amor para querer quedarse en vacío y a oscuras de todo ello, y fundar aquel amor y gozo en lo que no ve ni siente ni puede ver ni sentir en esta vida, que es Dios, el cual es incomprensible y sobre todo"

En concreto, se pretende que tengamos la voluntad en­teramente unida con la de Dios. La vaciamos y dejamos libre para cumplir efectivamente, entre los quehaceres so­ciales, familiares y laborales, lo que Dios quiere.

"Porque todo el negocio para venir a la unión de Dios está en purgar la voluntad de sus afecciones y apetitos, por que así de voluntad humana y baja venga a ser voluntad divina, hecha una misma cosa con la voluntad de Dios"

San Juan de la Cruz nos muestra que, con gran fre­cuencia, la voluntad de Dios se manifiesta a través de la ra­zón natural. Nos da como ejemplo que Dios no le reveló a Moisés la necesidad de elegir "otros jueces para que le ayudasen y no estuviese esperando el pueblo desde la ma­ñana hasta la noche". Más bien dejó que su suegro Jetró se lo aconsejase. "El cual consejo Dios aprobó; y no se lo había El dicho, porque aquello era cosa que podía caber en razón y juicio humano"

En el último texto citado, aparte de ser invitados a unir la propia voluntad con la de Dios, se nos insiste en la elimi­nación de los apegos. Así podremos lograr esa unión de voluntades.

"Pues si esta alma quisiese alguna imperfección que no quiere Dios, no estaría hecha una voluntad de Dios, pues el alma tenía voluntad de lo que no la tenía Dios. Luego claro está que, para venir el alma a unirse con Dios perfectamente por amor y volun­tad, ha de carecer primero de todo apetito de voluntad, por mínimo que sea. Esto es, que advertidamente y conocidamente no consienta con la voluntad en imperfección, y venga a tener poder y libertad para poderlo hacer en advirtiendo"

Llama la atención la última frase: venga a tener poder y libertad para poderlo hacer en advirtiendo. Sin la efica­cia del que, habiendo crecido como persona, dispone de su voluntad y libertad, casi es imposible caminar hacia la unión perfecta con Dios. Y es en ésta donde se encuentra la felicidad profunda.

Consciente, pues, de la importancia de la libertad res­pecto a los apetitos o adicciones, me se lamento cuan­do te veo entretenidos en otros medios poco eficaces.

"Por lo cual es harto de lamentar la ignorancia de algunos, que se cargan de extraordinarias penitencias y de otros muchos volun­tarios ejercicios, y piensan que les bastará eso y es otro para venir a la unión de la Sabiduría divina; y no les basta si con diligencia ellos no procuran negar sus apetitos. Los cuales, si tuviesen cuidado de poner la mitad de aquel trabajo en esto, aprovecharían más en un mes que por todos los demás ejercicios en muchos años"

Pienso una vez más en los grupos de adictos y me ma­ravillo ante la enorme sintonía entre sus descubrimientos y los de nuestro Místico. La libertad es fundamental en nuestra existencia. También lo es en el proceso espiritual. La vaciamos, mediante el ejercicio de la voluntad, para que pueda llenarse de Dios. De ahí la recomendación:

"Aplique la voluntad con amor a Dios"

Al responsabilizarnos de nuestros talentos individuales y, en particular, de la libertad o voluntad para amar, nos comportamos como personas. Lo cual, por otra parte, no es ajeno a nuestras preocupaciones espirituales. El amor representa la más decisiva de las actitudes teologales. En­tonces resulta que el crecimiento humano y el espiritual van de la mano. Se estimulan uno al otro y se complemen­tan.

Por ahora, quiero advertir que en el sistema Sanjuanis­ta la noche activa no se realiza con sólo nuestras fuerzas. Estas, hasta cierto punto, predominan. Pero Dios no está ausente. Más todavía, por medio de las actitudes de fe, es­peranza y amor, entra en relación con nosotros y profun­diza la liberación y la expansión de la racionalidad.

