sábado, 23 de junio de 2012




“EL NOS IMPULSA ACOMPARTIR CON 
TODOS”


Tú eres capaz de seguir los pasos de esa persona. El es alto y bien formado. Su rostro alegre brilla cuando sus ojos miran a un ser humano. Y el tono de su voz cambia de acuerdo a la condición de la persona, su sexo, cultura, inteligencia, necesidades y estado emocional.

Cada vez que se encuentra con un hombre o una mujer, su rostro revela el amor y la fascinación que él experimenta por todos los seres humanos. Su corazón conoce, desde toda la eternidad, el inmenso valor de cada criatura humana. Como Hijo de Dios encarnado él penetra más allá de las apariencias humanas y admira la imagen de Dios que está escondida en el más profundo centro de todo ser humano.

1.  LA META DEL COMPARTIR EN JESUS:
IMPULSAR,IRRADIAR A LAS PERSONAS

Pero Jesús se da cuenta de que la mayoría de los humanos no es consciente de su verdadero valor personal. Al contrario, por causa del pecado y sus consecuencias, se consideran feos, sucios, indignos, malos... Y semejante autoimagen los desalienta. Y el desaliento los vuelve menos eficientes y menos exitosos y constructivos. En consecuencia, resulta más fácil para nosotros cortar el compartir, luchar y destruirnos unos a otros, a pesar de que todos somos hermanos.

Lo que sucede a nivel internacional y social refleja el odio y las guerras que experimentamos a nivel individual. Con frecuencia nos volvemos enemigos de nuestro propio yo. Luchamos y hacemos la guerra contra nosotros mismos. No compartimos en nuestro
Interior  para restablecer la paz y la unidad. Nuestro yo está dividido.
Jesús nos enseña a ser amigos de nosotros mismos y de unos para con otros. Su enseñanza, sin embargo, no es cuestión de teoría, sino un asunto de experiencia. Él ofrece su amistad a todos y cada uno. El revela sus secretos, como hacen los amigos, sin descuidar amarnos siempre. “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (JN 15,13).
Llevado de un amor incondicional, mira a los humanos con ojos que le permiten abarcar la hermosura, valor y grandeza de cada criatura humana. Y este es el principio de un compartir capaz de impulsar a la gente.
A- El centro del “compartir” en Jesús

“En el principio la Palabra existía
y la Palabra estaba con Dios,
y la Palabra era Dios.
Ella estaba en el principio con Dios” (JN 1,1).

Jesús no puede dejar de hablar. El es la Palabra eterna del Padre. Como tal, es pronunciado por el Padre desde toda la eternidad y para siempre. Pero él es una expresión de amor y no un concepto intelectual. Por tanto, expresa el mismo amor que es expresado por el Padre al ser pronunciado por El. Y de este “COMPARTIR” perfecto y amoroso y eterno entre ambos, el 
Espíritu Santo procede desde toda la eternidad.

Por tanto, el Dios revelado por Jesús, la Palabra hecha carne, aparece como un Dios que es “COMPARTIR TODO” de amor. Y la Fuente inagotable de ese amor, Dios Padre, quiere COMUNICARSE con nosotros a través de su Palabra hecha carne. El Padre derrama abundante mente su amor en cada uno de nosotros mediante las palabras y hechos de su Hijo encarnado. Y ambos, el Padre y el Hijo acarician las fibras más delicadas de nuestro corazón por medio de su amor, el Espíritu Santo.

Cuando Jesús inicia su predicación y cuando “COMPARTE” con las personas, pronuncia palabras de vida eterna. El profiere palabras que iluminan y enamoran a la persona con la que él está hablando.

Imagínate a Jesús narrando la parábola del hijo pródigo. Tal vez se encuentra en la casa de un pecador. Puedes escuchar las inflexiones de su voz, su tonalidad y volumen... Esa voz melodiosa se torna suave, lenta y triste cuando el hijo pródigo piensa para sus adentros: “los jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre!” (LC, 15,17).

Pero en cuanto el padre lo ve venir a lo lejos y sale corriendo a su encuentro, la voz de Jesús emite una variedad de sonidos más abundantes que los de una orquesta. Una tiesta eterna resuena en sus palabras:
“el padre, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente.., y dijo a sus siervos: Traed aprisa el mejor vestido y vestid poned un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado.’ Y comienza ron la fiesta” (LC 15, 20-24).

