martes, 15 de marzo de 2011

“FRUTO DE MIS ENTRAÑAS”de NELLY ASTELI H. (TOTUS TUUS)

TENTATIVAS O DESEOS DE ABORTO

POR QUÉ NO MORÍ CUANDO SALÍ DEL SENO, O NO EXPIRÉ AL SALIR DEL VIENTRE?

Al comienzo, el futuro bebé no es más que una punta de alfiler; pero a los cuatro días posee ya 16 células. En la segunda semana ya tiene todas las características propias.

El bebé es un huésped dentro del seno materno que exige ser respetado y sobre todo amado, deseado. Sin embargo, a veces la ignorancia, el deseo de evitar el sufrimiento o los cánones sociales, llevan a muchas mujeres a considerar el aborto como una salida a un estado que no desean.

Desde el primer instante en que dos seres se unen, puede sur­gir una eclosión de vida que debe ser estimada como una gracia de Dios, un llamado a la cocreatividad y a la dignidad de dar vida.

Sin embargo, antes de pasar a las consecuencias de abortos fallidos, quisiera dar paso a un testimonio de una mujer ya madura, que fue obligada por su padre durante su adolescencia a abortar.

Había ido a varios retiros de sanación; muchas veces había visto trazar la línea de 0‑10‑20‑30... Y más, pero nunca había sentido lo que esa mañana sentí, ahora entiendo que el Se­ñor sana lo que está preparado, aunque esté en lo más re­cóndito de nuestro ser.

Cuando tenía 13 a 14 años de edad, quedé huérfana de madre y al cuidado de dos niños pequeños de cuatro y cinco años de edad. Mi padre era muy severo. Conocí a un hom­bre diez años mayor que yo, me habló de matrimonio, vino a solicitar mi mano; mi padre aceptó no de muy buen agra­do, él tenía otros planes.

El día que fijaron para el matrimo­nio me llevó a mí con los niños a otro lugar, a casa de una tía, donde, nos quedamos por algún tiempo. Mi novio me había seducido y quedé esperando un bebé; así y todo, mi padre me obligó a romper el noviazgo. Dejó pasar cuatro meses y me habló diciéndome que era mejor deshacerme de la criatura, que él tenía una persona que iba a hacer la interven­ción; me dijo que yo era muy joven y que era mejor así.

Acepté por obediencia y por temor. Pasaron los años y nunca olvidé este episodio; venía siempre a mi memoria, pero pensaba que no era pecado, puesto que yo había obedecido a mi pa­dre.

Con el tiempo, formé un hogar, tuve una hija; pero siem­pre recordaba a aquella otra, ya que me dijeron que era mu­jercita, y me decía: "a esta fecha, tendría esta edad.”

Cuando se habló en la enseñanza del aborto, sentí saltar algo en mi estómago, como una especie de tapón apretado y vino a mi mente el recuerdo de mi aborto. Comencé a sentir fuertes dolores de estómago y durante tres días viví ese episodio doloroso y triste para mí, a pesar de los años transcu­rridos;

y fue entonces que pensé en confesarlo, porque tam­poco lo había hecho, a pesar de ser de misa y de comunión diaria.

Mi estómago estaba hinchado, quería confesarme con un sacerdote no vidente para ocultar mi vergüenza; final­mente cuando fui a la reconciliación y recibí la absolución de mi pecado, sentí que un peso enorme partía de mí y co­nocí por fin lo que significa cuando el Señor dice que da la paz que sobrepasa todo entendimiento.

Los niños que han sido agredidos por una tentativa de aborto a través de inyecciones, de golpes, de sustancias que pueden dete­ner el embarazo, de esfuerzos sobrehumanos para que el bebé sea desalojado, esos niños van a ser personas muy inestables emocionalmente, tímidas, fácilmente manipulables según el grado de agresión.

Algunos son irascibles, rencorosos y están centrados en ellos mismos. Cuentan con su propia fuerza, y al sentirse solos contra el mundo, es muy fácil que caigan en depresiones continuas. 0 bien, son seres que buscan la fusión en el amor y en la amistad.

