Los términos en que Juan Pablo I y los teólogos y obispos plantean la nueva evangelización suponen, a mi parecer, mucho más que el simple modelar a Cristo.
Es cierto que el modelaje, tal como demostró Albert Bandura en la década de los 7Oy, posteriormente los funda dores de Programación NEURO-Lingüística, nos hace aprender las conductas, capacidades, creencias y valores de nuestros semejantes. Y si el modelo imitado es el Señor, entonces aprenderemos los rasgos del “hombre perfecto”, que es Jesucristo.
Sin embargo, las promesas de Dios Padre en el Nuevo Testamento apuntan hacia una compenetración e identificación con Cristo mucho más profundas. “A los que de antemano conoció, a éstos los predestinó a ser conformes a la imagen de su Hijo, para que sea El el primogénito entre muchos hermanos”, nos dice san Pablo (Rom 8,29).
Y el mismo Apóstol es testigo de que se puede ir muy le jos en esa perspectiva de ser “conformes a la imagen de Cristo”. Entonces declara, “ya no vivo yo, sino que Cristo vi ve en mi” (Gal 2,22).
Los místicos, posteriores a san Pablo y san Juan Evangelista, también dan testimonio, desde su experiencia, de que es posible llegar, ya en esta tierra, a una unión perfecta con Cristo.
Unión con Cristo
Supongo que, como vengo insistiendo, la nueva evangelización reclama hombres que encarnen la imagen del Señor Jesús. Si ha de cambiar la faz de nuestro mundo y de imprimir rasgos cristianos a la cultura de la solidaridad,
entonces requiere creyentes profundamente unidos con Cristo. De no ser así, nos limitaremos a dar un matiz teórica mente cristiano a la sociedad y cultura de nuestro tiempo. Y en realidad, la Iglesia contemporánea anhela ir más lejos.
Creo que esta necesidad de penetrar en el corazón de los hombres y de los procesos históricos, culturales, sociales y económicos de nuestra época dan actualidad al viejo hecho de la unión total con el Señor. De nueva cuenta tomamos entre manos la posibilidad de ser uno con Cristo. Entonces cobra fuerza la esperanza de convertir la nueva evangelización en una realidad.
En las páginas siguientes voy a describir este ideal de unión perfecta con Jesucristo. Es como si delineara, dentro del S.C.O.R.E., el más alto Objetivo de la vida cristiana.
La transformación en Cristo
En espiritualidad se emplean diversos títulos para referirse a esta identificación plena con el Señor: “matrimonio espiritual”, “encarnación mística”, “unión perfecta”, etc.
La verdad es que estas expresiones, con matices diferentes, aluden a la misma realidad: una transformación en Cristo que nos haga sostener, igual que san Pablo, que Cristo vive en nosotros. Así como el que, sin perder su
Propia identidad, la amplía y la expande en la participación de la infinita hermosura y perfección de Dios.
Cuando san Juan de la Cruz describe el “matrimonio espiritual”, lo hace en términos tales, que parece imposible ir más lejos en la unión con el Señor. Escribe el Santo:
“Es una transformación total en el Amado, en que se entregan ambas las partes por total posesión de la una a la otra, con cierta consumación de un de amor, en que está el alma hecha divina y Dios por participación, cuanto se puede en esta vida”
Está claro que el factor transformante es el amor. Del cual brota la entrega mutua y total. Al grado que, gracias al amor, se poseen uno y otro en plenitud. Entonces la persona es elevada al nivel espiritual con tal fuerza, que queda
“hecha divina y Dios por participación, cuanto se puede en esta vida”.
Cuánto amor nos tiene Dios Padre y su Hijo, que son capaces de darnos su propio Amor, el Espíritu Santo. Y así, con el poder del Amor personificado en el Espíritu, somos introducidos al máximo de nuestras posibilidades en el nivel espiritual.
De acuerdo a las observaciones de Gregory Bateson, se comprueba que el nivel superior —como he insistido— organiza los niveles que son inferiores, sin que deje de existir una constante interdependencia entre todos ellos. Por ejemplo, en el orden de los vivientes, considero obvio que el nivel de la mente humana se halla por encima de la mente de los animales y de las plantas.
La biotecnología contemporánea, en efecto, está introduciendo modificaciones genéticas en los animales y en las plantas. Lo cual, sin embargo, no excluye la constante interrelación que existe entre las diferentes clases de vivientes...
A lo que quiero llegar es al hecho de que la transforma ción espiritual en Cristo, mediante el amor, trae para el hombre cambios en sus niveles subsiguientes: identidad, valores, creencias, capacidades, conductas y ambiente en que actúa.
Como dije antes, sin perder la propia identidad, el que se transforma en Cristo, se siente Cristo por la unidad perfecta que vive con El, a través del amor. “Y tal manera de semejanza hace el amor en la transformación de los amantes, que se puede decir que cada uno es el otro y que entrambos son uno”
En esta expansión de la identidad, gracias a la unión de amor con Jesucristo, el creyente experimenta su unidad con el cosmos. Incluso se siente participe de su anchurosa grandeza, sin perder el punto de equilibrio, que es su centro personal.