En esta parábola están presentes los dos polos de atracción del COMPARTIR de Jesús, Dios Padre y los seres humanos. Ambos constituyen el centro del “COMPARTIR” de Jesús. Por un lado, vemos que Jesús se va a lugares solitarios para orar, esto es, para establecer un diálogo amoroso con su Padre. Por otro lado, predica a la gente y conversa con sus apóstoles y con otros grupos e individuos.
Jesús pronuncia palabras de vida eterna tanto para cumplir la voluntad de su Padre, como para impulsar a la gente. Este doble objetivo es claro en el principio del evangelio de Marcos.

“De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca: al encontrarse le dicen: ‘Todos te buscan.’ El les contesta: ‘Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí prediquemos; pues para eso he venido, Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas expulsando los demonios” (Mc 1 .35—39

De acuerdo a estas  últimas palabras de Jesús, resulta palpable que el Padre lo envió a predicar la buena nueva. Lo cual es un mensaje capaz de impulsar a la gente.

“El tiempo ha  llegado y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva” (MC 1,15).

Me tomo un minuto y me represento en mi imaginación la persona de Jesús: Observo su rostro mientras me dice, “el Reino de Dios está cerca… Escucho su voz, mientras me invita a la Buena Nueva. El quiere para nosotros la felicidad que brota de su Padre. Si permitimos que el Padre sea nuestro Rey en unión con su Hijo y los demás seres humanos., seremos verdaderamente felices. Nuestra realización será perfecta en unión con Jesús y con su Padre en su mutuo AMOR.

Con este fin de llevarnos a una total realización y a una felicidad completa, Jesús pronuncia palabras de vida eterna. Y resulta claro que el objetivo del “compartir” de Jesús no es una teoría ni un sistema moral ni la solución de los problemas humanos ni siquiera la predicación de su mensaje; incluso  las mas sagradas tradiciones de Israel, como la Ley de Moisés, resultan secundarias en relación con el objetivo central de Dios Padre y de su Hijo en la persona humana.
El mayor interés de Jesús aquí en la tierra es cada uno de nosotros.

Por ello, afirma, “El sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado” (MC 2,27).

Si deseo aprender de Jesús cómo perfeccionar el su compartir  impulsaré este compartir con los demás, observaré su habilidad para centrarse en las personas con los problema.: de ellas ni sus conductas ni sus sentimientos o pensamientos son tan importantes como ellas mismas. Este puede ser el sentido de las palabras de Jesús, “El sábado ha sido hecho para el hombre y no el hombre para el sábado.”
No sólo el sábado, sino incluso el Hijo de Dios se hizo carne para el bien del hombre. “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (JN 3,16).

La liberación y el desarrollo humanos, así como la      salvación eterna, constituyen la meta principal de la Palabra encarnada. Este hecho es revelado por Jesús mediante sus palabras y acciones. Antes de su muerte en la cruz, que es la máxima expresión de amor al hombre, emplea un hecho que clarifica con sus palabras para mostrar que el ser humano es su centro. Me refiero al lavatorio de los pies.

“Se levanta de la mesa, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe. Luego echa agua en un lebrillo y se pone a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido... Después que les lavó los pies y tomó su manto, volvió a la mesa y les dijo: Comprendéis lo que hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”(JN13, 4-5, 12-l

En esta ocasión Jesús actúa de acuerdo a lo que él ha dicho,

“YO, el Hijo del hombre no he venido a ser servido, sino a servirlos a ustedes y a dar la vida como rescate por TODOS” (MC 10,45).
Servir a los otros es el secreto de un “COMPARTIR” exitoso sea a nivel terapéutico que pastoral o amistoso. Porque Jesús, el Hijo del hombre, está dispuesto a servir, su habilidad en la comunicación es extraordinaria. Su “COMPARTIR” obtiene resultados extraordinarios por su prontitud para el servicio.’

Al actuar así, Jesús revela la disposición para servir que hay en el corazón de Dios Padre. Dios mismo está dispuesto a servirnos a través de su Hijo encarnado. Este hecho se torna experiencia para quienes creen en Jesús y se unen con él mediante el amor. Me refiero, con la última frase, a los místicos como san Pablo y san Juan. Este último confiesa:

“Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la palabra de vida, pues la vida se manifestó,
y nosotros la hemos visto y damos testimonio”
1 JN1, 1-2.