Tampoco es raro que la relación con la madre sea difícil; in­conscientemente intuyen que ésta quiso eliminarlos y por tanto, no pueden abrirse y dar ternura a alguien en quien ven más a un ene­migo que a una madre.

Las personas que han sido agredidas en el seno materno, se sienten siempre en peligro, son hiperquinéticas, necesitan estar en movimiento para no ser atrapados. A veces, desarrollan “tics” nervio­sos, y pueden ir desde la depresión a la anorexia. Son desconfiados y les cuesta entrar en relación. Una pequeña contradicción o crítica puede desatar una verdadera tormenta en sus vidas.

También se pueden explicar algunas”esquizofrenias” cuando la agresión ha sido continuada y ha durado varios meses y a pesar de todo, el feto logró afirmarse en el seno materno.

Haciendo un retiro en Padre Hurtado, después de haber dado la charla sobre la sanación en el seno materno, entró en mi oficina una mujer joven, temblorosa y demacrada; venía con una Biblia en­tre las manos y abierta sobre una página con una fotografía en colo­res de un feto. Me di cuenta de que el Señor estaba tocando algo doloroso en su desarrollo fetal. Oré por ella. Después del retiro me escribió su testimonio:

Se estaba dando una charla sobre la sanación y las heridas en el seno materno, cuando comencé a sentir el amor misericor­dioso del Señor por mí. La primera sorpresa que recibí fue cuando la animadora explicó los signos del Señor en la recon­ciliación de nuestra historia; y explicó que podría consistir, por ejemplo, en la repetición de un texto, en la oración personal; y en ni¡ caso no era un texto sino una fotografía que sale en las BIBLIAS grandes Latinoamericanas: la del feto.

Antes de venir al retiro, una hermana me había explicado la oración de fidelidad, y un mes y medio antes de venir al retiro comencé a hacerla. Durante este tiempo en mi oración perso­nal, fueron muchas las veces en que me salió esa fotografía, a tal punto, que pensé que mi Biblia era defectuosa; la revisaba por todas partes para encontrarle la falla; pero no encontré nada.

Sólo al regresar al retiro comprendí que éste era un signo del Señor para sanarme; pero no sabía lo que quería decirme el Señor. Acto seguido, en el retiro comienzan los testimonios y yo fui profundamente tocada por uno; Temblaba entera, estaba asustada, como paralizada por un terror visceral.

Cuando ter­minó la charla, fui inmediatamente a la oficina de la animadora e irrumpí en el interior cuando estaba en plena entrevista con otra persona; y le dije: "estoy temblando de miedo". Ella hizo salir a la otra persona, le mostré la fotografía. Ella me respon­dió: "estás en el vientre de tu madre. Vas a pedir al Señor la gracia de perdonar a tu madre toda agresión que hayas recibi­do en el seno materno".

Me hizo la oración de nueve meses y me dijo: "aprovecha todos estos días del retiro para que el Se­ñor ponga su perdón perfecto en tu corazón por ella. Anda a orar a la capilla y deja al Señor hacer su obra".

Comencé mí oración de perdón, pidiendo al Señor me toca­ra desde el momento de mí concepción; y sentí que mí mamá me había rechazado con violencia, que había querido que yo desapareciera; pero el Señor estaba presente con su ternura y la paz comenzó a invadirme.

Ese mismo día, iba bajando las escalas en dirección al come­dor a tomar té; y en el pasillo estaba su padre, su madre y una hermana. No lo podía creer y, sorprendida, les pregunté qué hacían allí. Mí hermana respondió en tono de broma: "fíjate que casi se nos muere esta señora; no sabemos qué le pasó. La íbamos a llevar al hospital a causa de vómitos que tenía.

Pen­samos que estaría intoxicada con unas jaibas que había comi­do al almuerzo, pero ella pedía: 'por favor, lléveme donde Noemí, tengo que verla'.