“En lo cual parece al alma que todo e/universo es un mar de
amor en que ella está engolfada, no echando de ver término
Es tan real la dicha ampliación de la identidad en la transformación de la persona humana en Cristo, que se siente poseedor de todo cuanto existe en esta tierra, en el cosmos y en el más allá. Por ello puede cantar:
“Míos son los cielos y mía es la tierra.
Mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores.
Los ángeles son míos y la Madre de Dios es mía y todas las cosas son mías.
Y el mismo Dios es mío, porque Cristo es mío y todo para mí”
Supongo que para ti, como lector, queda claro que hay una radical modificación de la identidad, en la persona que se transforma en Jesucristo. Imaginemos ahora un apóstol de la nueva evangelización que pudiese hacer suyas estas palabras de san Juan de la Cruz...
Considero que estaría realmente en condiciones de trabajar con pasión y entusiasmo en la construcción de la civilización del amor, en la transformación de nuestro mundo, en la penetración cristiana en la cultura de la solidaridad, etc.
Desde mi punto de vista, esa canción del alma enamora da de Cristo, representa el proyecto del que quiere ser evangelizador en esta nueva época de la cultura y de la historia de los hombres.
Alguien que se siente poseedor de todo en Jesucristo, una vez que ha experimentado el universo entero como un mar de amor, ciertamente vive amor y aprecio y respeto para todo hombre, para toda forma de vida, para el cosmos en su totalidad.
Entendemos así que los valores y creencias de la persona se han modificado
sidnui coiiio lo más valioso a las personas, sean las Divinas qun l; mituanas. No hay valores que se les comparen.
De tal perspectiva, el hombre es valorado en grado tan elevado, que san Juan de la Cruz declara: “un solo pensamiento del hombre vale más que todo el mundo; por tan to, sólo Dios es digno de El”
Creo que difícilmente podremos encontrar en la historia de la humanidad una valoración del hombre que se asemeje a ésta. Se nos dice que tú, Igual que cualquier otro ser humano, eres tan grande y valioso, que sólo Dios alcanza la al tura de tu valor y dignidad.
Debajo de esta valoración estupenda, subyacen creencias muy positivas acerca de los humanos. Básicamente el hombre transformado en el Señor Jesús estima tanto a sus semejantes, que descubre en ellos su vocación a un crecimiento semejante al que él mismo ha logrado en la unión con Jesucristo. Reconocerá que tiene “el alma capacidad infinita”
Ante un mundo tormentoso, violento, lleno de injusticias, de hambre, pobreza, enfermedad y dolor, que parece haber optado por la muerte, el evangelizador requiere creencias optimistas, entusiastas y llenas de confianza en el hombre y de esperanza en Dios. De otra suerte, puede caer en el contagio de la desesperanza y del fatalismo tan f re cuente en muchos que se llaman cristianos.
Quien se ha transformado en Cristo, impulsado por su optimismo ilimitado, reconoce también en sí mismo su “capacidad infinita”. En consecuencia, advierte que puede hacer mucho más que lo que acepta la mayoría de los mortales.
Por ejemplo, cabe en este tipo de cristianos que “con mucha facilidad naturalmente pueden conocer —y unos más que otros— lo que hay en el corazón o espíritu interior, y las inclinaciones y talentos de las personas; y esto por indicios exteriores, aunque sean muy pequeños, como por palabras, movimientos y otras muestras”
Además se reconocen capaces de impulsar a otros hacia el cambio y de emprender obras extraordinarias, corno ni fin donde se acaba ese amor, sintiendo en sí, como harbemos dicho, el vivo punto y centro del amor”
fundar un movimiento de servicio a os pobres y enfermos, de provocar una renovación espiritual en a Iglesia, de dar forma a los objetivos correspondientes a la nueva evangelización, etc.
“Para esto es la oración, hijas mías —escribe santa Teresa— de esto sirve el matrimonio espiritual, de que nazcan siempre obras, obras”
Sí, cuando la oración contemplativa es auténtica, acaba afectando las conductas con que el evangelizador transforma el ambiente en que vive y trabaja. Imagino que un ejemplo palpable es la Madre Teresa de Calcuta. Supongo que realiza tan atrevidamente el amor a los pobres y necesitados de cualquier religión, porque se ha transformado en Jesucristo. Sólo así me explico que, en años recientes, anduviera concretando el proyecto de llevar amor y cuidados a los pobres de China continental, donde los cristianos son repudiados y perseguidos por el régimen comunista...
Para quienes están familiarizados con Programación Neuro-Lingüística resulta normal que un cambio profundo en el nivel espiritual termina en obras que hacen diferente el mundo social y natural del creyente en cuestión.