3.Otros sabios llenos de fe, como el carmelita San Juan de la Cruz, han experimentado esa inefable actitud de servicio que palpita en el infinito océano de amor que es el corazón de Dios. A este respecto escribe san Juan de la Cruz:

Comunicase Dios en esta interior unión, al alma, con tantas veras de amor, que no hay afición de madre que con tanta ternura acaricie a su hijo, ni amor de hermano ni amistad de amigo que se le compare. Porque aun llega a tanto la ternura y verdad de amor con que el inmenso Padre regala y engrandece a esta humilde y amorosa alma JOB cosa maravillosa y digna de todo pavor y admiración que El se sujeta verdaderamente a ella para la engrandecer, como si El fuese su siervo y ella fuese su señor. Y está tan solícito en la regalar, como si El fuese su esclavo y ella fuese su Dios. Tan profunda es la humildad y dulzura de Dios! “
Canto espiritual de san Juan de la cruz

Experiencias como ésta y las que tuvieron los apóstoles durante la vida pública de Jesús, revelan que Dios se centra en las palabras. El y su Hijo, Jesús, han adoptado a la humanidad y a cada individuo como su objetivo central. Y en razón de ello, su compartir  con nosotros nace del amor y el deseo de servirnos.

B- La imagen que Jesús tiene del hombre

El “compartir” de Jesús, por otro lado, está determinado por la imagen que él guarda en su mente acerca de cada uno de nosotros.
Como todo ser humano, Jesús se comunica con nosotros los humanos a través del retrato que él tiene de nosotros. Ese retrato es como un mapa que orienta las reacciones, sentimientos y acciones de Jesús respecto a nosotros.
De hecho, Jesús ha dibujado en su mente la imagen más bella y preciosa de ti y de mí. Jamás en la historia de la humanidad se ha concebido tan altamente al hombre. Después de Dios, su Padre, no hay nadie mejor para Jesús que el ser humano.

Ni la belleza de las estrellas, de los mejores paisajes de la tierra o de las flores puede competir con la imagen que Jesús se ha formado de cada uno de nosotros. Tampoco compite con esa imagen la armonía de las galaxias, de las sinfonías o del canto de los pájaros.
La imagen que Jesús tiene del ser humano sobrepasa el valor del universo entero, la perfección de las leyes de la naturaleza, las maravillas y misterios de la vida. Ni siquiera la luz, símbolo bíblico de Dios, compite con la belleza que el hombre y la mujer tienen en la mente de Jesús.
Imagina el brillante concierto de luces en el cosmos, escucha su música callada, siente el ritmo de su danza feliz y cósmica... Y todo esto no es nada en comparación con la fiesta que se enciende en el ánimo de Jesús ante la presencia de un ser humano. Y esa fiesta es el fruto de la imagen que retrata a los humanos en el cerebro de Jesús.
La imagen que Jesús tiene de la gente es una réplica perfecta de la concepción que Dios ha hecho del hombre y de la mujer por toda la eternidad. “Dijo Dios:

Hagamos a la persona a imagen nuestra, según nuestra semejanza, y dominen en los peces del mar, en las aves del cielo, en los ganados y en todas las alimañas, y en toda sierpe que serpea sobre la tierra.’
Y creó Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios le creó; macho y hembra les creó” (Gen 1,26-27).

Siendo imágenes de Dios, el hombre y la mujer      superan en valor y hermosura al universo mismo. Y aun así, con su encarnación, la Palabra los embellece mucho más. En especial con su muerte y resurrección, Jesús los transforma en hijos de Dios. Y esta identidad nueva, de la que tú y yo participamos, nos hace rebasar la dignidad sublime de la imagen de Dios. Somos ahora hijos de Dios. Y en consecuencia, somos “partícipes de la naturaleza divina” (2 PC 1,4).
Dios nos comparte ya su “vida eterna.”
Por esta razón, Jesús sostiene, “Ustedes todos son hermanos. No llaméis a nadie ‘padre’ vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo” (Mt 23, 8-9).
Por tanto, cuando Jesús entra en “compartir” con alguien, atraviesa las apariencias humanas. El contempla la imagen de Dios en cada individuo.


