miércoles, 2 de febrero de 2011

EL AMOR Y MI HERMOSA SEXUALIDAD

1. LO QUE NO ES EL AMOR

Existen algunos procesos psíquicos que, en cierta manera, se pueden asemejar al amor. Pero, ya en forma técnica, no se pue­den identificar con él. Voy a describir algunos de ellos con el intento de acercarme gradualmente a lo que sí es el amor.

En primer lugar, cabe distinguir entre amor y contagio afec­tivo. Este consiste en la inundación afectiva padecida por una persona o grupo que se encuentra ante la emoción desbordante del otro.

Algunos piensan que aquello de llorar con los que lloran y reír con los que ríen, significa dejarse contagiar por la tristeza, el enojo, la desesperación, seducción sexual, etcétera.

Y consideran que así se de

El sentir con el otro tampoco representa una verdadera acti­tud de amor. En este fenómeno dos o más personas experimen­tan el mismo sentimiento como reacción individual ante el mismo acontecimiento.

Pero, aunque viven la misma respuesta afectiva, no existe una relación yo-tú entre ellos, como sucede en el amor.

Un ejemplo de esta reacción lo tenemos en la emoción de entusiasmo que una muchedumbre experimenta ante el triunfo de un equipo de fútbol.

Otro tanto sucede cuando los hermanos lloran de tristeza ante el cadáver de su madre. No es la situación del hermano lo importante, sino la muerte de la madre que genera la tristeza en el ánimo individual de cada hermano.

El deseo no es simple ausencia de amor como en los casos anteriores. En el deseo se produce un impulso anímico que va en la dirección opuesta al amor. Este es centrífugo, mientras que aquel es centrípeto o egocéntrico. Busca el objeto o persona para sí, para el propio provecho, placer o autorrealización.

Aquí se confunden muchos jóvenes contemporáneos. Yo les oigo decir, cuando encuentre una “LOLA LINDA” sensible e inteli­gente, entonces me entregaré al amor... Pero, resulta que el amor no depende del objeto, sino de la libertad del amante. Por el contrario, en el deseo se da toda la importancia al objeto que es buscado como posesión.

La necesidad de estima es semejante al deseo centrípeto, en cuanto que también, se centra en el propio Yo. Corren donde también a lo que he llamado necesidad de contactos en el capítulo precedente.

La diferencia entre necesidad de estima y deseo resulta bastante clara. Este aparece como una apetencia exagerada, desmedida y sin respeto para el otro. Aquélla, en cambio, se coloca dentro de los límites de lo normal y razonable. Es la justa petición que el otro nos hace para que le brindemos afecto, y también para que apreciemos y alabemos sus cualidades y talentos.

La estima por el otro ya tiene en cuenta algo de la persona, pero no a la persona como una totalidad valiosa por sí misma. Se queda en el nivel de las cualidades, capacidades y habilidades. No penetra hasta el más profundo centro del otro como hace el amor.

La simpatía se acerca ya a la profundidad del amor. Por ella se valora al otro como un Tú. Y logra percibir en éste no sólo sus talentos y aptitudes, sino también sus actitudes y sentimientos.

La percepción de los sentimientos ajenos no implica, de por sí, lo que antes repasamos como contagio afectivo. Más bien con­siste en una participación intencional en la experiencia afectiva del otro.

Por ser de esta manera, la simpatía depende del modo de ser afectivo del otro. Es despertada o estimulada por el atractivo de las actitudes ajenas. En consecuencia, no es del todo indepen­diente como el amor, ni se hunde hasta el núcleo personal del otro.

Algunos parece que identifican la simpatía con la empatía. Esto no me parece exacto. Porque en la simpatía está de por medio el que yo sienta afición, atractivo, inclinación y hasta ter­nura respecto a mi interlocutor.

En cambio, la empatía existe sin esa carga de sentimientos cálidos. Y se realiza con cierta impar­cialidad afectiva, cuando le expresamos al otro lo que percibimos en él como experiencia o sentimiento o marco de referencia exis­tencial. Por ejemplo, si advierto enojo en mi compañero y le digo, te noto enojado, estoy practicando la empatía, sin necesidad de sentir ternura.3

El enamoramiento es un proceso diferente del amor que, en muchos casos, sobre todo en las relaciones heterosexuales, se acopla con él. Pero, también suele darse sin la compañía del amor. Así podemos identificar algunas de sus diferencias.

El enamoramiento se fija en una o en algunas cualidades del otro -un cuerpo bello, cierto tipo de ojos, forma de trato, sensibilidad ante ciertas realidades, etcétera-. El amor, por su lado, ve a la persona amada como un todo.