Salimos a caminar al parque para compartir con ella lo que me había ocurrido en la mañana y he aquí que mi madre me confía que cuando tenía un mes de embarazo, decidió abortarme porque no soportaba tanto vómito, que estaba des­esperada y tomó esta determinación. Mientras yo estaba en el retiro orando y perdonando, el

Señor estaba haciendo revivir a mi madre aquellos momentos de su embarazo, poniendo en su corazón un gran arrepentimiento y deseos de pedirme perdón.

La animadora estaba en el comedor tomando té y la inte­rrumpí para contarle esta nueva pieza que se sumaba a mi historia. Ella conversó en el pasillo con nosotros. En seguida, le pidió a que me pidiera perón y a mí, que la perdonara. Lloramos la una en brazos de la otra.

En el Testimonio de la madre de Noemí mes de enero, yo estaba en mi casa. Mi hija Noemí parti­cipaba en un retiro en Padre Hurtado, cuando empecé a sentir nauseas que luego se transformaron en vómitos horribles: ;eran tan desesperantes: que en un momento sentí que me arrancaban el cuero cabelludo y mi frente se electrificaba; fue en ese momento que Él Señor me hizo recordar que la causa de los vómitos había sido donde una matrona para que me provocara el aborto. Tenía 17 años y esperaba mi primer bebé.

La perso­na que hacía este tipo de trabajo me preguntó qué número de hijo era el que estaba esperando. Le respondí que era el prime­ro; me envió de vuelta a casa porque dijo que no hacía jamás abortos a madres primerizas. Al fin del embarazo mi hija no podía nacer y fue sacada con fórceps.

Al mostrarme el Señor esta verdad, rompí en llanto y pedí que me llevaran al lugar del retiro para pedir perdón al Señor y a mi hija por mis intenciones de querer impedirle la vida.

Una inyección

Doy gracias a la divina misericordia de Dios, que me ha dado la luz para comprender que la vida humana es hermosa, que sólo Dios es dueño de ella, y que su plan se cumple aunque nuestra oscuridad interior nos domine y la ignorancia nos encamine a la muerte.

Glorifico al Señor con mi testimonio y la historia de Javiera, mi segunda hija, la cual yo no deseaba que llegara al mun­do. Hacía cuatro meses que había nacido Minerva, cuando quedé esperando un segundo bebé. Inmediatamente pensé: se me van a juntar dos bebés, los pañales, los gastos, sin casa, etc. Pensé en el aborto y la hermana de mi esposo me acom­pañó y fui a colocarme una inyección. No resultó

Quise hacer un intento por segunda vez; Quería a toda costa perder este bebé. Pero la suegra de mi cuñada me hizo desistir. Me habló de Dios, que El me ayudaría, que a mi bebé no le falta­ría nada. El Señor se valió de ella para tocar mi conciencia hueca. Esperé a Javiera, que nació un tres de julio. Creció gorda, robusta, subía un kilo por mes.

En este camino del Señor, he ido entendiendo la fuerza negativa que tiene el egoísmo; obstina nuestro corazón con­duciéndolo a la crueldad que trastoca los valores de la vida y el amor. Xaviera tenía el estigma del rechazo. En la etapa de su adolescencia, comenzó a padecer de dolores en la pier­na derecha. Yo cubría todo con disculpas y le decía que era a causa del frío, que andaba desabrigada, etc. Pero no era así.

Salió de la enseñanza media y hacía más o menos tres años que le habían vuelto los

Dolores de la pierna; se quejó du­rante una semana y describió su dolor "como que le quebra­ran el hueso".

Una noche, me encontraba acostada, orando. Abrió la puerta y llorando me pidió que fuera a su pieza. Me dijo que no soportaba más los dolores de su pierna. Me acosté a su lado y le dije que iba a orar al Señor y a la Virgen para que la mejoraran, pues ellos la querían más que yo.

Cuando co­mencé a orar por la raíz del dolor, vino a mi mente el recuer­do de la inyección que me coloqué para abortar. Sentí una pena profunda, arrepentimiento; pedí perdón a Dios; luego mi corazón se inundó de ternura, y la acurruqué junto a mi pecho. Dios en Jesús y María, hacían una comunión de amor entre una madre y su hija desde el seno maternal.