"Las tres virtudes teologales, fe, esperanza y caridad -que tienen respecto a las dichas tres potencias como propios objetos sobrenaturales, y mediante las cuales el alma se une con Dios se­gún sus potencias-... hacen, como habemos dicho, vacío en las potencias: la fe en el entendimiento, vacío y oscuridad de enten­der; la esperanza hace en la memoria vacío de toda posesión; y la caridad, vacío en la voluntad y desnudez de todo afecto y gozo de todo lo que no es Dios"

EXISTENCIA TEOLOGAL;(contacto vivo y personal con personas Divinas)

En esas afirmaciones del Poeta Místico se ve, con ente­ra claridad, que él ha hecho de las actitudes teologales un método de liberación. Porque son actitudes, aluden a un estado habitual de nuestro ser, que habiendo nacido de la experiencia, nos predispone a reaccionar en un modo pe­culiar frente a las personas o situaciones con las que nos hallamos en relación. Por ser relacionales sugieren el dina­mismo de la comunicación e interacción. Y siendo teologa­les, implican en su esencia un contacto vivo y personal con Dios en sus tres Personas.

Así pues, por el proceso de unirnos teologalmente con Dios, nos alejamos o liberamos de todo lo que no es Dios. A un tiempo producen en nosotros renuncia y sustitución.

Este efecto doble se genera en el contexto de nuestra vi­da normal. La comunicación teologal con Dios no está re­servada para los momentos de oración. Al contrario, des­borda el ámbito de lo sagrado y nos compromete con los problemas de los hombres y del mundo.

Si queremos comprender el valor práctico del método teologal que san Juan de la Cruz ha elaborado, conviene revisar cuál es el contenido de las actitudes teologales. En cierto modo, por ser relacionales, la fe, la esperan­za y el amor resultan bipolares. Uno de sus polos, el verda­deramente sustancial, es Dios mismo. El otro polo está constituido por cada uno de nosotros.

Dios, en cuanto que nos revela su presencia, es la fe. Al hacernos la promesa de sus bienes, aparece como el fondo esencial de la esperanza. Porque nos ama de manera in­condicional, se hace evidente que "Dios es amor"

El otro polo de las actitudes teologales consiste en nuestra respuesta. Por el acto de acoger la auto comunicación de Dios, sus promesas y su auto donación, vivimos la fe, la esperanza y el amor. Y en este encuentro interperso­nal, nos alejamos de lo que no agrada a Dios.

El proyecto de quien emplea el método teologal se centra en querer agradar en todo a Dios. También se busca la práctica de la fe, esperanza y amor en todas las circuns­tancias y momentos de la vida. Supone un examen de con­ciencia en clave teologal.

Requiere una mirada constante a la persona de Cristo, para tenerlo como modelo de com­portamiento. Y se da por supuesto un conocimiento exac­to de los propios deberes.

Este método, tal como el lector va advirtiendo, simpli­fica el camino espiritual. Nos concentra en lo más esencial.

También nos mantiene en un clima de libertad y amplitud de espíritu. Si caemos, en lugar de hundirnos en el desa­liento, levantamos la mirada hacia Dios en actitud de espe­ranza...

A este propósito remito al libro excelente de Federico Ruiz, Cristianos por dentro.

Está agotado, pero se en­ cuentra en algunas bibliotecas. En él se explica en detalle el método teologal. Ahora, aunque. sea en términos genera­les, veamos cada una de las actitudes teologales en particu­lar.

La fe, como el Santo nos indica, actúa más directa­mente en el entendimiento. Al entregarnos a Dios, que está vivo y presente en nosotros y en el mundo, nos mueve a de­jar los pensamientos, porque El no cabe en ninguno de ellos. Pero, al mismo tiempo que produce este vacío, nos da a Dios en cuanto Dios. Por así decir, nos lo brinda ente­ro, tal como El es. "Porque Dios es la sustancia del AMOR Y DE LA FE

"De lo dicho se colige que, para que el entendimiento esté dis­puesto para esta divina unión, ha de quedar limpio y vacío de to­do lo que puede caer en el sentido, y desnudo y desocupado de lo que puede caer con claridad en el entendimiento íntimamente so­segado y acallado, puesto en fe, la cual es sola el próximo y pro­porcionado medio para que el alma se una con Dios.