Transformación en la hermosura de Cristo
La nueva evangelización no puede ni quiere olvidar el ambiente natural en que se desarrolla la vida. Sir el equilibrio en la naturaleza se vuelve imposible la vida. En concreto, destruimos la habitación que Dios, con trabajo de millones de años, edificó para nosotros.
En este sentido cobra palpitante actualidad la sensibilidad de los místicos y de los santos frente a la naturaleza y la belleza de la misma. San Francisco es un ejemplo en este punto. Cantó lo bello de las criaturas, porque encontró en ese valor un reflejo vivo del ser divino.
También san Juan de la Cruz, es un testigo extraordinario de que lo hermoso del mundo nos sensibiliza para abrir nos a la hermosura de Dios. Incluso especifica que el mis mo Cristo es el instrumento y modelo que Dios emplea para embellecer la creación.
S. Teresa de Jesús, 7 Moradas del castillo interior 4,6.
“Es, pues, de saber que con sola esta figura de su Hijo miró Dios todas las cosas, que fue darles el ser natural, comunicándoles muchas gracias y dones naturales, haciétidolas acabadas y perfectas... Y no solamente les comunicó el ser y gracias naturales.., mas también con sola esta figura de su Hijo las dejó vestidas de hermosura, comunicándoles el ser sobrenatural; lo cual fue cuando se hizo hombre, ensalzándole en hermosura de Dios, y, por consiguiente, a todas as criaturas en El, por haberse unido con la naturaleza de todas ellas en el hombre... Y así, en este levantamiento de la Encarnación de su Hijo y de la gloria de su resurrección según la carne, no solamente hermoseó el Padre las criaturas en parte, mas podemos decir que del todo las dejó vestidas de hermosura y dignidad”
Uno de los rasgos de lo bello consiste en la armonía. La cual es patente en la creación entera. Tanto el macro como el microcosmos se revelan hermosos en razón de la armonía en la diversidad y diferencia de sus partes. En este sentido la belleza de la creación aparece como prototipo de la solidaridad en el pluralismo que la nueva evangelización quiere impulsar en nuestro tiempo. Por ello un ballet o una obra de arte son como un modelo de lo que debiera ser nuestra sociedad.
Quien de veras se une con Cristo y se transforma en El, suele llevar una vida artística, en cuanto que sus movirnientos, sus palabras, sus obras y su figura personal resultan estéticos o hermosos.
De hecho, a través de la oración contemplativa y de la unión con Cristo, el ser humano se farníliariza con la hermosura de Dios. Descubre que “toda la hermosura de las criaturas, comparada con la infinita hermosura de Dios, es suma fealdad...” Por lo que recomienda que ante a belle za de una mujer o de algún objeto, busquemos “enderezar el corazón a Dios en gozo y alegría de que Dios es en Sí todas estas hermosuras y gracias eminentísimamente”ll.
A tal grado se puede complacer el creyente en la hermosura de Dios, y tanto se puede enamorar de El, que le viene
la gana de morir, para no sólo gustar de tan infinita belleza, sino incluso transformarse en ella, por medio de Jesucristo. Entonces suplica al Señor Jesús: “hagamos de manera que, por medio de este ejercicio de amor ya dicho,
lleguemos hasta vernos en tu hermosura en la vida eterna. Esto es, que de tal manera esté yo transformada en tu hermosura, que siendo semejante en hermosura, nos veamos entrambos en tu hermosura, teniendo ya tu misma hermosura... “12
Como anticipo de esta transformación eterna en la hermosura de Cristo, el que se une perfectamente con El por el amor, logra en esta tierra ser embellecido por la gracia y el amor del Señor.
Entonces la persona vive de hecho los efectos de la en carnación y resurrección de Jesucristo. Y al traslucir mejor la hermosura que recibe de Dios, se hace más digna de su amor y de su gozo. “Porque con esta gracia ella está delante de Dios engrandecida, honrada y hermoseada, por eso es amada de El inefablemente”
Para que el evangelizador logre ser una encarnación vi va de las buenas noticias que anuncia, necesita un largo proceso de purificación y transformación en los niveles de identidad y de relación espiritual con Cristo, cuya imagen reproducirá cuando alcance las alturas apenas descritas.
En ese proceso hay dos etapas. La primera depende de la iniciativa y esfuerzos de la persona, que es ayudada por la gracia y el Espíritu de Cristo. La segunda, sin eliminar del todo la colaboración del ser humano, es obra delicada y amorosa del Espíritu Santo. A continuación describiré algunos rasgos de esta última etapa que antecede al matrimonio espiritual.
Noche oscura del espíritu
Dice san Juan de la Cruz del espíritu del hombre, “que es la porción superior del alma que tiene respeto y comunicación con Dios’ Por tanto, la noche oscura del espíritu se refiere a ese nivel más elevado del ser humano.
La reestructuración precisamente de esa “porción superior del alma” precede a la unión transformante con Cristo. Y es un proceso por el que el Espíritu Santo le da forma a nuestro espíritu lo más semejante posible a la imagen del Señor. Implica arrancar hasta las últimas raíces de nuestra posible inclinación al mal.