Un domingo me encontraba enferma. JAVIERA entró a mi pieza y mientras se miraba en el espejo me dijo: "Mamá, ¿sabes una cosa? Desde esa vez que oraste, no me ha dolido más la pierna". Le conté lo del rechazo de tenerla. Creo que hice bien; era el momento

Fue pasando el tiempo, seguí orando por mi hija con fide­lidad. Una noche me llamó a su pieza, tenía mucho miedo y lloraba; sentí su miedo en mi piel. Javiera estaba viendo te­levisión y algunas escenas de violencia la habían impactado mucho.

Además creo que el fallecimiento de su abuelita en su misma pieza, se sumaba a los signos de muerte que se habían enraizado en ella desde el vientre materno. Empecé a hablarle de Dios: que Él es justo, que salva del peligro, Luego le pedimos un texto al Señor, y El nos regaló el Salmo 27:

DIOS Espíritu es mi luz y mi salvación,

¿A quién he de tener?

EL Espíritu Santo es el refugio de mi vida

¿Por quién he de temblar?

Javiera lo recitó y mientras lo hacía, lloraba. Yo daba gra­cias a Dios, porque hacía su obra en el corazón de ambas.

Al día siguiente, durante la Eucaristía, el Señor me reveló que mi hija, a través de la televisión vivió el momento en que fue agredida en la gestación. Así he ido comprendiendo muchas cosas de este maravilloso mundo nuevo que nos lla­ma a construir el Señor.

Gracias al Señor, JAVIERA se ha reconciliado con la vida, y yo con esta maternidad y con mi imagen de madre. JAVIERA va adquiriendo poco a poco más seguridad, a medida que Jesús le va curando las heridas de mi desamor al desear que no viniera a la vida. También el Señor ha trabajado la culpa­bilidad que había en mi corazón, conduciéndome a la paz y a la formación de una verdadera familia cristiana.

Testimonio de XAVIERA.

Escribo este testimonio a petición de mi mamá. Creo que de no habérmelo pedido ella, nunca se me hubiera ocurrido ha­cerlo; tal vez porque me da vergüenza o porque aún estoy lejos de andar en los caminos del Señor.

No recuerdo el mes, ni la hora en que ocurrió, sólo sé que fue un día sábado. Llegué a casa tarde, había estado en casa de mis vecinos del departamento del frente; y habíamos vis­to una película que me impactó por la violencia desplegada en ella.

El hecho es que me acosté y apagué la luz para dormir; pero no pude porque me empezó a invadir una angustia muy grande. Ese sentimiento poco a poco se transformó en miedo, un miedo irracional; fue tanto, que tuve que levantar­me a ir a despertar a mamá para que me acompañara. Ella se acostó conmigo y me brindó su protección y comenzó a orarme.

Luego de unos minutos, me dijo que abriera la Biblia y que leyera donde quedara abierta. Así lo hice y lo primero que vi. Fue el Salmo 27: "Dios Espíritu santo es mí luz y mi salvación". Comencé a leer en voz alta y a medida que leía, sentía deseos de llorar. A pesar de esos deseos de llorar, me hacía la dura, seguía leyendo aunque cada vez me era más difícil contener las lágrimas. Finalmente el llanto o el Señor pudo más que mi voluntad; el asunto es que me quebré cuando se dice en el Salmo:

No me ocultes tu rostro

No rechaces con cólera a tu siervo;

Tú eres mi auxilio

No me abandones, no me dejes

Dios de mi salvación.

Si mí padre y mi madre me abandonan

El Espíritu Santo me acogerá.

Estas palabras me tocaron, porque creo que siempre he te­nido miedo a la soledad, a no tener amigos, a perder a mis padres. Siento que algo muy profundo se armonizó en mí, que el Señor me habló y se ha manifestado muchas veces, aunque yo me haga la sorda. Creo que ese sábado en la no­che, Él quiso decirme que siempre está conmigo, que ÉL me dará su amor y su calor, que es eterno.