Porque es tanta la semejanza que hay entre ella y Dios, que no hay otra di­ferencia sino ser visto Dios o creído. Porque, así como Dios es infinito, así ella nos le propone infinito; y así como es Trino y Uno, nos le propone ella Trino y Uno; y así como Dios es ti­niebla para nuestro entendimiento, así ella también ciega y ,deslumbra nuestro entendimiento. Y así, por este solo medio, se manifiesta Dios al alma en divina luz, que excede todo entendi­miento. Y por tanto, cuanto más fe el alma tiene, más unida está con Dios"

Si tenemos presente la figura parabólica de la persona­lidad, comprenderemos a la luz de estas afirmaciones, que la fe es la línea más recta para conectar nuestro centro con Dios. Sólo que nos conduce más allá del ápice. Es capaz de introducirnos en lo profundo e infinito de Dios. Incluso, como si viéramos el sol de frente, con la fe abrimos el ojo del corazón. -"el infinito centro"- a la claridad hermosísima de Dios. Cierto, tanta luz nos deslumbra y nos deja a oscuras El perfeccionamiento del entendimiento, en cuanto ex­pansión de la conciencia, es importante para llegar a expe­rimentar -en los estadios más avanzados- el gozo de la felicidad profunda. Teniendo presente este objetivo, en­tendemos mejor la siguiente aclaración sanjuanista.

"Quiero decir que nunca te quieras satisfacer en lo que enten­dieres de Dios, sino en lo que no entendieres de El; y nunca pares en amarle y deleitarte en eso que entendieres o sintieres de Dios, sino ama y deléitate en lo que no puedes entender y sentir de El, que eso es, como habemos dicho, buscarle en fe"

De aquí surge un principio práctico. Si queremos bus­car la felicidad profunda en el amor a Dios y a los herma­nos, necesitamos seguir el camino de la fe.Esta actitud, además de llevarnos más allá de los pen­samientos acerca de Dios, modifica radicalmente nuestros esquemas mentales.

Y la psicoterapia nos demuestra que al cambiar nuestros mapas intelectuales, se produce un cam­bio en la visión de la vida y en los sentimientos con que la enfrentamos.

Sí, la fe nos brinda una cosmovisión diferente de la que nos ofrece la sociedad contemporánea. Aprendemos con ella que el mundo, los hombres y Dios; son como pen­sábamos.

La fe nos hace descubrir que el mundo, con sus leyes y fenómenos naturales, es autónomo. Dios lo quiso así para que nos sintiésemos libres. Y al experimentar la libertad, podemos acoger libremente la auto comunicación de Dios. Entonces es factible la alianza y amistad entre El y no­sotros.

Sin embargo, a pesar de su autonomía, el mundo no es ajeno a Dios. Está amparado por la providencia divina. Por ello, el hombre de fe se caracteriza por el sentimiento del humor. Al saber que Dios no se desentiende de su crea­ción, logra reírse con amor de las imperfecciones y defec­tos con que tropieza en su diario caminar. Está seguro de que "todo coopera para el bien de los que aman a Dios", como enseña san Pablo.

Con la fe adquirimos también una visión diferente del hombre. Si creemos que la primera persona de la Trinidad es nuestro Padre, entonces llegaremos, poco a poco, a la convicción de que todos los hombres somos hermanos. No tenemos derecho a oprimir a nadie. Tampoco podemos ig­norar las necesidades ajenas. Ni siquiera es posible que, usando la dureza de la polaridad racional, maltratemos o destruyamos al propio yo.

Más que nada, como venimos considerando, la fe rom­pe nuestros esquemas e imágenes de Dios. A ver, ¿en qué cabeza cabe que un Padre deje morir a su propio Hijo por amor a quienes lo han ofendido? De igual manera, ¿quién entiende que cuando volvemos a El, tras haber despilfarra­do sus dones como el hijo pródigo, nos reciba lleno de amor, sin echarnos culpas ni lanzarnos reproches? En fin, ¿quién puede comprender a ese Dios que se atreve a crear­nos como seres libres, dejándonos abusar de nuestra liber­tad mediante el pecado?