En realidad se trata de una obra tan profunda en el vértice del alma (identidad), que tiene sabor a muerte. Hace morir al hombre viejo, pecador y egoísta.
Son diferentes las, circunstancias y matices de esta experiencia mortal. Tal vez el denominador común, como será de suponer, consiste en la relación con Dios. Aunque esta noche del espíritu coincida con momentos difíciles de la vi da, como enfermedad, persecución, pérdida de un ser querido, etc., lo realmente decisivo es la vivencia del abandono por parte de Dios o de la impotencia o indignidad para relacionarse con El.
A través de la oración y de una vida entregada a la evangelización y a la reproducción de la imagen de Cristo, el hombre había hecho de Cristo el valor supremo. Todo lo había dado por El. Había quemado sus naves con tal de
ganar a Cristo. Y ahora resulta que tanto El como Dios Padre se muestran con la entera perfección y hermosura de su ser, haciendo que el orante experimente lo inmenso de su miseria y pecado en el contraste infinito entre él y Dios...
“El alma se siente estar deshaciendo y derritiendo en la haz y vista de sus miserias con muerte de espíritu cruel; así como si, tragada de una bestia, en su vientre tenebroso se sintiese estar digiriéndose, padeciendo estas angustias co mo Jonás en el vientre de aquella marina bestia”
En otras personas sucede que experimentan el abandono por parte de Dios e, incluso, de sus amigos. Pero es ob vio que lo más doloroso proviene de a ausencia aparente de Dios. “Sombra de muerte y gemidos de muerte y dolores de infierno siente el alma muy a lo vivo, que consiste en sentirse sin Dios, y castigada y arrojada e indigna de El, y que está enojado; que todo se siente aquí, y más, que le pa rece que ya es para siempre”
En estas circunstancias podemos imaginar que el extremo sufrimiento pone a la persona al borde de la muerte física. “Y si El no ordenase que estos sentimientos, cuando se avivan en el alma, se adormeciesen presto, moriría muy en breves días”
Podríamos preguntarnos si este proceso mortal, que acaba con el hombre viejo, es una participación directa en la muerte del Señor.
La respuesta surge espontánea en forma negativa. El Señor Jesús no tenía necesidad como nosotros de ser purificado del pecado, del egoísmo, de los hábitos o actitudes de imperfección. Por tanto, aunque el Santo sostenga,
refiriéndose a la persona que vive la noche oscura del espíritu, “en este sepulcro de oscura muerte la conviene estar para la espiritual resurrección que espera” sólo está emplean do una metáfora.
Tal vez por estar consciente de esto, no menciona san Juan de la Cruz a Nuestro Señor Jesucristo cuando habla de esta noche oscura. Como si quisiera dejar claro que se trata en el hombre de un camino diferente, aunque quizás paralelo al de la pasión, muerte y resurrección del Señor.
Lo que parece seguro es que, por el proceso de transformación espiritual, el cristiano vive a fondo su participación bautismal en la muerte y resurrección del Señor, aunque el contenido sea diferente en uno y otro. Me explico. Cristo muere por amor en beneficio de la humanidad y para expiar nuestros pecados y liberarnos de sus efectos personales, sociales, culturales e históricos.
En razón del misterio pascual de Cristo, podemos soñar hoy día en la aventura de la nueva evangelización. Y para poder convertirnos en auténticos evangelizadores, nosotros necesitamos morir al pecado y al egoísmo, mediante la noche oscura, de forma que reproduzcamos la imagen del Señor.
Hay similitudes, pues, en ambos procesos. Pero también hay grandes diferencias. Sea como sea, el Espíritu Santo se vale de su poder y de su ternura, como amor del Padre y de Cristo, para transformarnos en el Señor durante la oscuridad e inconsciencia de la noche del espíritu. Con lo cual forma en nosotros el hombre nuevo que la nueva evangelización quiere realizar en cada ser humano.
Esto significa que así como María concibió a Cristo en su seno por obra del Espíritu Santo, nosotros también lo ha remos vivir en el corazón de las personas y de la cultura bajo la acción del Espíritu. E igual que el Espíritu acompañó al Señor Jesús durante su desarrollo y predicación, como si El fuera configurando al Mesías, también a nosotros nos guía el mismo Espíritu, conservando la unidad de la Iglesia en la diversidad de sus carismas y ministerios.
Ya en forma individual, por medio de la noche oscura, el Espíritu lleva a cumplimiento en nosotros el germen del bautismo. Y como vengo insistiendo, hace con su amor que muera el hombre viejo y nos hace resucitar, a semejanza de Jesucristo, como un hombre nuevo.
Esto es tan real, que san Juan de la Cruz describe los cambios observables que suceden en la estructura personal de quienes se han hecho merecedores del abrazo amo roso de Dios que llamamos noche oscura.