El percibe y disfruta la identidad de hijo de Dios en  toda criatura humana. Y al ser consciente del valor y hermosura de los humanos, le resulta más fácil servirlos. Y a través de este servicio, Jesús crece más todavía. Esto corresponde a lo que él mismo nos ha dicho, el mayor entre Ustedes sea vuestro servidor” (Mt 23,11).


Por otro lado, Jesús valora al ser humano corno un tesoro de potencialidades. La mejor de éstas consiste en la posibilidad de convertirnos en hijos de Dios. Para este fin se encarna la Palabra del Padre.

“Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, les dio poder de llegar a ser hijos de Dios” (JN1, 11-12).

La mejor potencialidad que podíamos recibir es la semilla espiritual que nos capacita para llegar a ser hijos de Dios. Nada mejor que esto pudo ganarnos Jesús. Nada hay más grande para nosotros que la capacidad de convertirnos en hijos de Dios.
Cuando Jesús “comparte” con alguien, está consciente de que se halla frente a un hijo de Dios. Y así, ve a los pecadores, publicanos, fariseos y discípulos suyos como hijos de Dios. Y al tener a la vista esta hermosa imagen de ellos, no puede evitar amarlos hasta lo último.

En consecuencia, tiene la capacidad de establecer con ellos un “compartir” profundo e impulsor.

- C Presuposiciones acerca de los seres humanos

Hay ciertas características que Jesús da por hecho en los seres humanos. No discute esas propiedades del hombre y de la mujer. Simplemente las asume como tales.
Jesús considera a las criaturas humanas como el culmen de la creación. Nada del universo, ni siquiera el universo mismo, es tan valioso como una persona humana.
Cada individuo, independientemente de su comportamiento erróneo o malo, merece ser amado hasta el fin, esto es, hasta aceptar la muerte por él.
Cada persona es infinitamente digna de nuestro servicio, siempre y cuando nuestro servicio incremente su desarrollo y plenitud como hija de Dios.
Cada criatura humana posee los talentos y recursos que necesita para crecer hasta su plenitud.
Todo ser humano es un proceso viviente. Y se mueve o puede moverse hacia un constante e interminable desarrollo, sea humano que espiritual.
Toda conducta humana, no importa cuan pecaminosa, errónea o absurda parezca, es la mejor opción para la persona en ese momento, dadas las posibilidades y capacidades que ella percibe disponibles.
Por ello dice Jesús en la cruz, “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).
La gente responde a los mapas de la realidad que crea a través de sus sentidos. Jesús “mira” (Mc 3,5); oye (Mc 3,32); siente (Mc 1 ,4) y responde...
Cada persona tiene su mapa individual del mundo. Y esto permite que “por mucho que miren no vean, por mucho que oigan no entiendan (Mc 4,12).
El mapa más sabio y mejor es el que despliega el mayor número de alternativas constructivas. “Porque, hermanos, han sido llamados a la libertad; sólo que no tomen de esa libertad pretexto para servir al egoísmo; antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros” (Gálatas 5,13).
Los procesos que suceden entre las personas son sistémicos. Nuestro cuerpo, los grupos, la sociedad y el medio ambiente Forman una ecología de sistemas y subsistemas. Y todos ellos interactúan influenciándose unos a otros. 
“Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo... Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte” (1 Corintios12,

D- En busca de la plenitud de las personas
A partir de esas presuposiciones es normal que el diálogo de Jesús sea impulsor de las personas y que busque la plenitud de las mismas. Jesús quiere lo mejor de lo mejor para el individuo con el que dialoga Apunta hacia la plenitud de éste sea corno persona que como hijo de Dios.
Todo orientador o psicoterapeuta tiene -consciente o inconscientemente-, una imagen dinámica de los resultados que desea facilitar en el cliente que lo consulta. Otro tanto sucede con Jesús.
El tiene una imagen clara de los resultados que busca en la persona.
Desea que cada quien madure como per y, por tanto, que se convierta en un ser único, autoconsciente, responsable, libre y capaz de amar.
Cuando Jesús entra en “COMPARTIR” con un ser humano, lo trata como a alguien que es único e irrepetible. Especialmente en sus parábolas anima a la gente a actuar de acuerdo a su unicidad. 
“Como un hombre que, al irse de viaje, llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad” (Mt 25,14-15).
En la misma línea de facilitar en el otro el proceso de convertirse en persona. Jesús utiliza el compartir para incrementar la autoconciencia en la persona.