No, no cabe Dios en la estrechez de nuestras categorías mentales. Su hermosura y su bondad, su alegría y su amor, su gracia y su ternura para cada uno de nosotros desbor­dan infinitamente cualquier pensamiento o imagen. Sólo la fe nos lo da en la inmensa grandeza de su auto donación a nosotros.

Por otra parte, sobre el fundamento de la fe, la espe­ranza vacía y perfecciona nuestra memoria. Lo cual parece contradictorio, ya- que la memoria evoca el pasado, mientras que la esperanza nos impulsa con optimismo ha­cia el futuro.

Para comprender esta aparente contradicción, subraya el poder posesivo de la memoria. Gracias a las posesiones que tene­mos en ella, nos es posible caminar hacia el porvenir. Si yo olvidara quién soy, cómo puedo caminar, dónde consigo alimento, qué tengo que hacer para trabajar y descansar, etc., probablemente moriría en-poco tiempo.

Lo que acabo de mencionar es necesario para vivir. Es indispensable guardar todo eso en la memoria. Sin embar­go, también en ella conservamos lo inútil, lo nocivo y cuanto nos aparta de Dios. Esto que nos daña y nos aleja de Dios se queda atrás, en una especie de olvido, si llenos de esperanza caminamos hacia el futuro con la mirada puesta en Dios. En cierto modo, nos quedamos libres de todo recuerdo, ya que ni siquiera evocamos las gracias re­cibidas del mismo Dios. Sólo, por así decir, nos acorda­mos de Dios en la esperanza.

"De donde, cuanto más la memoria se desposee, tanto más tiene de esperanza, y cuanto más esperanza tiene, tanto más tiene de unión con Dios; porque acerca de Dios, cuanto más espera el al­ma, tanto más alcanza. Y entonces espera más cuando se despo­see más; y cuando se hubiera desposeído perfectamente quedará con la posesión de Dios en unión divina. Mas hay muchos que no quieren carecer de la dulzura y sabor de la memoria en las no­ticias, y por eso no vienen a la suma posesión y entera dulzura­

Sí, en verdad, el Maestro carmelita nos propone vaciar la memoria mediante la esperanza, hasta llegar al grado de no querer entretenernos en la evocación de las noticias que sobrenaturalmente nos han venido de Dios.

"Dirás, por ventura, que el alma no podrá vaciar y privar tanto

la memoria de todas las formas y fantasías, que pueda llegar a un estado tan alto, porque hay dos dificultades que son sobre las fuerzas y habilidad humana, que son: despedir lo natural con habilidad natural, que no puede ser, y tocar y unirse a lo sobre­natural, que es mucho más dificultoso y, por hablar la verdad, con natural habilidad sólo, es imposible.

Digo que es verdad que Dios la ha de poner en este estado sobrenatural; mas que ella, cuanto es en sí, se ha de ir disponien­do, lo cual puede hacer naturalmente, mayormente con la ayuda que Dios va dando. Y así, al modo que de su parte va entrando en esta negación y vacío de formas, la va Dios poniendo en la posesión de la unión... cuando Dios fuere servido, según el mo­do de su disposición, la acabará de dar el hábito de la divina unión perfecta"

Precisamente la esperanza constituye el modo concreto de disponerse mejor a recibir la ayuda de Dios. Si hemos hecho cuanto está en nosotros y, además, ponemos en El toda nuestra confianza, es poco probable que El deje de introducirnos a la etapa siguiente: la noche pasiva.

Antes de continuar quiero volver a una frase del Santo en la penúltima cita.

Me refiero a la proporción que es­tablece entre renuncia y plenitud. Parece que nunca pierde esto de vista: "para venir a gustarlo todo, no quieras gus­tar algo en nada". Ahora, en otros términos, lamenta: "hay muchos que no quieren carecer de la dulzura y sabor de la memoria en las noticias". Por ocuparnos en los do­nes que hemos recibido de Dios, no desarrollamos la capa­cidad de saborear la "entera dulzura".