El enamoramiento se repite con facilidad, es decir, cada vez que aparecen en alguien las cualidades que lo despiertan. En cambio, el amor es más selectivo y, por ende, se repite con cierta dificultad.

De ordinario, el enamoramiento puede ser explicado en su motivación, a partir de la cualidad de que se prenda el enamo­rado. Por el contrario, las más de las veces no es posible explicar el verdadero amor.

En el enamoramiento sí cabe la posibilidad del proceso de cristalización que, explica la ceguera del amor.

Sucede que en las minas de sal de Salzburgo se puede dejar en ciertos estanques una rama seca. Al recogerla, después de algunos días, se advierte en ella el fenómeno de la cristalización, es decir, se encuentra totalmente cubierta por los cristales de sal que la embellecen.

Algo semejante ocurre en el enamoramiento, pero no en el amor, como comprobaremos más adelante. El enamorado sí her­mosea a su amada, recubriéndola en su totalidad con la cualidad admirada en ella. Porque se ha quedado como hipnotizado por esa cualidad, no ve más que eso, y piensa que toda ella es tan perfecta y bella como la cualidad que la adorna.

En un noviazgo sería ideal que concurrieran el enamoramiento y el amor. El amor puede perdurar con el paso de los años, en forma de compañerismo, ayuda mutua, etcétera. En cambio, el enamoramiento es pasajero y caduco. Con la refriega de la convi­vencia cotidiana, aparecen con claridad los defectos o limitacio­nes del cónyuge. Así se desvanece la idealización del otro y todos los contenidos de la cristalización.

Por otro lado, el enamoramiento tiende normalmente hacia la complementariedad de los sexos, en especial, en la línea del ero­tismo que, poco a poco, induce a las caricias sensuales y a la re­lación genital. Esto en el amor no es algo inevitable, a excepción de aquella forma de amar que se conoce como amor erótico, y se vive entre el hombre y la mujer en la perspectiva matrimonial.

En otras formas de amor, que más adelante hemos de consi­derar, la genitalidad aparece como una realidad sublimada. Lo cual no significa una exclusión absoluta y completa de lo sexual en el amor humano.

2. ACERCAMIENTO AL AMOR

No pretendo describir el amor. Soy consciente de que el amor es un “misterio”, en cuanto que no es un objeto que puedo delimi­tar y medir. Desborda la capacidad humana de conceptualización y de expresión verbal. Porque no es algo que esté aquí o allí o en cualquier otro lugar, ni siquiera en el Yo o en el Tú.

El amor sólo existe cuando se produce como una energía vivificante entre el Yo y el Tú. No es sentimiento, como puede ser el de sentirse amado. Tampoco es un impulso, como el de buscar el bien y el crecimiento del otro. Es impulso y sentimiento y liber­tad y don eterno que permite la entrega del Yo al Tú.

En este sentido, el amor se orienta al Tú y su contenido es el Tú. Se revela como movimiento, dinamismo y tendencia hacia el Tú. Porque el amor contempla al Tú como un valor insustituible en el contexto de la sociedad y del mundo; por lo mismo, capaz de dar sentido a la existencia del Yo.

En sí mismo, pues, el amor es semejante al viento que hace temblar el color de las flores, pero sin que sepamos "de dónde viene ni a dónde va". E igual que el aire, el amor transforma a la persona, inundándola de vida y energía, sin que advierta ni vea su entrada y acción.

A pesar de que no es posible comprender el amor en su tota­lidad, algo se puede afirmar, con profunda reverencia, acerca de sus propiedades. Pero, siempre será solamente un acercamiento respetuoso. Es lo que voy a intentar. Subrayar que lo deseas y después transformarla en pregunta y compartirla.

EL CONOCIMIENTO AMOROSO

La mayor parte de los pensadores e investigadores contem­poráneos rechazan la afirmación popular de que el amor es ciego. Más bien sostienen lo contrario, la falta de amor es ¡o que nos ciega.

El conocimiento amoroso, cuando se trata de descubrir quién es y cómo es una persona, resulta insustituible. En cualquier área de ayuda o servicio a los demás, educación, psicoterapia, medi­cina, etcétera, hace falta la iluminación penetrante del amor. Sin el amor no vemos la realidad única e insustituible del otro.

Gracias al amor podemos conocer, sobre todo, la dignidad, la grandeza y el valor incomparable del otro ser humano. Así pode­mos reconocer que la persona nunca puede ser tratada como un medio para alcanzar nuestros propósitos o para satisfacer nues­tros deseos.

Al contrario, iluminados por el amor, con la fuerza de la libertad y a veces también con el sabor agradable del senti­miento, aceptamos que la PERSONA que es el fin de lo que existe y se hace en esta tierra.