“Por que el entendimiento, que antes de esta unión entendía naturalmente con la fuerza y vigor de su lumbre natural por la vía de los sentidos naturales, es ya movido e in formado de otro más alto principio de lumbre sobrenatural de Dios, dejados aparte los sentidos; y así se ha trocado en divino, porque por la unión su entendimiento y el de Dios todo es uno. Y la voluntad, que antes amaba baja y muerta- mente sólo con su afecto natural, ahora ya se ha trocado en vida de amor divino, porque ama altamente con afecto divino, movida con la fuerza del Espíritu Santo, en que ya vive vi da de amor; porque por medio de esta unión la voluntad de él y la de ella ya sólo es una voluntad. Y la memoria, que de suyo sólo percibía las figuras y fantasmas de las criaturas, es trocada por medio de esta unión a tener en la mente los años eternos que dice David (Ps. 76,6). El apetito natural, que sólo tenía habilidad y fuerza para gustar el sabor de criatura, que obra muerte, ahora está trocado en gusto y
sabor divino, movido y satisfecho ya por otro principio donde está más a lo vivo, que es el deleite de Dios, y, porque está
Con este texto vuelvo otra vez a lo que fue el comienzo del presente capítulo: la unión con Cristo, Sólo quiero enfatizar que la noche oscura no es puro sufrimiento. Una vez que la llama de amor, que es el Espíritu Santo, nos haya
Penetrado, purificado, liberado y transformado en el Señor, nos deja en verdad como la nueva humanidad de que habla san Pablo y que la nueva evangelización quiere dar a luz en esta época.
Ilustrados por el texto apenas citado, comprobamos que el sueño actual de la Iglesia no es una utopía imposible. Al contrario, Dios Padre, una vez que nos ha dado a su Hijo Jesucristo, desea con todo su amor infinito que todos los hombres nos veamos transformados en su Hijo, encarnando al hombre nuevo. Así, como células de un gran cuerpo, cada persona configurada con Cristo dará vida a la nueva humanidad que el final del segundo milenio reclama,
Noche oscura del sentido
Antes de ser merecedores de la noche oscura del espíritu necesitamos merecer la primera noche, que se refiere a la parte más exterior de nuestro ser: la sensibilidad. Caben en ésta las sensaciones de los cinco sentidos (ver, oír, oler, gustar y sentir), así como los sentimientos (amor, alegría, paz, esperanza, odio, tristeza, ansiedad, desesperación, etc.) y los impulsos o necesidades (hambre, sed, des canso, movimiento, sexualidad, estima, trabajo, servicio, etc.),
San Juan de la Cruz, igual que varios modelos actuales de personalidad, concibe al hombre como una unidad bipolar. Imaginemos la tierra, es una sola, pero con dos polos.
19 S. Juan de la Cruz, Llama de amor viva 2,34.
Nosotros tenemos la polaridad superior o espíritu, y la polaridad inferior o sensibilidad.
Normalmente el Espíritu Santo nos va liberando y transformando en forma progresiva. Empieza por lo más superficial, para acabar, como hemos visto, en lo más íntimo y pro fundo de nuestro centro personal. “Y así va Dios
perfeccionando al hombre al modo del hombre, por lo más bajo y exterior, hasta lo más alto e interior”
La noche del sentido supone un acercamiento inicial, aunque muy especial, del Espíritu de Cristo a la persona. Es como si el sol se introdujera de pronto en la habitación en que dormimos. Nos dejaría deslumbrados y a oscuras. A fuerza de tanta luz, nos sentiríamos sumidos en una densa y oscura noche. A este fenómeno se le conoce en la Iglesia con el nombre de contemplación, cuando el sol que nos inunda con su claridad y su calor es Dios mismo.
“La contemplación no es otra cosa que infusión secreta, pacífica y amorosa de Dios, que, si la dan lugar, inflama al alma en espíritu de amor”
Pero esta infusión de Dios, con su luz para el entendimiento y su calor para la sensibilidad y la voluntad, pone en crisis las conductas, capacidades, creencias y valores de la persona.
La penetración contemplativa de Dios, en esta fase de la noche, parece ir directamente al área de nuestras capacidades. Por ejemplo, deshace la fundamental capacidad de experimentar gusto o placer en las cosas que hacemos, sea en las referentes a nuestras necesidades o inclinaciones naturales, que en las relativas a la evangelización, la liturgia, la oración y cuando se relaciona con Dios.
Carentes de placer o gusto en lo que emprendemos natural y espiritualmente, nos vemos orillados a crecer como personas. Quiero decir que, si decidimos “dar lugar” a la contemplación, no nos quedará otro remedio que usar la li bertad. A fuerza de decisión libre seguiremos evangelizan do, orando, amando a Dios y al prójimo, promoviendo una vida mejor para los demás y para nosotros mismos.unido con él, ya no es otro que apetito de Dios. Y, finalmente, todos los movimientos y operaciones e inclinaciones que antes el alma tenía del principio y fuerza de su vida natural, ya en esta unión son trocados en movimientos divinos, muertos a su operación e inclinación, y vivos a Dios, porque el alma, como ya verdadera hija de Dios, en todo es movida por el Espíritu de Dios, como enseña san Pablo”
Se comprende entonces que la contemplación es libera dora. Nos libera del pesado yugo de hacer sólo aquello que nos reporta placer.