La esperanza, por otra parte, al presentarnos el futuro como un panorama abierto, nos infunde confianza y opti­mismo. Aún más, cuando se apoya en Dios. Entonces nos impulsa a la acción, en la seguridad de que, sostenidos por el Señor, realizaremos nuestras aspiraciones o expectati­vas.

El principio de esperanza, que sin esta actitud el hombre no hace historia. No trato de alcanzar la, si no tengo esperanzas de llegar a la meta.++++++

Cambiaré y aprenderé a comprometerme con los pobres y oprimidos, si siento confianza. Esta es como el motor de la historia humana y de la personal.En este sentido es muy actual la afirmación de nuestro Místico occidental: "cuanto más espera el alma, tanto más alcanza". En consecuencia, si a impulsos de la esperanza hacemos cuanto podemos, es muy probable que alcance­mos la unión de amor con Dios y los hermanos. En lo cual encontraremos la entera dulzura.

"No pierda el cuidado de orar y espere en desnudez y vacío, que no tardará su bien"

La acción a que nos mueve la esperanza es cualificada, en última instancia, por el amor. Este representa, como he insistido ya, el último secreto para obtener de Dios el don de la felicidad profunda.

"Grande es el poder y la porfía del amor, pues al mismo Dios prenda y liga. Dichosa el alma que ama, pues tiene a Dios por prisionero, rendido a todo lo que ella quisiere; porque tiene tal condición, que, si le llevan por amor y por bien, le harán hacer cuanto quisieren, y si de otra manera, no hay hablarle ni poder con El aunque hagan extremos; pero, por amor, en un cabello le ligan" (C 32, 1)

Se podría pensar que este amor, porque incluye la espe­ranza de encontrar la felicidad en Dios, resulta menos pu­ro. La Iglesia ya ha rechazado esta proposición de los quietistas del siglo XVII. No rebajamos a Dios, si recono­cemos que sólo El nos hace felices a profundidad. Ade­más, el proceso espiritual conlleva la necesaria purifica­ción de nuestro amor a Dios y al prójimo.

Tornando a la obra de las actitudes teologales en cada una de las funciones racionales, podemos leer las observa­ciones de san Juan de la Cruz sobre el efecto del amor en la voluntad.

"La caridad, ni más ni menos, hace vacío en la voluntad de to­das las cosas, pues nos obliga a amar a Dios sobre todas ellas, lo cual no puede ser sino apartando el afecto dé todas ellas, para ponerle entero en Dios" (2S 6, 4).

La aseveración acerca del amor, que hace vacío en la voluntad de todas las cosas, nos permite comprender que, hasta cierto punto, el amor es el alma del método teologal sanjuanista. Con esta actitud aprendemos a actuar, en to­dos los ámbitos de nuestra vida, con un estilo dialogal, constructivo y eficaz. Al mismo tiempo, es como si el amor, desde la comunión con Dios, concentrara todos nuestros objetivos y actividades.

El poder unificador y totalizante del amor debió ser muy claro para el Santo. Cayó en la cuenta de que en él se incluyen todas las demás actitudes, sea las teologales que las morales. Lo cual aparece ya en san Pablo, cuando escribe:

"No estés en deuda con nadie, sino amas a todos, porque quien ama al prójimo ha cumplido la Ley. Pues “no adul­terarás, no matarás, no robarás, no codiciarás” y cualquier otro precepto, en esta sentencia se resume: `Amarás al prójimo como a ti mismo'. El amor no hace mal al prójimo, así pues el amor es el cumplimiento de la Ley" (Rom 13, 8-10).