Más aún, guiados por el amor podemos intuir que en este mundo no hay entre las criaturas nada más grandes y maravillosas que la persona. Sobre todo, ilustrados por el amor llegamos a saber que en el corazón del ser humano brillan destellos de bon­dad y hermosura que superan toda comparación.

No hay palabra humana que llegue a describir ese brillo de eternidad que palpita en lo más profundo del otro. Sólo el amor nos hace conocer lo indescriptible del Yo verdadero del prójimo.

En efecto, de ordinario sólo percibimos el Yo social y el Yo de sombra del otro. Ambos son, hasta cierto punto, falsos.

El Yo social se refiere al conjunto de máscaras que usamos para volvernos aceptables ante los demás. Entonces exhibimos buenos modales, logros obtenidos en el trabajo, títulos y también sentimientos que, no estamos experimentando.

Por ejem­plo, al ser interrogados sobre nuestro estado actual con un cómo te va, respondemos bien, cuando en realidad nos duele el estó­mago o nos sentimos mal.

Lo verdadero en el Yo social se refiere a las conductas perso­nales que la sociedad considera como positivas, ser educado, puntual, hábil para un trabajo o un arte, talentoso para conversar, bien informado, Sin embargo, no es esto lo más valioso del ser humano.

Sus talentos y habilidades tal vez son compara­bles a la piel roja y brillante de una manzana. Esta encierra por debajo de su piel algo mucho más sustancioso y digno de estima.

El Yo SOMBRÍO, como es obvio, alude a los defectos, vicios y pecados del prójimo o de uno mismo. Nadie negará que en ver­dad sea limitado. En consecuencia, si alguien ha superado ya sus vicios y pecados, tendrá que reconocer en sí, por lo menos, ciertos defectos.

Todo lo “sombrío indica la ausencia o falta de algo positivo, en cuanto que lo negativo es privación de lo que sí es. Entonces viene a resultar como algo que es, pero no es.

Me explico. Si excavamos un hoyo en la pared, el hoyo será un área carente de ladrillos. En este aspecto, el hoyo es algo que no es. De hecho, no puedo coger un hoyo para meterlo en la maleta y llevármelo a otra ciudad. Pero, mientras exista la pared, el hoyo subsistirá.

En este sentido, vemos que lo negativo sólo existe como sombra en lo positivo. Por tanto, la negativa del ser humano supone un sustrato positivo en el que se sustentan todos sus defectos.

A ese sustrato positivo del ser humano le llamamos algunos el Yo verdadero. Corresponde a lo que también podemos denominar el centro o el corazón de la persona

Este Yo verdadero suele estar sepultado para la conciencia del que es ese Yo. Y está dotado de pura positividad, aún cuando las inervaciones de lo negativo llegan a penetrarlo y a endurecerlo como si fuera de piedra.

Este endurecimiento tiene lugar cuando el individuo se fija en alguna etapa y no logra superar las crisis de las fases siguientes de su desarrollo. Sobre todo, cuando la maldad de otros lo ha penetrado casi por herencia, y más todavía cuando él mismo, con su libertad y responsabilidad, se ha solida­rizado con esa maldad mediante sus acciones personales

Este Yo verdadero, esencial es la fuente personal de la dignidad del hombre. De ahí le viene a éste el ser valioso por sí mismo, inde­pendientemente de la utilidad que pudiera representar para los demás. Por eso es digno de amor y respeto, porque aparece como un ser relativa pero sustancialmente bueno, por encima de sus acciones malas, que de ninguna manera podemos justificar ni aprobar.

En esta perspectiva el amor es incondicional porque mira el centro del ++otro, y lo descubre como un valor incomparable. El amor logra percibir el rostro invisible del Yo verdadero del pró­jimo.

Y se percata de que esa imagen está sepultada y cubierta muchas veces con las capas del Yo de Luz y del Yo de sombra. Comprueba, ade­más, que la imagen del Yo verdadero está marcada fundamental­mente por los rasgos del que es persona en forma potencial.

Igual que la semilla sembrada en la tierra tiene la potenciali­dad para convertirse en un árbol capaz de florecer y fructificar, también el Yo verdadero es descubierto por el amor como en germen capaz de convertirse en persona. Por lo mismo, con la potencialidad para perfilarse como un ser único, responsable y libre para amar.++++

En esto radica el gran poder cognoscitivo del amor, en que puede penetrar hasta lo más íntimo del otro para contemplar las facciones únicas e irrepetibles de su Yo esencial. En especial, comprueba que puede llegar a responsabilizarse no sólo de sus acciones y pensamientos, sino también de sus sentimientos. Por lo mismo, puede llegar a decir que si está triste o enojado, es porque así quiere reaccionar ante otra persona y que él es el dueño de esos sentimientos de tristeza o enojo.