A nivel intelectual también nos ibera. De pronto nos sentimos incapaces de reflexionar a cerca de Dios. Sea en la oración que fuera de ella, nos parece imposible sostener un diálogo mental acerca del Señor. Ni siquiera la misma Palabra de Dios en la Escritura logra nutrir nuestras meditaciones espirituales. Como si el pensamiento se hubiera se cado. No podemos pensar acerca de Dios como antes solíamos.
Es como una noche para el pensamiento. Pierde la claridad de sus consideraciones y deducciones. Y por este camino se abre a la oscuridad de lo incomprensible, de lo infinito e inefable.
Por ejemplo, los astrónomos contemporáneos nos enseñan que en nuestra galaxia hay miles de miles de millones de estrellas. Y con parecida cantidad de astros, existen en el universo cientos de miles de millones de galaxias. Llegamos a cantidades que superan nuestra imaginación y la habilidad ordinaria de hacer números. Nos adentramos en la esfera de lo incontable. Y sólo al desplazarnos mental mente en esa esfera podemos hacer física y astronomía.
Si el cosmos, cuyos límites si son conocidos para nosotros, a! menos hasta cierto punto, reclama una ampliación de la conciencia y de nuestro pensamiento, con mayor razón la exige Dios, cuya grandeza e infinitud des- borda sin comparación lo infinito del universo.
Comprendemos ahora lo benéfico de la contemplación en nuestra capacidad mental. Con el hecho de la presencia y cercanía especiales de Dios, se descubre incapaz de comprenderlo o entenderlo en sus habilidades ordinarias. Y simultáneamente nuestra mente se percata de que hay una forma más elevada de conocer. Se la suele denominar fe.
En efecto, la fe no es contraria a la razón. Simplemente está encima de ella. Ensancha nuestra capacidad de cono cimiento, dándole apertura infinita. “Porque es tanta la semejanza que hay entre ella y Dios, que no hay otra diferencia sino ser visto Dios o creído. Porque, así como Dios es infinito, así ella nos le propone infinito...”
También la capacidad volitiva, en cuanto que pierde el apoyo del gusto, crece y se fortalece. No tiene otro motivo que la decisión personal de seguir amando a Dios y al prójimo. A fuerza de voluntad elige lo que agrada a Dios y lo que es benéfico para el prójimo, aunque no siente placer ni gusto al obrar de esa suerte.
Considero obvia la similitud entre este modo de actuar y el de Jesucristo. El se rehusaba a padecer los tormentos de la pasión y la muerte de cruz. Sin embargo, reconfortado por su Padre a través de la oración, tras haber suplicado:
“Padre, si es posible que pase de mí este cáliz”, añade con amor a Dios y a los hombres, “pero no se haga como quiero yo, sino como quieres tú”. Sin gusto alguno 0pta, a fuerza de voluntad, por el amor.
Desde esta perspectiva, la contemplación que represen ta una etapa avanzada del proceso de la oración, me parece un objetivo apetecible para quienes queremos embarcar nos en a empresa de promover la nueva evangelización a la humanidad de nuestro tiempo.
Sé muy bien que la contemplación es un regalo gratuito por parte de Dios. Al mismo tiempo reconozco que a no stros nos corresponde disponemos para que el Padre nos conceda esa gracia. Y no olvido lo que santa Teresa nos di ce en uno de sus textos, que yo reproduje en el capítulo 2.
Ella nos recuerda que la oración de recogimiento, que es una forma de orar contemplativamente, “trae consigo mil bienes”, Luego añade, “viene con más brevedad a enseñarla su divino Maestro y a dar la oración de quietud que de ninguna otra manera”.
Lo que aquí llama oración de quietud corresponde a un grado avanzado de contemplación. Así que el orar con templativamente nos prepara a recibir a Jesucristo, el divino Maestro. El cual ha de regalarnos, con mayor brevedad, la gracia de la contemplación.
La noche activa
Lo que hemos considerado de la noche oscura, tanto del espíritu como del sentido, corresponde a la etapa que san Juan de la Cruz llama “pasiva”. En ella nuestra aportación consiste en recibir pasivamente la auto donación
Ahora, antes de concluir este último capítulo, me toca señalar algunos elementos de la noche activa del sentido y del espíritu. Corre por nuestra cuenta, como insinué antes, el hacer todo lo que quepa en nuestras posibilidades para asemejamos a Cristo orante y evangelizador.