En particular, como he insistido ya, el amor nutre la alegría y constituye el camino real hacia la felicidad pro­funda en Dios. Todavía tratando el tema de la noche acti­va del espíritu, es decir, de la racionalidad, escribe el Doc­tor del Todo:

"Apartando la voluntad de todos los testimonios y señales aparentes, se ensalza en fe muy pura -la cual le infunde y aumenta Dios con mucha más intención, y juntamente le aumenta las otras dos virtudes teologales, que son caridad y esperanza: en que goza de divinas y altísimas noticias por medio del oscuro y desnudo hábito de fe, y de grande deleite de amor por medio de la caridad, con que no se goza la voluntad en otra cosa que en Dios vivo, y de satisfacción en la memoria por medio de la espe­ranza"

Está claro como el día qué las actitudes teologales, no obstante la renuncia que exigen, al concentrarse en el amor, nos van abriendo el horizonte del gozo y de la alegría. Al mismo tiempo, por la relación personal que entrañan respecto a Dios, no sólo perfeccionan nuestras funciones racionales, sino que nos llevan hasta la amorosa

y deleitosa unión con Cristo.

"Las cuales son una acomodadísima disposición para unirse el alma con Dios según sus tres potencias, que son entendimiento, memoria y voluntad.

Porque la fe oscurece y vacía el entendimiento de toda su inte­ligencia natural, y en esto la dispone para unirle con la Sabiduría divina.

Y la esperanza vacía y aparta la memoria de toda la posesión de criatura, porque, como dice San Pablo, la esperanza es de lo que no se posee (ROM. 8,24); y así, aparta la memoria de lo que se puede poseer y pónela en lo que espera. Y por esto la esperan­za de Dios sola dispone la memoria puramente para unirla con Dios.

La caridad, ni más ni menos, vacía y aniquila las afecciones y apetitos de la voluntad de cualquiera cosa que no es Dios, y sólo se los pone en El; y así esta virtud dispone a esta potencia y la une con Dios por amor.

Y así, porque estas virtudes tienen por oficio apartar al alma de todo lo que es menos que Dios, le tienen, consiguientemente, de juntarla con Dios.

Y así, sin caminar a las veras con el traje de estas tres virtudes, es imposible llegar a la perfección de la unión con Dios por amor puramente.

De donde, para alcanzar el alma lo que pretendía, que era esta amorosa y deleitosa unión con su Amado, muy necesario y con­veniente traje y disfraz fue éste que tomó aquí" (2N 21, 11 - 12).

La oración

El diálogo con Dios que llamamos oración, se sustenta sobre esta triple actitud de fe, esperanza y amor. Por ello se la considera como una de las exigencias primordiales del método teologal.

En la enseñanza sanjuanista encontramos dos formas de oración personal: meditación y atención amorosa a Dios AMOR INFINITO.

Se nota que este Maestro español seguía, en gran medi­da, la tradición medieval acerca de la oración. Guido I, fue el primero en sistematizarla, allá en los comienzos del siglo XII. Distinguió en ella cuatro etapas: lectura, medi­tación, oración y contemplación. Más tarde, Guido II, también cartujo, propone un aforismo que san Juan de la Cruz repite casi al pie de la letra: "Buscad leyendo y en­contraréis meditando; llamad orando y entraréis contemplando”.­

De acuerdo a este enfoque, el Santo considera la medi­tación como un paso para entrar en diálogo de oración con Dios y, en especial, para disponernos

a recibir el don de la contemplación infusa.

La meditación cristiana no corresponde a los métodos orientales que actualmente conocemos con el mismo nombre. Aquí en el Occidente posee características más ra­cionales. Se combina el pensamiento con la imaginación y la fantasía para discurrir en torno a Dios.

"A estas dos potencias -imaginación y fantasía-, pertenece la meditación, que es acto discursivo por medio de imágenes, for­mas y figuras, fabricadas e imaginadas por los dichos sentidos; así como imaginar a Cristo crucificado, o en la columna, o en otro paso de su vida; o a Dios con grande majestad en un trono; o considerar e imaginar la gloria como una hermosísima luz, etc., y, por el semejante, otras cualesquier cosas, ahora divinas, ahora humanas, que pueden caer en la imaginativa"

Por la psicología sabemos que la fantasía es el instru­mento de la creatividad. Así que el empleo de la misma pa­ra animar nuestro diálogo con Cristo o eon Dios Padre, re­sulta muy apto, no sólo porque vivimos en la época de la imagen -TV, cine, etc.-, sino también porque estimula nuestro desarrollo humano.