El terror de dar vida a un hijo enfermo

El Señor me mostró la falta de amor a la vida de MI hija Fernanda en su gestación: el médico me dijo que tendría un hijo enfermo, como consecuencia de una enfermedad que tuve el primer mes de embarazo. Mi primera reacción fue pedir el aborto; pero se me dijo que había un veinte por ciento de posibilidades de que naciera bien, así es que no aceptaron mi pedido. Desde ese momento, en mi interior, deseé perder a esa criatura; deseaba que muriera, pues me aterrorizaba te­ner un hijo con problemas. Vivió todo el embarazo angustiado y sé que mi hija recibió todo lo que yo viví. En una reunión de servicio de mi grupo, durante la oración, un hermano tuvo una palabra de conocimiento: "veo un feto que sufre mucho y es una niña".

-De inmediato supe que era mi hija; me puse a llorar con mucho dolor y a contar todo a mis hermanos de grupo y cuando terminé de hacerlo, empecé a sentir algo muy extraño desde mi cintura para abajo, y estando sentada, em­pecé a darme cuenta que estaba reviviendo el parto, con las contracciones y todo.

Cuando terminó todo esto, quedé tan agotada que me acostaron en una banca, mientras ellos oraban por mí al lado. Ahí sentí a mí hija en mis brazos, como si recién la hubiera tenido. Esto sucedió seis meses después que Fernanda hiciera una tentativa de suicidio.

Quinina

Desde muy pequeña, me contaron que mi madre no quería que yo naciera. Mis tías cariñosamente me decían que me había aferrado al seno materno y había determinado vivir a pesar de la quinina que mi madre había tomado para evitar­lo. Este hecho formaba parte de mi vida y jamás le di importancia.

La primera vez que asistimos con mi esposo a una convi­vencia, organizada por la Renovación Carismática, hubo ora­ción de sanación. Cuando empezaron a orar por los hijos re­chazados en el vientre materno, un llanto incontrolable em­pezó a brotar en mis ojos. Tomé conciencia en ese momento de que esa realidad había dejado en mí una profunda herida que el Señor quería sanar.

Esa sanación comenzó en el pri­mer retiro; sentí la necesidad de una oración personal muy fuerte. Después de ese retiro me recluí un mes, abandonán­dome a la gracia sanadora de Jesús. En un momento deter­minado, sentí que mi rostro se encogía, a la vez que mi boca abierta, dejaba en libertad mi lengua que se movía espasmódicamente, como un bebé recién nacido, cuando el llanto pareciera dejarlo sin respiración.

Al mismo tiempo un gemido sordo salía de mis entrañas, un gemido angustioso y liberador. Poco a poco el Señor me fue mostrando cómo esta herida recibida durante Mi gestación, más la falta de ternura y de caricias en su niñez, me llevaron a tener una relación de celos, de posesividad y de dependencia con mi madre. Mi niñez estuvo marcada por la timidez, la incapacidad para ex­presarme libremente y por el miedo vísceral.

El amor transformador del Señor ha hecho de mí un nue­vo ser, con la libertad y la dignidad de hija de Dios.

Búsqueda de un aborto "natural"

Soy la segunda hija mujer de un matrimonio con cuatro hi­jas. Cuando se hablaba sobre la sanación desde el seno ma­terno, todo me parecía una locura, aun cuando había escu­chado varios testimonios de sanación, me sonaban a inven­tos. Sabía intelectualmente, por varios estudios de postgrado en psicología, la importancia de la vida intrauterina, la can­tidad de traumas que existen y cuya raíz está en esa época; pero no me podía convencer, quizás no creía en el gran po­der sanador del Señor y en que tiene la llave de nuestra his­toria.

Fui invitada a un retiro de sanación. El Señor me hizo vi­vir, sentir y ver mí vida en el seno de mi madre. Fue una experiencia vivida como en tres dimensiones. Estaba en el interior de ella, pero a la vez, lo estaba como viendo desde el exterior y desde lo alto, tanto que podía ver más allá como paisajes, que se los describí a mi madre y ella se sorprendió de la exactitud de mi descripción.