En la línea de la noche activa del sentido, el Místico es pañol tiene una propuesta muy clara: por amor a Jesucristo y por imitarlo, hay que liberarnos de cualquier apego en la esfera de las necesidades, y de cualquier gusto en el ámbito de las emociones que no digan referencia directa a Dios. Escribe el Santo carmelita:
“Cualquiera gusto que se le ofreciere a los sentidos, como no sea puramente para gloria y honra de Dios, renúncielo y quédese vacio de él por amor de Jesucristo, el cual en esta vida no tuvo otro gusto, ni le quiso, que hacer la voluntad de su Padre, lo cual llamaba él su comida y manjar (Jn 4,34).
Pongo ejemplo. Si se le ofreciere gusto de oír cosas que no importen para servicio y honra de Dios, no las quiera gustar ni las quiera oír. Y si le diere gusto mirar cosas que no le ayudan a amar más a Dios, ni quiera el gusto ni mirar las ta les cosas. Y si en el hablar u otra cualquier cosa se le ofreciere, haga lo mismo, y en todos los sentidos, ni más ni me nos, en cuanto lo pudiere excusar buenamente; porque, si no pudiere, basta que no quiera gustar de ello, aunque estas cosas pasen por él”
Aquí hay un matiz muy importante. Es cierto que necesitamos cargar con Cristo la cruz. Incluso en la renuncia a los gustos que, de suyo no son pecaminosos. Sin embargo, precisamente porque el Santo se está refiriendo a cosas buenas, adopta una postura sino flexible y blanda. Por lo que nos advierte: “cualquiera gusto... renúncielo... en cuanto lo pudiere excusar buenamente; porque, si no pudiere, basta que no quiera gustar de ello...”
Las posturas rígidas en la iglesia como la de la Santa Inquisición, parecen muy ajenas al estilo cristiano. Los san tos advierten “que para mover Dios al alma y levantarla del fin y extremo de su bajeza al otro fin y extremo de su alteza en su divina unión, hálo de hacer ordenadamente y suave mente y al modo de la misma alma”
Por tanto, al inculcar los principios de la cruz en la nueva evangelización, nos conviene proceder “ordenada mente y suavemente” para que en verdad seamos cristianos.
En lo que respecta a los apegos, san Juan de la Cruz reclama congruencia total. Y recalca: “para venir el alma a unirse con Dios perfectamente por amor y voluntad, ha de carecer primero de todo apetito de voluntad, por mínimo que sea. Esto es, que advertidamente y conocidamente no consienta con la voluntad en imperfección, y venga a tener poder y libertad para poderlo hacer en advirtiendo”
Liberación a nivel de capacidades es lo que postula el Santo en este texto. No basta la buena voluntad. Se re quiere también “tener poder y libertad para poderlo hacer” eso de “carecer de todo apetito” voluntario.
La razón o el por qué de esta liberación consiste en tener libre el corazón para amar al Señor. Y justamente es el amor el que habrá de motivarnos.
“Porque, para vencer todos los apetitos y negar los gustos de todas las cosas —con cuyo amor y afición se suele infla mar la voluntad para gozar de ellas— era menester otra inflamación mayor de otro amor mejor, que es el de su Esposo, para que, teniendo su gusto y fuerza en éste, tuviese valor y constancia para fácilmente negar todos los otros”
Dentro de esta perspectiva de acrecentar la capacidad de amar a Jesucristo, esposo de las almas, se nos plantea la gran cuestión de la nueva evangelización: ¿cómo enamorarnos y facilitar que otros se enamoren radical y apasionadamente del Señor Jesús?
Una de las respuestas es el contenido de la noche activa de/espíritu. La cual aparece como un proceso de entrega libre y voluntaria a Cristo. Se pretende que el pensamiento,
Dios y de su Hijo en el Espíritu Santo. Ellos tres toman la iniciativa y el cuidado de acercarse a nosotros.
En concreto, en la línea de las creencias y de la actividad mental, el pensamiento ilustrado por la fe, ha de tener presente al Señor. Entonces, en lugar de que el pensar sea un simple hablar uno consigo mismo, se convierte en un diálogo constante con Cristo. Normalmente, en todas par tes y a todas horas, realizamos lo que Programación Neuro Lingüística denomina “el diálogo interno”. Si a éste, con la ayuda del Espíritu Santo, lo transformamos en “diálogo con Cristo”, entonces vamos en camino de amar a Dios, junto con Cristo, “con todo el corazón”.
Respecto a la memoria, recomienda el mismo Santo el empleo de la esperanza. Mediante la memoria poseemos cuanto nos pertenece. Si yo fuera millonario, sabría que lo soy mediante la memoria. No tendría necesidad de andar cargando sacos de dólares, para convencerme de ello. Si, con ayuda de la esperanza, dirijo mi atención hacia el futuro, aguardando los bienes del Señor para la humanidad, para la Iglesia y para mí mismo en la perspectiva de la nueva evangelización, entonces mi memoria estará llena de Dios y de su Hijo, Jesucristo precepto, que, no desechando nada del hombre ni excluyendo cosa suya de este amor, dice: “Amarás a tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu mente, y d e toda tu alma, y de todas tus fuerzas (Dt 6,5)”29.