Se comprende que esta manera de meditación se aco­moda muy bien al predominio de la polaridad sensible, que es propio de los principiantes. Su objetivo, por otro lado, está bien claro: conocer a Dios y aprender. a amarlo.

"El fin de la meditación y discurso en las cosas de Dios es sacar alguna noticia y amor de Dios. Y cada vez que por la meditación el alma la saca, es un acto. Y así como muchos actos en cual­quier cosa vienen a engendrar hábito en el alma, así muchos ac­tos de estas noticias amorosas, que el alma ha ido sacando en ve­ces particularmente, vienen por el uso a continuarse tanto, que se hace hábito en ella"

Este hábito corresponde a lo que ahora llamamos acti­tud. Cuando la oración se convierte en actitud, entonces su estilo se simplifica tanto como los métodos orientales. Basta con ver un cielo estrellado, contemplar la sonrisa de un niño, recordar a Dios, ayudar a un pobre, hacer creati­va-mente el trabajo, etc., para que nuestra atención y nuestro afecto se concentren en Dios.

No es extraño que, de acuerdo a las insinuaciones del mismo Jesucristo, la oración nos produzca alegría. El Se­ñor declara: "Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que sea cumplida vuestra alegría" (Jn 16,24). Esto es un hecho palpable en el princi­piante. Aunque, en lugar de ser cumplida o total, su alegría es todavía demasiado sensible y superficial.

"Por tanto, su deleite halla pasarse grandes ratos en oración, y por ventura las noches enteras"

Se puede afirmar que, debido al fervor y entusiasmo sensibles, la personase mueve a orar más por el gusto ex­perimentado que por amor a Dios.

Además de la meditación, san Juan de la Cruz nos pro­pone otro estilo: la oración de atención amorosa. La cual va más de acuerdo con el sistema sanjuanista, según mi pa­recer. También se asemeja mucho a los métodos orientales de "meditación", que millones de occidentales hemos practicado. Durante diez años yo he usado la meditación trascendental. Ahora prefiero la oración sanjuanista de atención amorosa.

Cuatro elementos tiene en común este modo de orar con los métodos orientales y con los estilos cristianos co­mo la oración del corazón, la oración de recogimiento (S. Teresa ), la oración integradora, que yo suelo enseñar con mi libro El diálogo trascendente, etc.

El primero de tales elementos, es el lugar. El Santo con­sidera dos posibilidades. La primera, si está a nuestro al­cance, puede ser un ambiente natural tranquilo: "los de­siertos solitarios". Más realista es la propia -habitación, "donde sin bullicio y sin dar cuenta a nadie lo podemos hacer con más entero y puro corazón"

El segundo elemento es la postura corporal. No conoz­co datos. precisos sobre lo que el gran Místico occidental hacía o enseñaba al respecto. Tal vez se haya visto influen­ciado por santa Teresa, la cual enseñaba a sus monjas la postura de las carmelitas, que en el yoga se denomina la postura del rayo. Sentados sobre los talones y el arco del pie, mientras mantenemos la columna vertebral recta, te­nemos mejor disposición para orar.

El tercer elemento consiste en abrir el corazón amoro­samente a Dios. La atención la ocuparnos en esta apertura amorosa al Dios que no cesa de amarnos.

"Como quiera, pues, que tu esposo amado es el tesoro escondi­do en el campo de tu alma por el cual el sabio mercader dio to­das sus cosas (Mt 13,44); convendrá que para que tú le halles, ol­vidadas todas las tuyas y alejándote de todas las criaturas, te es­condas en tu retrete interior del espíritu, y, cerrando la puerta sobre ti, es a saber, tu voluntad a todas las cosas, ores a tu Padre en escondido (Mt. 6,6); y así, quedando escondida con El, en­tonces le sentirás en escondido, y le amarás y gozarás en escondi­do y te deleitarás en escondido con El, es a saber, sobre todo lo que alcanza la lengua y sentido"

Aquí tenemos lo esencial: quedarse con Dios en actitud de amar. En otros lugares habla nuestro Místico de "estar­se con Dios en la oración" Parece subrayar la

expresión estar con Dios cuando, en sus escasas alusiones a la oración, insiste en ella.