“Llamó otra vez a la gente y les dijo: Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que entrando en él, pueda hacer le impuro; sino lo que sale del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre. Quien tenga oídos para oír, que oiga.”

Y cuando, apartándose de la gente, entró en casa, sus discípulos le preguntaron sobre la parábola. El les dijo: “ también ustedes están sin inteligencia? ¿No comprenden que todo lo que de fuera entra en el hombre no puede hacerle impuro, pues no entra en su corazón, sino en el vientre y va a parar en el excusa do?’-así declaraba puros todos los alimentos—.
Y añadía:

‘Lo que sale del hombre, eso es lo que hace impuro al hombre. Por que de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades; estas perversidades salen de dentro y hacen impuro a la persona (Marcos 7,14-13).


Porque su autoconscientes  podemos responder ante Dios y los hombres de nuestros deseos, sentimientos y  pensamientos. Somos responsables. Respondemos no sólo de nuestro comportamiento externo, sino también de nuestros pensamientos y sentimientos. En base a este hecho, Jesús sostiene:

 ‘Han oído que se dijo: No con adulterio. Pues yo les digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón”
(Mateo 5,27-28).

Para impulsar nuestra responsabilidad, Jesús procura incrementa nuestra libertad. El declara ante los judíos:

‘Si pues, el Hijo les da la libertad, seran realmente libres’ (JN 8,36).

Jesús sabe que podemos ser dominados por el “malo,” la enfermedad y el pecado. Por lo mismo, él arroja los demonios, sana toda clase de enfermedades y, sobre todo, abre la perspectiva de un futuro libre de pecado. En este sentido le dice a la mujer adúltera, “Vete y en adelante no peques más” (JN 8,11).
Si incrementamos nuestra libertad, en todos aspectos, nos volveremos capaces de amar. Igual que Jesús, podremos amar al prójimo hasta lo último. Gracias a nuestra libertad, sabremos amar incluso a nuestros enemigos y a los que nos critican y persiguen. Y mediante el proceso de amar activaremos los otros cuatro atributos del ser persona.
 Mediante el amor desplegamos la autoconciencia que nos lleva a reconocer la propia unicidad y la originalidad de los talentos personales. Entonces podemos responsabilizarnos de esos talentos y, sobre todo, de la libertad que nos permite amar de veras a los demás de acuerdo al mandato de Cristo:

“que se amen los unos a los otros como yo los ama a ustedes” (JN15, 12).

Y la práctica del amor lleva a cabo, por otra parte, el proceso de convertirse en hijo de Dios. A través del amor nos volvemos semejantes a Dios, que es amor, y nos ha creado a su imagen y semejanza. El amor es la sangre que anima nuestra identidad de hijos de Dios.

“Han oído que se dijo: Amarás o tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo les digo. Ama a tus enemigos y ruega por los que te persiguen, para que sean hijos de Tú Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover  sobre justos e injustos. Porque si amas a los que te aman, ¿qué recompensa van a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludan más que a tus hermanos, ¿qué hacen de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Ustedes, pues, sean perfectos como es perfecto tu Padre celestial 5,43-48).

Este amor incondicional al prójimo es como la pista que me permite despegar hacia la ejecución del primer mandamiento Jesús lo reafirma cuando responde al escriba que lo interroga acerca del primero de todos los mandamientos. “El primero es:
Escucha Israel

El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, cori toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos” (MC 12,29-3 1).

Por otro lado, el amor no sólo nos transforma en verdaderos hijos de Dios, sino que también es una  garantía de salud física, según demuestran las actuales investigaciones médicas.
Además, Jesús nos enseña el amor más con los hechos que con las palabras. Su “COMPARTIR” con la gente, en una forma u otra esta lleno de amor.
Busca el bien de los otros constantemente. Y al hacerlo así nos entrena en el arte de una comunicación llena de Amor.

2. Posibilidades MULTIPLES EN LA COMUNICACION

El amor, además, nos permite adoptar diferentes perspectivas en el momento de comunicarnos. La habilidad para cambiar de perspectiva durante el “compartir” determina la efectividad de nuestra comunicación- Si tú te mantienes exclusivamente en una misma perspectiva, vas a perder una gran cantidad de información. En tal caso, te resultará difícil facilitar un desarrollo constructivo de la interacción con el otro. Y así no recogerás los frutos positivos que el diálogo es capaz de producir naturalmente.tqm

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