Aquí radica la aportación de san Juan de la Cruz. Al mostrarnos un camino práctico para amar a Dios sin excluir cosa alguna de nuestra personalidad. Cierto, cuenta él con la gracia y el poder de Dios. Y Este, podemos estar seguros, no se tardará en darnos la ayuda que requerimos para enamorarnos del Señor y de su misión actual entre los hombres.
Nadie como Dios Padre anhela que la persona humana alcance el grado de amor “que en todas las cosas busca al Amado (Cristo). En todo cuanto piensa, luego piensa en el Amado; en cuanto habla, en cuanto negocios se ofrecen, luego es hablar y tratar del Amado; cuando come, cuando duerme, cuando vela, cuando hace cualquier cosa, todo su cuidado es en el Amado, según arriba queda dicho en las ansias de amor”
“Para que la esperanza sea entera en Dios, nada ha de haber
en la memoria que no sea Dios”
La voluntad, en lugar de elegir placeres y apetitos voluntarios que no conducen efectivamente a Cristo, debiera optar constantemente por lo que es amor al prójimo, a Cristo, a uno mismo y al mundo.
No tiene sentido querer instaurar en la humanidad la civilización del amor, si cada uno de los cristianos omite la voluntad de emplear cada nivel lógico de su ser (cerebro) en amar.
San Juan de la Cruz observó que, a partir de la noche pasiva del espíritu, “Dios tiene recogidas todas las fuerzas, potencias y apetitos del alma, así espirituales como sensitivas, para que toda esta armonía emplee sus fuerzas y virtud en este amor; y así, venga a cumplir de veras con el primer
CONCLUSION
Después de repasar las enseñanzas de grandes maestros de la oración, que confronto con mi propia experiencia, me queda muy claro que la oración contemplativa —-como diría santa Teresa— “es oración que trae consigo muchos bienes”.
Considero que esa forma de oración, por desgracia, no ha sido suficientemente aprovechada y promovida por los creyentes de nuestro tiempo. Con el paso de los siglos, los cristianos habíamos olvidado nuestra riquísima tradición contemplativa..
Sí, Dios no sólo ha pronunciado su Palabra para crear nos, sino que también la envío a la tierra, para comunicársenos El mismo. Y en su Palabra hecha carne, logra unir, en la persona de Jesucristo, la naturaleza divina y la humana. Y esta conjunción maravillosa de lo humano y lo divino, es un símbolo de lo que buscamos por medio de la oración contemplativa.
En efecto, la contemplación —especialmente cuando es infusa o mística— nos permite imitar a nivel ontológico a Jesucristo. Ya no intentamos repetir tal o cual rasgo de su comportamiento. Ni siquiera nos limitamos a identificarnos afectivamente con él. Más bien, con la contemplación, que Dios nos regala gratuitamente, buscamos cambiar nuestro ser, mediante la unión más estrecha posible con el Padre, por Cristo y en el Espíritu Santo.
De esa manera nos integramos, también al máximo, con la Comunidad de amor, de la que procede toda familia, los grupos, las sociedades y la humanidad entera. Mediante la contemplación nos acercamos al Dios que
quiere salvar y santificar al hombre en grupo y formando un pueblo. Es así como tenemos probabihdade mayores de lograr el éxito en la imitación de Cristo. En especial, si nos proponemos crecer como personas en el L ¡ seno de una comunidad. Más aún, si deseamos aprovechar la mediación del grupo para unirnos con el Dios, que es una comunidad de tres Personas en la unidad del amor.
Pero, aparte de que la contemplación y la dinámica de grupo se complementan mutuamente, conviene tener presente que, cada una por su lado, representan una riqueza enorme.
Tal como hemos visto previamente, el grupo posee una capacidad terapéutica natural. Basta con mantener un clima de libertad y de comunicación abierta entre los participantes.
Por otro lado, también la oración contemplativa se va demostrando —de acuerdo a las investigaciones con temporáneas—, no sólo terapéutica a nivel psicológico, sino también en la dimensión corporal de los seres hu ma nos.
Así pues, la conclusión de este ensayo la puede sacar el lector en el terreno de la praxis. Sólo practicando la oración contemplativa, en el seno de una comunidad, llegará a terminar el proceso interno que el Señor, mu cho antes de que yo escribiera estas páginas, ha suscita do en el corazón de cada hombre a partir de su mismo nacimiento. Desde entonces nos invita a cada uno a aprender el contacto contemplativo con El yel compro miso amoroso con el prójimo.
Y es seguro que hoy día, cuando su Iglesia va al núcleo de su misión con la nueva evangelización, intensifique esa invitación. Pues El sabe que necesitamos vivir y profundizar cada día más lo que predicamos. Sobre todo, si queremos evangelizar la cultura o culturas de nuestro tiempo.
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