"Por tanto, estando en tal lugar, olvidados del lugar han de pro­curar estar en su interior con Dios, como si no estuviesen en tal lugar"

Es patente que la oración se apoya sobre la fe, implica y engendra esperanza y se realiza como amor. Por tanto, aparece como un ejercicio teologal. Nos lleva a practicar

lo que venimos considerando en este capítulo. Más que otra cosa, concentra nuestro ser y nuestro amor en Dios. Entonces el Santo nos anima a seguir este camino para que, como afirma él, "continuando la oración, vengan a tener su ánimo más continuo con Dios, y el corazón y la afección"

En fin, el cuarto elemento se refiere a los pensamientos. Y de acuerdo al conjunto de sus enseñanzas, dentro de la oración de atención amorosa, nos recomendaría dejar de pensar. Ocupamos el pensamiento con la fe para recibir a Dios en cuanto Dios. Sabemos ya que "la fe nos da y co­munica al mismo Dios" (C 12,4). También empleamos la mente, más allá de los pensamientos, en concentrarla aten­tamente en el amor que deseamos entregarle a Dios.

En éste y Otros métodos semejantes se da por hecho que vendrán a nuestra mente muchas ideas, recuerdos, etc. Pues bien, tal como nos repite el Doctor del todo, aunque tengamos pensamientos excelsos acerca de Dios, hemos de dejarlos a un lado, para vivir la fe y el amor. Estas actitu­des nos entregan a Dios tal como es, y no un retrato de El.

"La mayor necesidad que tenemos es de callar ante este gran Dios con el apetito y con la lengua, cuyo lenguaje, que El oye so­lo, es el callado amor"

Por fortuna el P. José de Jesús María (Quiroga), nos ha dejado un resumen sobre el modo concreto en que san Juan de la Cruz enseñaba esta oración de atención amoro­sa. Señalaba tres fases de la misma, pero enfatizaba y re­comendaba la tercera.

"La primera es representación de los misterios sobre que se ha de meditar, por semejanzas materiales en la imaginación. La se­gunda, ponderación intelectual sobre los misterios representa­dos. La tercera, quietud atenta y amorosa a Dios, donde se coge el fruto de las otras dos primeras y se abre la puerta del entendi­miento a la iluminación divina pa efectos sobrenaturales que en la oración se pretenden para la perfección del alma...

En esta tercera parte de quietud atenta- a;Dios, con que se per­fecciona la meditación provechosa y se logran los frutos de ella, enseñaba a sus discípulos a detenerse más que en las dos prime­ras, donde se abre la puerta a la iluminación divina y se dispone el alma para ser movida de Dios a lo sobrenatural...”

Casi en un cuadro sintético que oriente nuestra prácti­ca, tenemos los siguientes pasos para la oración de aten­ción amorosa.

1) Buscar un lugar tranquilo.
2) Tomar una postura corporal cómoda, pero con la columna rec­ta.

3) Estarse en atención amorosa a Dios, en tres momentos:

a- Por la fe, reconocer el misterio de la presencia de Dios en el

más profundo centro del yo.

b- Ponderar intelectualmente las manifestaciones de su amor acada uno de nosotros.

c- Con el mayor deseo de amarlo, ocupar la atención amorosa­

mente en El.

4) Dejar tranquilamente los pensamientos. Aunque éstos se re­fieran a Dios o a Cristo, los hacemos a un lado, sin luchar contra ellos ni esforzarnos por no tenerlos. Con calma volvemos la atención amorosamente a El.

Cierro este capítulo repitiendo una frase del Santo sobre ésta u otra forma de diálogo con Dios: "le amarás y gozarás en escondido y te deleitarás en escondido con El". Sí, la oración y la noche activa en clave, nos orientan hacia la felicidad profunda.tqm.PEPE


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