También pude sentir lo que mi madre sentía en ese momento. Soy la segunda hija, pero antes de mí, mi madre tuvo un aborto espontáneo de su único hijo varón a los siete meses de embarazo. El médi­co que la atendía le hizo retener el feto, que ya estaba muerto hacía 25 días, lo que le produjo una gran infección. Cuan­do mi madre supo que estaba esperando, sintió un rechazo tan grande, en forma natural, por lo que hacía grandes esfuerzos y llevaba a cabo tareas superiores a sus fuerzas;

Cuando vivió esa situación sentía a la altura del abdomen una presión enorme. Nací con una hernia umbilical, la que fue muy complicada; me hizo tener una niñez muy solitaria, pues pasaba largas temporadas en cama, con una salud muy precaria.

Al ver esta situación, el Señor me mostró que mi madre lo único que quería era salvar su vida, y no-hacer que mi hermana mayor viviera una situación igual a la de ella, que había quedado huérfana muy pequeña y fue criada por un par de tías solteronas y sentía que lo que yo estaba viviendo en ese instante no era nada con lo que a ella le había tocado sentí una gran compasión por ella. Cuando compartí esto con la animadora, me recomendó acercarme al Santísimo y hacer una oración de perdón a mi madre; fue un proceso largo y continuo, hasta que un día le pregunté al Señor por qué tenía tanto rechazo al sexo, porque jamás durante mi matrimonio había experimentado la libertad de vivir mi sexualidad.

El Señor me llevó al momento de mi procreación, sintiendo la sensación de asco que mi madre sentía y también de temor. Cada acto sexual era para ella origen de temor a un nuevo embarazo, y de repulsión, pues había sido educada por sus tías, quienes le habían inculcado que el sexo es algo asqueroso, lo que me transmitió a mí.

Asistí a otro retiro de sanación y cuando se hizo la oración cronológica desde cero a diez años, casi en forma inmediata sentí que estaba en el vientre de mi madre sintiéndome muy cómoda y muy contenta, con una relación muy rica entre las dos; sentía que mi madre estaba muy contenta conmigo y que me tenía un gran amor. Mientras se hacía la oración, le preguntaba al Señor qué pasaba, pues sabía que no había sido así. Luego, cuando se terminó la oración, conté esta situación y se me dijo que era un período ya reconciliado por el Señor. Pero al llegar al séptimo mes de embarazo se me quedó dormida, despertando al octavo mes.

Sabía que era algo que yo no quería ver, así que me fui a la capilla a preguntarle al Señor qué pasaba y si era duro de ver que me diera la gracia para aceptarlo. Volví a sentir la sensación de estar en el interior de mi madre, volví a sentir esa sensación tridimensional y en esa situación el Señor me mostró un gran accidente que hubo en la mina donde trabajaba mi padre.

A consecuencia de unas emanaciones de gas grisú, sé asfixia­ron varios mineros, algunos bastante jóvenes. El camión que llevaba a los accidentados, se detuvo al frente de la casa; mi madre hizo una gran olla con leche y se la dio a los que aún estaban con vida.

En ese instante, sentí en mi interior una gran rabia con ella, pues se las estaba dando de heroína, en circunstancias en que lo único que quería era mi muerte. Salvaba a los extraños, y yo, que era parte de ella misma, era maltratada. En ese instante comprendí mi gran deseo de mo­rirme, y desde muy chica quería morirme de leucemia o quedar inválida en una silla de ruedas. Quería ver sufrir a mi madre por mí, que se sacrificara por mí. No quería morir de algo rápido sino que fuese una larga agonía.

Siento ahora que mi niñez con tantas enfermedades no son nada más que el gran deseo de ser amada por mis pa­dres, que se ocuparan sólo de mí. Entiendo ahora la gran necesidad de amor que tenemos los seres humanos, que ha­cemos muchas cosas para hacemos amar, incluso construir enfermedades; sin embargo, el único capaz de llenar nues­tra necesidad de amor es el Señor.

Estas hermosas páginas son del + Agradecido.

Para las lolas de los encuentros

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