El amor descubre también que por ser persona en potencia, el otro puede aprender a ser libre. Pero no se trata de una libertad individualista y egocéntrica. Es una libertad por la que se puede escoger el tipo de conductas o acciones que resultan construc­tivas para el otro.

También es una libertad que permite elegir los sentimientos y actitudes internas orientadas hacia el amor o cons­trucción del otro.

Así pues, el amor nos hace conocer el Yo de luz del otro como un valor que es valioso por sí mismo, sobre todo, porque entraña la potencialidad para convertirse en persona. Creo que en esta misma perspectiva se coloca

H. Maslow, fundador de la corriente conocida como Psico­logía Humanística, realizó una investigación directa sobre el amor. Soy su discípulo

Al amor auténtico o propio de personas que han desarro­llado sus potencialidades, le llamó amor-Ser. A este tipo de amor se refiere cuando afirma la profundidad del conocimiento amo­roso.

"La más verdadera, la más penetrante percepción del otro es hecha posible por el amor-Ser, que es tanto una reacción cognitiva, como una reacción emocional-conativa, como he insistido ya.

Es esto tan impresionante, y tan a menudo demostrado por la experiencia poste­rior de los demás, que, lejos de aceptar el lugar común de que el amor es ciego, estoy más y más inclinado a pensar que lo opuesto es la verdad, que el no amar es lo que nos hace ciegos".

En lenguaje materialista cabe afirmar la misma realidad en otros términos: el amor no es ingenuo, sino crítico. El ingenuo cree que todo está bien y todo funciona correctamente en el otro. En cam­bio, el que ama de verdad, porque posee un pensamiento crítico, descubre todas las posibilidades de transformación, de creci­miento y de realización plena que hay en la persona amada.

Así lo comprobó Freire en su trabajo con campesinos. Y afirma que el anticompartir es acrítico porque carece de amor.

Pero no se crea que el “compartir” del amor es un diálogo cual­quiera. No. No consiste en un simple intercambio de ideas y sen­timientos. Es, más bien, un encuentro de corazón a corazón, en el que se compenetran las almas.

En el amor se intercambia la propia experiencia o el propio vivir.

Gracias a esa mutua y recíproca comunicación, los amantes llegan a la hondura misma del ser, donde se perfilan los rasgos y facciones esenciales de la persona amada.

Se entiende, pues, que no existe un conocimiento mayor ni más profundo del otro que el del amor.

EL ASPECTO AFECTIVO DEL AMOR

En parte, el amor es una pulsión. Esto significa que el amor nos empuja hacia el Tú. Es movimiento centrífugo en dirección de la persona amada. Es tendencia hacia el encuentro. Es afán de ir hacia el ser amado. No ocurre por momentos a manera de flechazos de Cupido.

Es un manantial que se derrama como to­rrente incesante hasta lo más íntimo del corazón ajeno.

De acuerdo a esta faceta del amor, no es posible pensar en amistad o en matrimonio cuando en la relación hay alguno que se mantiene encerrado en los límites estrechos del Yo.

Cuando la novia se queja, él no me trae flores, no me lleva al cine cuando se lo pido, no me invita a bailes, no me ayuda a hacer mis tareas, etcétera, es porque todavía no aprende a amar. Entonces resulta superfluo pensar en un compromiso matrimonial.

En este sentido, considero que la empatía, como capacidad de meterse en los zapatos del otro para mirar el mundo desde la situación y sentimientos que él vive, es un camino concreto para acercarse al aprendizaje del amor.

Si no me pongo en el lugar del otro para percibir su experiencia y punto de vista, es impo­sible que pueda remontarme hasta el más profundo centro de su ser, como ocurre en el amor.

En cambio, al amar abandonamos el encerramiento y quietud dentro del Yo. Entonces emigramos virtual o intencionalmente al corazón del otro. Así realizamos la dimensión espiritual de nues­tro ser.

Espíritu en la Persona significa, como dije al comienzo, comunicación y auto trascendencia. Por ello, no hay actividad más espiritual en la “persona” que la del amor. Y tampoco existe comunicación o relación interpersonal más íntima que ésta del amor.

El amor, en cuanto impulso, posee algunas características pe­culiares. Una de ellas es el deseo de autodeterminación. El aman­te quiere darse él mismo. No se contenta con hacer cosas exter­nas para el otro ni con el conocimiento profundo de las facciones de su individualidad.

Siente el anhelo de una entrega total, sin reservas ni apartados. Experimenta la necesidad de ser entera­mente del amado.

El amor es también una tendencia irresistible a la unión. Des­pierta ansias de cercanía y sólo se contenta con la presencia. Por ello, el máximo poeta de la lengua castellana ha escrito:

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